José Luis Forneo
El capitalismo está nervioso. La crisis económica que pone en cuestión la continuidad del sistema y que desnuda todos los fraudes que han permitido su incuestionable dominación ideológica está zarandeando a los trabajadores y muchos, todavía no los suficientes, están empezando a despertar del estado narcótico en el que habían sido sumidos. Por eso, la autodefensa de la burguesía se hace cada más agresiva, tanto en los medios de propaganda, como en los parlamentos y las calles.
Así, mientras la campaña anticomunista se acrecienta junto a la uniformidad informativa en favor del status quo en los medios, y en los parlamentos se legisla cada vez más radicalmente contra los servicios sociales, el gasto público y los derechos de los trabajadores, en las calles los fascistas se sienten más a sus anchas para ir preparando el terreno para el futuro que nos quieren preparar, a nosotros y a nuestros hijos.
El fasciocapitalismo tiene miedo, y lo transmite a su rebaño. Por eso, y anticipándose a probables protestas sociales en ciernes, a conflictos laborales más radicales, y a que la cuerda se rompa del lado de los trabajadores, intenta mantener la iniciativa a toda costa.
El comunismo sigue haciendo temblar a los saqueadores, y a todos los que son fanáticos del sistema genocida capitalista. Por eso, el principal objetivo ha sido siempre deslegitimar a los partidos comunistas y, en especial, al Partido Comunista de la Unión Soviética, a la Revolución Bolchevique, el único hasta ahora que logro entregar todo un imperio burgués en manos de los trabajadores, y que sirvió de peligroso ejemplo a miles de millones de explotados del mundo.
En el occidente sometido en el que los ciudadanos están demasiado preocupados por lo que echan en la televisión o por sentirse integrados socialmente a través del consumo, la deslegitimación esta más avanzada que en la mayor parte del planeta, donde la pobreza producto de la explotación capitalista es omnipresente. Sin embargo, y porque las ideas que son la base del comunismo están vigentes y permanentemente presentes cuando uno simplemente abre los ojos, la persecución para intentar acabar con ellas debe de ser también constante.
En San Petersburgo, por ejemplo, la burguesía rusa desde hace 20 años de nuevo en el poder, no ha considerado todavía conveniente la destrucción de las estatuas que recuerdan los tiempos en los que los parásitos que vivían del trabajo de otros habían expulsados o neutralizados. Siguen aguantándolas porque representan también el recuerdo de un tiempo en que el país fue Potencia Mundial, y esto es aprovechable para mantener el nacionalismo, tan necesario a la dominación sobre la clase trabajadora actual y el mantenimiento de sus privilegios.
Sin embargo, las agresiones contra lo que el comunismo significa siguen potenciándose, y la deslegitimación del estado de los trabajadores también (en este contexto se encuadran, por ejemplo, las mentiras sobre Katyn, o la continuada campaña gubernamental contra esa invención burguesa llamada "stalinismo").
Los fasciocapitalistas rusos han atentado ayer otra vez contra la estatua de Vladímir Lenin en San Petersburgo (Leningrado), que fue dañada parcialmente, como se observa en la fotografía, a la altura de la cadera. No hubo daños graves, pero en las viviendas vecinas se rompieron las ventanas (los daños colaterales que a los capitalistas genocidas de la OTAN y la CIA -y similares- nunca les han importado demasiado, y mucho menos a sus perros callejeros).
Es la segunda vez que se intenta destruir la estatua de Lenin en dos años, lo que muestra que cuando las autoridades no lo hacen (como sucede en los regímenes esbirros de EEUU en las antiguas repúblicas de la URSS), algún mercenario fascista bien pagado por la burguesía lo intenta.
El Partido Comunista de la Federación Rusa del actual San Petersburgo zarista-burgués (el Leningrado de los trabajadores) denuncio que mientras las estatuas en honor del tiempo de los zares cuentan todas con vigilancia, las de la época del Socialismo no, lo que muestra a las claras la connivencia de intereses entre los fascistas de todo nivel, tanto el institucional como el callejero. Lo cierto es que el gobierno ruso no pude destruir abiertamente los recuerdos de la época de la URSS porque representan para el pueblo ruso un pasado de gloria, tanto para su estado como para su bienestar personal (como demuestran las últimas encuestas).
El capitalismo fascista cree que destruyendo una estatua puede hacer olvidar la historia, o destruir una ideología que, aunque haya sido estructurada por ciertos líderes, está basada en la necesidad y los sueños de millones de trabajadores: una vida digna para todos, la igualdad, la ausencia de explotación, y el fin de los parásitos que viven a costa de otros. Aunque no hubieran existido Lenin o Stalin, el comunismo existiría igual (quizás sin la existencia de la URSS, que tanto temor provocó y sigue provocando a los ladrones de la burguesía y la aristocracia política y económica), puesto que es inseparable de la razón y de los sentimientos que emanan de la idea de humanidad.
En resumen, los acontecimientos de los últimos 20 años, radicalizados con el estallido de la crisis que ha provocado el mismo capitalismo, demuestran el miedo que tuvieron y siguen teniendo los genocidas capitalistas al Socialismo, un sistema que les puso la soga al cuello, les quito los privilegios o amenazo con hacerlo, y echo un pulso a nivel planetario a la primera potencia capitalista y gendarme de la dictadura del capital, EEUU, a la par de extender por el mundo el afán de liberación entre los pueblos y entre los trabajadores del mundo.
Martes 7 de diciembre de 2010
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