Rebelión popular en Hong Kong
Desde el 23 de septiembre, decenas de miles de personas han tomado las
calles de la isla de Hong Kong, en protesta contra las reformas que pretende
implementar el gobierno chino en las próximas elecciones.
La protesta, encabezada por los
jóvenes, rechaza la decisión de la cúpula del imperialismo chino, que quiere
regular los candidatos previstos para el año 2017, cuando se harán las primeras
elecciones directas al gobierno de Hong Kong, que tiene categoría de Región
Administrativa Especial.
Los manifestantes acampan en plazas,
parques y frente a distintos edificios públicos y, en el curso del movimiento
ya han tenido varios enfrentamientos con las fuerzas represivas y con grupos
armados, mezcla de bandas criminales con sectores aliados a Beijing. Hasta
ahora no han podido sacarlos de las calles.
En el movimiento confluyen los
estudiantes, encabezados por la Federación de Estudiantes de Hong Kong, los
integrantes de la organización Occupy Central with Peace and Love, partidos
prooccidentales, y se han sumado varios sindicatos y sectores de trabajadores.
Desde el 29 de septiembre, se sumó la
“desobediencia civil”a las movilizaciones, desconociendo a las autoridades pro
chinas. Esta acción, prevista por los organizadores para el 1 de octubre, se
precipitó por la presión de los propios manifestantes.
El sábado 4, los manifestantes cortaron
el diálogo que había tenido que aceptar el gobernador pro chino Leung Chun-ying
ante los ataques de las patotas armadas. Exigen que la policía y las fuerzas
represivas se retiren de los lugares de acampe; que se anule la resolución del
Congreso Nacional del Pueblo de Pekín sobre las elecciones y que se implante el
sufragio universal. Algunos sectores incluyen entre las demandas la renuncia de
Leung Chun-ying y todo su gobierno.
Junto con esto, han aparecido una serie
de reclamos sociales que evidencian el malestar por la situación de las masas
trabajadoras en esta región, habitada por siete millones de personas, que pasó
a integrar la República Popular China en 1997, tras un acuerdo entre
imperialistas chinos e ingleses.
La Confederación de Sindicatos de Hong
Kong (HKCTU) ha llamado a la huelga; 25 sindicatos y grupos de la sociedad
civil emitieron una declaración conjunta reivindicando no solo el sufragio
universal genuino, sino también la reglamentación de la jornada laboral y la
implantación de una pensión de vejez universal. Durante las manifestaciones
muchas pancartas expresaban las inhumanas condiciones de trabajo de miles de
personas, que contrastan con el poderío de las clases dominantes en uno de los
principales centros financieros del mundo.
Se destaca como expresión de esta cruda
desigualdad social que, a la par de las opulentas mansiones ubicadas en uno de
los barrios de Hong Kong, hay más de 100 mil personas que “viven” en jaulas de
alambre, cubículos de 1,5 metros cuadrados, por los que se pagan cerca de 170
dólares mensuales. Estas jaulas se hacen subdividiendo departamentos en
edificios de los barrios obreros, en constante crecimiento ante los siderales
precios de las viviendas.
A esto se suman demandas democráticas
como libertad de prensa y de organización por parte de estudiantes,
trabajadores y movimientos sociales.
No los pudieron sacar de las
calles
La amenaza de una represión cruenta es
permanente y varios de los líderes de la revuelta han planteado que tienen muy
presentes las manifestaciones en la plaza Tien-anmen de Beijing en 1989,
que fuera aplastada con los tanques del ejército chino.
El gobierno de Hong Kong, que en un
momento accedió a dialogar con representantes de los manifestantes, actúa en
varios frentes para desactivar la protesta. Además de la represión estatal y
para estatal, el gobierno cuenta con el aval de los grandes empresarios y
banqueros, que se ven beneficiados con la política “de apertura financiera”,
impulsada por el gobierno de China encabezado por Xi Jinping.
En las carpas del Parque Tamar, uno de
los centros de la protesta, el debate es permanente y, como reflejan algunas
crónicas periodísticas, hay distintos pronósticos sobre el futuro del
movimiento, que cuenta a su favor con la extraordinaria masividad, que ha
crecido a lo largo de los días. Mientras algunos piensan que el gobierno chino
tendrá que ceder ante la masividad de las manifestaciones, otros plantean que
no será así, y que hay que prepararse para una lucha larga. “El árbol quiere
estar quieto pero el viento no lo deja”, dijo hace muchos años Mao Tsetung. Lo
comprueban en carne propia los jerarcas del Estado imperialista chino.
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