martes, 12 de septiembre de 2017

Panamá: El sindicato como escuela de comunismo


EL PAPEL DEL SINDICATO EN LA LUCHA DE CLASE DE LA CLASE OBRERA


1.      EL SINDICATO COMO PRODUCTO DIRECTO DE LA SOCIEDAD CAPITALISTA Y DE LA LUCHA DE CLASE DE LA CLASE OBRERA

Antes de todo: ¿Qué es y cuál la misión del Sindicato? Al respeto lo primero que debemos decir que el Sindicato es, más allá de la formal definición jurídica que nos ofrece el Código de Trabajo, una asociación voluntaria de los trabajadores concertados dentro de una dada empresa –independientemente se trate de una fábrica, de un comercio, de un centro de servicios, un centro escolar o de una hacienda agropecuaria-,  con miras al mejoramiento de la propia situación económica y social en que laboran; a  la vez que medio de incidir, positiva y progresivamente, en sus condiciones de vida (alejamiento de la amenaza del hambre, de satisfacción de sus crecientes necesidades de vivienda, vestimento, alimentación, atención sanitaria, educacionales, culturales, divertimiento y por allí en adelante.

Por ende, centro para el alcance del disfrute lo más colectivo posible para sus afiliados de lo mejor que ofrece la sociedad y de satisfacción de las necesidades inmediatas del trabajador y su familia.

El Sindicato, con todo, no es un simple medio de defensa de las reivindicaciones ya conquistadas y refrendadas por la ley (Por ejemplo, el Código de Trabajo y aquella de la Seguridad Social).   Tan necesaria, como nos enseña la experiencia cotidiana, por cuanto el empresariado busca siempre el cómo anularlas o al menos recortarlas. Por lo que, en consecuencia, el Sindicato debe, además, de mantener una vigilancia ininterrumpida alrededor tales conquistas laborales y sociales, el velar por anular toda ofensiva patronal contra dichas conquistas sociales y económicas. Poseer, no solo una activa capacidad de resistencia sino de espíritu de impulse de ofensivas propias para la confrontación  directa e ininterrumpida, lo que le permite el devenir un arma idónea para enfrentar esa objetiva y “activa guerra de guerrilla” que diariamente promueve el capital contra los trabajadores y sus derechos. De la que ya nos hablaba Carlos Marx.

En resumen, la organización sindical ha de ser un arma, en primera instancias, no solo de la defensa y lucha colectiva por los propios intereses inmediatos y mediatos de la clase obrera, sino de aquellos de más largo alcance, de valor estratégico, preparatorios de la meta final de toda la lucha por la emancipación social de sí misma.  La de preparar las condiciones subjetivas para el cumplimiento de las tareas y misión histórica que le compete por dictado de la Historia.

Pero, en estos asuntos de las relaciones obrero-patronales marco natural de la actividad del Sindicato, éste no puede mantenerse en los límites formales establecidos por la  legislación laboral y político-jurídicas vigentes, por cuanto el trabajador se verá siempre encadenado exclusivamente a la lucha contra los efectos y no a las causas de tales efectos: a la conformidad con su situación de sometimiento económico y subordinación social; de las cuales las relaciones jurídicas sólo son una expresión secundaria.

Por lo que, el limitarse a atacar las ramas y no las raíces del árbol. Al no afectar, mínimamente,  la base real sobre la que se asienta todo el sistema de explotación y opresión de la moderna sociedad industrial se Condena a sí misma, dentro de la lucha contra grupos asilados de empresarios y su gobierno, al desgaste infructuoso de sus propias fuerzas y a vanificar toda su potencialidad de acción.
A su renuncia, consciente o inconscientemente, al coronamiento de toda la histórica lucha obrera y sindical que le han precedido a lo largo de los últimos siglos y de la cual es su heredera directa. Con lo que le extiende al empresariado y a su régimen político un Certificado de subsistencias para los subsiguientes 200 años, y así mismo otro de pobreza intelectual.

En general, a todas estas sociedades establecidas y organizadas en todos los puntos del planeta se les denomina, según la adscripción ideológica de aquellos que sobre el tema han tratado, “moderna sociedad industrial”, “sociedades desarrolladas o según caso “subdesarrolladas”, “neocapitalistas” y otras zarandajas pseudoteóricas. Con miras de ocultar o velar su verdadera identificación, engañar pues a los trabajadores. Cuando es el mundo obrero y sindical, la que sin temor a la verdad, los que osan calificarle como lo que es realmente: Formación Económico Social Capitalista o simple y llanamente sociedad capitalista-imperialista.

Por lo que cabe aquí ahora el preguntarnos ¿Qué es el capitalismo? Se denomina  capitalismo a la organización económica de la vida social en un período de la historia de la humanidad, basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y los medios de vida, caracterizada por su concentración y centralización en manos de un reducido grupo social, la que poseedora de una dada cantidad de dinero más allá de lo que realmente necesita para su propia subsistencia;  todo lo que le ha permitido, además, despropiar de los mismos a la inmensa mayoría de la población y así despojarla de su libertad económica personal. Forzándola a tener que vender su capacidad de trabajo, en beneficio de los primero, para no morir de hambre. En resumen, un sociedad caracterizada por la división de la misma, en lo fundamental, en dos grandes grupos sociales claramente definidos y diferenciados: el de los propietarios, detentadores de un capital-dinero más un capital natural en la forma de tierras, empresas fabriles y comercios, y, de otro lado, un grupo social despropiado de vendedores de sus  energías y capacidad de realizar una dada labor productiva.

Con ello queda retratada la característica esencial del sistema económico capitalista, pues no de otro tipo de sociedad humana cualquiera se trata, la relación establecida entre capital y trabajo asalariado.
Cuya única finalidad es la de reproducir, una y otra vez, como si fuese un Tiovivo, el capital inicial invertido, con el hecho totalmente nuevo del agregado de un excedente no existente inicialmente. Excedente que, en el capitalismo, asume la forma de un beneficio o ganancia, apropiada  por los capitalistas y que es robada a los trabajadores como tiempo de trabajo no pagado. Es precisamente eso lo que se quiere decir, cuando se señala que la función única de los trabajadores, existiendo el presente sistema económico capitalista, sea la de reproducir y revalorizar el capital mismo.

De esta relación esencial, fundamental e inherente –repetitiva e ininterrumpida- surge una contradicción económica fundamental sólo propia de la economía capitalista, la contradicción entre los trabajadores y los capitalistas. Contradicción que generará, a su vez, la también fundamental ley de la producción de la plusvalía. Razón de ser y  motor de la producción capitalista, y, base de la antagonidad de intereses de clase  existente entre los empresarios capitalistas y los trabajadores asalariados.

Llegados aquí, una desquición se impone, la de que todos los que se dedican al trabajo sindical deben aprender a evitar un error conceptual que se comete regularmente, la de  confundir la teoría científica, comprobada prácticamente, de la Plusvalía con la distorsionante “teoría de la explotación”.

Dicha “teoría de la explotación”, creada por reformistas y socialdemócratas buscadores de siempre de la “justicia social” y de “la igualación en la distribución de las riquezas socialmente producidas”, posibles dentro de la presente sociedad capitalista, resulta una mistificación teórica y una falsedad en la práctica social. Pues no encuentra base real y científica en su explicación de las relaciones sociales económicas existentes ni en sus recomendaciones teóricas de su realización. En vez de atenerse a dar respuestas dentro de los marcos de la vida económica de la sociedad, en base al materialismo histórico,  se remite a la esfera abstracta, a la esfera moral y de la jurisprudencia, poniendo todas sus cartas resolutivas en la buena fe y humanitarismo de los propietarios y gobernantes. Explicando falsamente la división real de la sociedad en clases sociales, con  intereses opuestos y contrastantes, en una falsa dicotomía en el seno de la clase dominante misma. La que nos hablará de capitalistas “buenos”, siempre preocupados por la calamitosa situación de las clases trabajadoras y en búsqueda de su superación mediante reformas en el régimen de producción, basadas en la justicia para todos, en el amor por los pobres y el humanitarismo social, y capitalistas “malos” sólo preocupados de asegurarse para sí los máximos beneficios y pisoteando al que sea.

El amor por los pobres de los ricos propietarios no existe; el humanismo en abstracto, en general, no existe ni es tan inocente. El “amor a la humanidad” siempre porta el sello de la clase que le da origen. Que sólo existe el amor del obrero por el obrero, el humanismo proletario, y el amor de la burguesía por la plusvalía o sea el humanismo  burgués. Por lo que, finalmente, sean capitalistas “buenos” o “malos” siempre y unívocamente se sostienen de la búsqueda de la ganancia y de la esclavitud asalariada, y no pueden hacer otra cosa, pues no se negarán a sí mismos.

Por otro lado, los propulsores de la “teoría de la explotación” ocultan el hecho simple de que la explotación del hombre por el hombre ha existido desde que la sociedad humana se ha escindido en clases sociales con intereses y ubicación social frente a los medios de producción históricamente dados. Empero, aunque liberales burgueses, reformistas y socialdemócratas interesadamente se empecinan en no ver y si lo ven ocultarlo, la explotación del hombre por el hombre a lo largo de la historia de la sociedad dividida en clases sociales ha variado y cambiado de forma. Cada Formación Económica y Social ha tenido su modo específico de apropiarse de ese excedente producido por los trabajadores de la sociedad concreta existente. En general, propietarios y no propietarios; en particular, según la formación económico-social históricamente establecidas: esclavistas y esclavos, Señores feudales y campesinos siervos, nobleza feudal y burgueses; burguesía y proletariado. Excedente que a de asumir la forma de tributo, ya apropiada por la violencia extraeconómica, de renta de la tierra o ya en forma de ganancia o plusvalía en el capitalismo. 

En el caso de esta última, son capitalistas porque son los dueños del capital. Cuando se habla de capital, no simplemente se hace referencia a esa forma conque comúnmente nos la representamos: dinero atesorado. Nosotros, más precisamente, nos referimos a todo conjunto de medios de producción y de los medios de vida en manos de los propietarios del capital-dinero y de los resultados de la producción social, ya se exprese como   mercancías o ya como dinero acumulado. Pero, permítanme precisar, el nuevo capital acumulado no puede existir sin su contraparte el Salario. Siendo éste último, la cantidad de dinero pagado y/o devengado por los operarios por realizar una cantidad de trabajo, en un tiempo claramente determinado en un establecimiento industrial, comercial o agrícola. En resumen, es el precio o valor de cambio de una mercancía especial, viva, que se compra y se vende en el llamado Mercado de Trabajo, existente objetivamente en tal o cuál sociedad nacionalmente concreta,  y sancionada mediante las leyes de tal o cual país. 

Este llamado “mercado de trabajo”, tan pregonado por los economistas asalariados del capital, nos más que un nuevo engaño a los trabajadores por que escamotea el hecho real dew que es mercado de compra-venta de los trabajadores.

Lo específico de la explotación en sociedad capitalista radica en el hecho, totalmente nuevo en la historia de la sociedad clasista, de la conversión del operario en una mercancía. Esto es, en la mercantilización de la fuerza de trabajo del operario, la que como cualquier otra mercancía, se vende y se compra. Esto porque tiene la virtud de poseer un valor de uso y un valor de cambio. Esta mercancía el capitalista la compra por una cantidad dado de dinero, adquiriendo el derecho de usarla a su placer y querer por un determinado tiempo (ya por hora, semanal o ya mensual), tiempo en que ha de producir una cierta cantidad de artículos vendibles en el mercado y generando un beneficio extra, en dinero, y diversamente superior al capital de inversión.

Pero, ¿qué es esta mercancía Fuerza de Trabajo? Es sencillamente, la capacidad física –fuerza, habilidad, destreza, resistencia física, etc.-  y mental (como son la experiencia laboral, conocimientos técnicos, educación general, disposición de dirigir una acción hacia el logro de un  fin determinado, disciplina, en fin, todo ese procedimiento e ideas que pasan por  la cabeza o cerebro del trabajador en el proceso de realización de la tarea encomendada) que posee el trabajador. La que comprada por el empresario capitalista le convierte en dueño o propietario de la misma por un tiempo parcial y más en general de toda la clase obrera y para toda la vida. Así el poseedor real de la fuerza de trabajo nace obrero y muere obrero.

Ahora bien ¿cómo se determina el precio (o valor expresado en dinero; en otra forma dicho, el salario) de la mercancía Fuerza de Trabajo? Principalmente por la disposición del propietario de los medios de producción y de los medios de vida, esto es del capital-dinero inversor en sus manos, la competencia entre los diversos propietarios empresarios por adquirir a mejor precio de la fuerza de trabajo puesta a disposición en el mercado de trabajo; la situación misma de los vendedores de fuerza de trabajo que desprovistos de medios de trabajo y de vida se ven forzados a contratarse para adquirir los bienes necesarios para su existencia y la de sus familias; la competencia o la guerra entre los trabajadores mismos por conseguir un  lugar en los puestos de trabajo, el peso negativo que representa la existencia de un enorme Ejército Industrial de Reserva (conformado por desocupados crónicos, los desempleados parciales o temporales, las jóvenes generaciones obreras en búsqueda de un primer empleo). Todo  esto bajo la divisa (invisible) de “quién no consigue o no tiene un trabajo, no tiene derecho  comer”. Cabe aquí el que les remarque que, además de los fenómenos sociales determinantes del precio de venta y de compra de esta mercancía, un papel crucial lo desempeña el Sindicato con su lucha cotidiana por los constante aumentos salariales, la rebaja de la jornada de trabajo, contra los despidos, por la contratación colectiva y las consecuencias negativas que provoca en el seno de los trabajadores el desempleo, etc.

Piensan los reformistas liberales, socialdemócratas y sindicalistas de derecha que –en sus sueños locos de la búsqueda de una justicia social por encima de las clases, la que  reconcilie a obreros y patronos, se asegura la paz social entre ellos  y el alejar a los proletarios de toda veleidad de transformar a la actual sociedad haciendo recurso de la lucha de clases y la revolucionarización social-, el empresario capitalista “paga al obrero su trabajo” y que en ello “lo hace violando las normas de justicia, por cuanto lo hace pagando un precio por debajo de sus necesidades reales”, es decir estableciendo como norma el mínimo salarial. Como ustedes saben es el llamado Salario Mínimo, la más de las veces establecido  por debajo de lo necesario para la subsistencia del trabajador y de su familia. Es la “injustica” cometida por malos empresarios que irresponsablemente, es decir atentando contra los intereses colectivos de su propia clase, desequilibran las normales relaciones obrero-patronales

Mienten sabiendo de mentir. Como ya hemos visto más arriba, el empresario no paga el costo de trabajo del proletariado. Todo lo contrario, paga al obrero el precio de su fuerza de trabajo. Puesto que si el capitalista pagase el costo del trabajo, resulta que si el trabajador se contrata por ocho horas de trabajo terminada dicha jornada recibiría el valor integro de dicha jornada. Dado que el salario nominal del obrero –el sobre salarial devengado en la dada jornada laboral- se correspondería con el precio de los artículos y servicios que necesita para vivir. Por lo resultaría algo así: Tú obrero recibes el costo integro de tu trabajo y tú capitalista recibes la ganancia que te corresponde por el sacrifico que haces al invertir, y todos contentos. El sueño de los derechistas y reformadores sociales plenamente realizado. Pero, no es así.

Se pide al empresario capitalista que compre huevos para vender huevos al mismo precio. Nadie, menos en una sociedad capitalista, aceptará eso. Si el empresario invierte su capital-dinero es porque quiere un beneficio, quiere acrecentar su capital de inversión, el tener una ganancia extra. Para ello, él evaluará el costo de los artículos que mínimamente necesita el obrero para vivir, para la conservación de su fuerza de trabajo y pueda proseguir su labor ulteriormente. Pero, la suma en dinero devengada por el trabajador no corresponde a la jornada de ocho horas, porque el patrón dividirá la misma en dos dicha jornada, el tiempo de trabajo necesario (el que podrá ser de cuatro horas o menos, según sea la suma de los precios  en el mercado de los bienes que necesita el obrero) y en tiempo de trabajo excedente (también igual a otras cuatro horas o más), en la que el trabajador creará una suma de dinero extra apropiado por el empresario. Esta suma de dinero extra, surgida en el proceso de la producción y de la explotación de los obreros, es la que se denomina la plusvalía.

Entonces, se deduce que esta plusvalía surge no en el tiempo de trabajo necesario de los trabajadores, mediante la cual reproducen el valor de su salario, equivalente  los precios de los artículos necesarios para su subsistencia, sino como producto de esa parte de la jornada de trabajo no pagada o tiempo de trabajo adicional. Esto es, si la jornada de trabajo por la que se contrata el obrero es de ocho horas y la suma total de los precios de los artículos de primera necesidad son equivalentes a sólo una parte de dicha jornada, suponiendo cuatro horas, es en esta parte que se realizará el valor expresado en dinero el costo de la mano de obra. ¿Sí? Pues, no. El capitalista aducirá, en esto respaldado por la ley y el garrote policiaco, que ha pagado por ocho horas de trabajo y no por cuatro, y forzará al obrero a completar la jornada por la que ha pagado. En esas cuatros horas extras que el operario deberá cumplir se generará una dada masa de plusvalía o beneficio percibido por el empleador.

Esta producción de la plusvalía es la razón de ser de toda la producción social capitalista; su ley económica fundamental; la razón de ser del capitalismo. El capitalismo, como sistema económico, no puede existir sino en la medida en que es creado este nuevo valor. Nuevo valor, plusvalía, que es creado por el obrero; único productor que sólo puede existir valorizando capital.

La pobreza del trabajador asalariado, su sometimiento y explotación, crea la riqueza del empresario capitalista y le convierte en una potencia social. Pero, quede claro de una vez por toda, no es la pobreza, ni el desequilibrio en la relación ingreso obrero e ingreso capitalista, la desigualdad salarial y ganancia capitalista, la base de la explotación capitalista. Sino la conversión de los trabajadores en modernos esclavos asalariados. Puede el obrero, mediante la acción del Sindicato, ver acrecido su salario en 10, 15 o 20 dólares pero los capitalistas siempre amontonarán ganancias estimadas en 10, 15 o 20 millones de dólares. Usted puede demandar que se cambie tal disparidad de ingresos, pero la práctica de la lucha de clases en el capitalismo demuestra que de modo alguno desaparecerá el sometimiento de los trabajadores a la férrea ley de la plusvalía y a la lógica del sistema del salariado.
En resumen, esta situación de degradación del trabajador, el que se vea convertido en una mercancía, en tornillo y tuerca de una producción social en beneficio de la acumulación del capital y del  bienestar de otros, de sometimiento a una disciplina de tipo cuartelaría imperante en fábricas y empresas es la esencia de la moderna explotación capitalista. Por lo que la tarea del Sindicato, no es simplemente  morigerar la explotación y opresión capitalista sino su eliminación total y revolucionaria. Esto es, la eliminación de la esclavitud asalariada; hacer desaparecer tanto el salario como el capital, el que retornen las riquezas socialmente producidas al seno de la sociedad, a una sociedad de trabajadores y en beneficio de los trabajadores. Así como realmente se realiza la justicia social, la justicia de clase de la clase obrera.

En el transcurso de esta exposición Usted podrá haber notado que hago uso de distintas denominaciones para identificar  al moderno trabajador de la industria capitalista. Le he llamado indistintamente clase obrera, proletariado industrial o trabajador asalariado. No para señalar diferentes matices de una categoría social, sino para reafirmar uno y el mismo contenido del sujeto social que sirve de base a la actividad del Sindicato, a la vez que a la vida y actividad del partido político obrero independiente.

Ello es necesario por cuanto algunas denominaciones parecieran haber caído en desuso o porque algunos señores han renunciado a utilizarlas porque son mal vistas o provocan la animadversión de los señores del poder económico y del poder político. En realidad, no hay razón de ocultar lo que somos, lo que queremos y como lo queremos; así como no estamos forzados a hacer renunciamientos en cuestiones de principios teóricos. Allá los cobardes ideológicos.

Por lo que me atengo a la definición de Federico Engels, gran maestro de la clase obrera, pese a un claro error pasado inadvertidamente en ella. Dice Engels, “El proletariado es la clase social que consigue sus medios de subsistencia exclusivamente de la venta de su trabajo, y no del rédito de algún capital; es la clase, cuyas dicha y pena, vida y muerte y toda la existencia dependen de la demanda de trabajo, es decir, de los períodos de crisis y de prosperidad de los negocios, de las fluctuaciones de una competencia desenfrenada. Dicho en pocas palabras, el proletariado, o la clase de los proletarios, es la clase trabajadora del siglo XIX”. Hoy diríamos del XX y del XXI.

Pero hay aquí una paradoja encerrada. De todas las clases y fracciones de clases que existen en la sociedad capitalista –como son el campesinado, los artesanos, la pequeña y mediana  burguesía, terratenientes, etc.- sólo la clase proletaria, los modernos trabajadores, es la única que surgida en ella la que se desarrolla y crece con el desarrollo del capitalismo. Todas las demás ven reducirse su peso social y su ubicación en la producción social, o desaparecen o se convierten en parte del proletariado. Es la contradicción subyacente a la misma sociedad, la clase valorizando el capital se valoriza a sí misma. Entre más se desarrolla el capitalismo, más se fortalece el proletariado. Proceso económico y social que sólo puede tener fin con la superación de esa misma sociedad y abriendo paso a una nueva y superior sociedad.

 Contrariamente a lo que pudiese pensarse, no es exceso de optimismo revolucionario, sino la marcha objetiva del curso mismo de la historia social  del mundo del capital. Producto de la historia, la clase obrera está condenada a ser la sepulturera de la última sociedad basada en la explotación.
Pero, veamos cómo se ha desenvuelto esta relación hasta el sol de hoy. Pero, antes apuntaré dos fenómenos económicos de gran importancia metodológica. Primero, que el capitalismo en su desarrollo histórico económico ha pasado por dos etapas y sólo dos etapas: La del capitalismo industrial o premonopolista y su siguiente como capitalismo monopolista o imperialismo. (Sea dicho entreparéntesis, la etapa del  capitalismo ascensional, industrial, en la que ha conquistado al mundo, y aquella del capitalismo moribundo o imperialismo y en la que funge como antesala de la revolución y del socialismo.

La otra es que en el transcurso de ese proceso de transición se da la internacionalización, no sólo de la economía y de las relaciones sociales capitalistas de producción, sino que  correlativamente se produce la internacionalización de la clase obrera y de su lucha de clase. Esto quiere decir que, desde un inicio, la clase obrera es una real y auténtica clase internacional, colocada por encima de las fronteras nacionales del capitalismo mismo y de las naciones que lo particularizan.

Señalado esto, un rápido bosquejo de la historia económica del capitalismo. En un comienzo, a finales del feudalismo tardío, la producción capitalista se realizaba en pequeños talleres artesanales. El patrono capitalista, por lo regular un  mercader o comerciante, contrataba y reunía a algunos trabajadores y ayudantes, por ejemplo sastres, en un mismo taller. Todos ellos como eran de profesión sastre hacían la misma labor; como sastres individuales hacían un vestido completo; cada quién llevaba y utilizaba sus propias herramientas o eran dotados de las mismas por el contratista; esto era muy ventajoso para patrono pues le ahorraba los gastos de local, calefacción, alumbrado, materia prima y, sobre todo, instrumentos de trabajo. Le ahorraba tiempo y la producción de vestidos era mayor que si lo confeccionase un sastre individual.

Pronto se percataron los empresarios que la ejecución de una operación cualquiera realizada por un solo obrero era mejor y con mayor rapidez.  Por lo que, dentro del taller se dio una división del trabajo; cada operario del taller ejecutaba una operación, sobre parte del vestido y no de todo el vestido. Como la labor se hacía a mano, la organización del trabajo se le llamó  manufactura (esto es, trabajado a mano). Ello significó un gran avance de capitalismo. La manufactura (que concentraba en el taller 10, 15 hasta 20 operarios) elevó la fuerza productiva social, ya que se traducía en un incremento de un nuevo y mayor capital, por encima del  capital inicial.

El paso siguiente, a consecuencia del aumento de la demanda que la creciente población hacia sentir, hubo necesidad de crear e introducir las máquinas. Se inició así lo que Marx ha de denominar Maquinofactura. Es decir, la sustitución del trabajo basado en la técnica manual por aquel hecho por intermedio de la mecanización, en ese entonces impulsada la fuerza del vapor y no la animal que era lo común en la fase anterior. Esta suplantación de la manufactura por la fabril fue toda una revolución tecnológica. La que cambio todas las reglas del juego productivo: necesidad de un menor tiempo de trabajo social, la elevación de la productividad de del trabajo y la masificación de los productos de la producción fabril. Así lo que antes se necesitaba para confeccionar, digamos tres días, en las condiciones de la empresa fabril era realizable en unas pocas horas de trabajo.

Esta producción maquinizada ha empezado a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en Inglaterra al introducirse el telar mecánico y la máquina de hilar, luego se crearon otras máquinas.  Ello es, lo que se conoce en la historia económica de la sociedad como Revolución Industrial. La cual no puede simplemente reducirse a la aplicación de los resultados del desarrollo de las ciencias, la introducción de la mecanización y otros avances tecnológicos y de la fuerza motriz impulsora, sino que referencia principalmente a la transformación de la estructura social del sistema productivo, paralelamente a la gran reorganización de la manera del aprovechamiento más óptimo y  “científico” de las capacidades lavorativas de la mano de obra.

Nos referimos a las dos grandes repercusiones sociales han tenido la llamada Primera Revolución Industrial, iniciada, como queda dicho, en 1770 a 1840. Primero, el surgimiento y ascenso de la clase burguesa industrial, como sector hegemónico de todas las capas y fracciones burguesas, ahora subordinadas a ella, y en segundo lugar al nacimiento de la clase proletaria industrial. En virtud de la producción en las grandes empresas fabriles se “liberó” por completo a las masas obreras de la tierra, previo su disciplinamiento coercitivo mediante el látigo, el hierro candente y la cárcel o a acudir a las llamadas “Casas de Trabajo”, para aprender una labor bajo la acción de una disciplina de hierro o a contratarse a las empresas fabriles. Lo que está a la base del proceso, que Carlos Marx llamó, la acumulación originaria del capital; en resumen el arruinamiento, desalojo y despropiación de los artesanos y campesinos; su transformación en seres “personalmente libres” por no poseer relación con los medios de producción y de vida; condición que los forzó a buscar medios de trabajo a contratarse por un salario para no morirse de hambre en empresas.

Como hemos visto, la clase obrera desde su origen se ha visto sometida y forjada en virtud de  la violencia patronal, de las autoridades políticas y judiciarias. Primero al verse despojados de cualquier vínculo con la tierra, despropiada y desalojada, colocada en una situación de marginalidad social, siempre bajo la amenaza del hambre. Segundo, ya introducida dentro de las cuatro paredes de la fábrica, sometida al despotismo de patronos y capataces, bajo una disciplina cuasimilitar, a jornadas extenuantes de 12, 14 y 18 horas diarias por salarios míseros. Qué duda cabe, ello debía provocar indignación, rechazo y rebeldía en los obreros.

Y así fue. Como la introducción de las fábricas maquinizadas provocó el cierre de talleres y Manufacturas, provocado despidos en masas y caídas en los sobre salariales los obreros, desorganizados y sin  conocimiento de causas de sus calamidades se rebelaron. Los obreros ingleses dieron la tónica organizando un movimiento clandestino denominado de los “rompedores de máquinas”. Ellos asaltan las fábricas y se dedicaban a dañar  o destruir las  máquinas. El fenómenos se generalizó en cada uno de los países europeos donde el capitalismo sentaba sus reales. Era esta una reacción básicamente individual o de grupos aislados, ciega, anárquica, desorganizada. Claro, que esperaba Usted, fueron perseguidos, acosados, encarcelados y muchos pagaron con  la vida. Ciertamente, desconociendo dónde y quiénes eran los verdaderos causante de sus males y desdichas, atacaban a las máquinas y no a los capitalistas, Pese a lo desacertado de su acción y la inmadurez intelectual que ponían en evidencia, los luddistas, entraron por la puerta ancha de la Historia del Movimiento Obrero y Sindical. Ellos fueron los precursores de los actuales sindicatos obreros.

Desde los albores del capitalismo industrial, partiendo de esas experiencias negativas e improductivas de la lucha individual contra los patrones y de lo infructífero de su accionar contra las máquinas, los obreros comenzaron a comprender instintivamente  que para su lucha contra los empresarios era necesario unir sus fuerzas, el organizarse. Para dar inicio a su lucha organizada formaron Caja de Resistencia, en la que se concertaban y reunían fondos para sostener sus luchas y a sus compañeros despedidos. Sobre todo, para sostener sus espontáneas huelgas reivindicativas.

Así, al calor de las consecuencias económicas y sociales de la Revolución Industrial,  primero en Inglaterra y luego por todas partes comenzaron a surgir Uniones de obreros –eran los primeros sindicatos-, las que eran duramente perseguidas, reprimidas y sus líderes aprisionados. Las Autoridades gubernamentales las ilegalizaban y dictaban disposiciones legales contra ellas. Sólo a mediados del siglo XIX, cuando ya era un poderosa fuerza social por el número de afiliados y su fuerte disposición política de lucha, los capitalistas y sus gobiernos dieron su brazo a torcer y comenzaron a legalizarlos, reconocer su representatividad y aceptar la firma de contrataciones colectivas. Pero ello a condición de que los sindicatos obreros reconociesen la propiedad de los empresarios en las empresas, entrasen en largos procesos de negociaciones, a la búsqueda de la intermediación del Estado burgués, la limitación y sujeción a las leyes de sus huelgas, la entrada del gobierno en los asuntos internos del Sindicato, la consecución de la personería jurídica, etc.

Aprovechando esa “buena” disposición de los capitalistas, los Sindicatos obreros dieron vida a organizaciones por ramas industriales, a uniones nacionales e internacionales.


2. DE LA ESPONTANEIDAD A LA LUCHA CONSCIENTE DE LOS SINDICATOS

En general, la conciencia de clase es una síntesis científica de todo el cúmulo de conocimientos de la realidad social, de sus contradicciones y leyes de su desarrollo histórico y de las experiencias y luchas políticas para transformarla, acumulada y reflejada, individual que colectiva, en la mente del proletariado internacional y que le sirve de guía en el camino de la revolución y construcción socialista.

So ella es eso. Si es correcta esta definición. La acción espontánea, dentro de la experiencia práctica política de la clase obrera, ha de considerarse  todo lo contrario. Es la ausencia de esa conciencia científica y un alejamiento de la posición y práctica de clase. Su sometimiento e impotencia ante  fuerzas externas que predeterminan su conducta, modo de pensar y de hacer. Las cuales no alcanzaba a conocer y menos dominar. Por lo que, en consecuencia, su reacción se reducía responder instintivamente, divididos por la competencia reaccionaban propio instinto de supervivencia individual, al egoísmo, el preocuparse por sí mismos, en fin el reducir su sentido de solidaridad y de compañerismo.

Que es así un  ejemplo sacado del Sindicato mismo, donde el obrero es considerado objeto de la protección de la organización sólo y en cuanto sea afiliado esté trabajando en la empresa y pague sus cuotas sindicales regularmente. Apenas el trabajador se vea cesado de su empresa, despedido, cesa toda relación con la organización y ésta se libera toda responsabilidad para con el obrero. Despedido de su centro de trabajo, se ve “botado” del Sindicato.

Este estadio primario del desarrollo del pensamiento obrero, de estrecho espíritu de gremio, de baja solidaridad clasista es lo que se llama del “obrero en sí”.

Ahora, ello necesita una precisión. Sólo apuntaré aquí tres elementos de comprensión al respecto: (1) De modo alguno se debe entender lo espontáneo como ausencia absoluta de conciencia de clase. De lo que se trata es ¿de qué conciencia de clase se hace uno portador y de qué nivel de conciencia de clase se tiene? Sobre este tema de la relación entre espontaneidad y acción consciente, los más grandes exponentes del pensamiento marxista-leninista lo han tratado exhaustivamente en sus escritos. Llegando a la conclusión siguiente, y la experiencia teórica del movimiento obrero internacional lo han confirmado, entre el movimiento espontáneo del sindicalismo y el movimiento consciente de los obreros existe una relación dialéctica de continuidad y discontinuidad.

Es la espontaneidad la base de origen y a su continuidad en el salto cualitativo a la conciencia de clase. En sencillo, en lo espontáneo está lo consciente en germen, apenas desarrollado pero realmente existente. No existe lo consciente si no le preexiste la espontaneidad o accionar inconscinte. Esto por un lado.

Empero, por el otro, como polo opuesto entra regir la discontinuidad. La ausencia de una conciencia científica plena e integral traba esa continuidad. Abre camino a una falsa conciencia de clase, desviada y oportunista. Demos un caso para ilustrar esta aseveración nuestra. Lenin y Trotzky eran  marxistas partidaristas, esto es apoyadores del partido obrero ruso. El segundo tratando de mediar, de ser el justo centro entre bolcheviques y mencheviques en discrepancias en materia de organización, acusaba a los leninistas de supuesta desviación “fraccionalistas” mientras que, por otro lado, hacia acuerdos sin principios con los mencheviques. Actitud que le valió la dura condena de Lenin: “Ese es Troztky… utiliza frases izquierdistas, pero ayuda a la derecha”. Está claro éste mensaje, no.  Pone en claro el contenido de clase de esa falsa conciencia de clase. Ella proclama de bocas afuera fidelidad al marxismo-leninismo, a la conciencia de clase en el Sindicato, pero de hecho se hace todo lo contrario, se rechaza la posición de clase y a la política marxista-leninista.

El sindicato, como colectivo de individuo pensantes organizados, colectivizados, como organización primigenia y natural de lucha de la clase obrera, en la que están inscritos obreros con diferentes niveles de comprensión, visión y comprensión de su cometido y tareas. Su núcleo dirigente, al desarrolla su línea frente único a su interno  deberá aplicar con flexibilidad su táctica, pero en momento alguno hacer renuncia a su posición de clase dictaminada por conciencia científica. Comprender que, con todo de la táctica que se seguirá dictaminada por el compromiso con la conciencia científica de clase, necesaria e inevitablemente el Sindicato reflejará, mientras no se tenga la mayoría consciente de los militantes, un dado modo de pensar preexistente que le influye y predetermina. Y este  modo de pensar preexistente es el modo de ver, el modo de pensar y de actuar de la clase que es la  propietaria de los modos de producción de las ideas: en tal caso la burguesía empresarial.

Y el Sindicato, con todo el heroico espíritu de lucha, de sacrificio y de abnegación que comporta no puede dejar de hacerlo así, dado el bajo nivel educación general, de experiencia teórica y de su bajo nivel de dominio de lo más avanzado de los conocimientos brindados por las ciencias sociales y naturales, no puede dejar de ser campo nutricio para la predominancia de las ideas sociales y culturales de los representantes ideológicos, periodísticos, profesorales y políticos de la dominante clase propietaria que no dejará por momento alguno de influir, directa o indirectamente, en el pensamiento de la clase obrera y de sus dirigentes.

En fin, que el sindicalismo, como conjunto de ideas y de experiencias prácticas, las más de las veces sancionadas por las leyes y el peso de ese representante colectivo de los intereses del empresariado que son el Estado y el gobierno, no puede dejar de llevar indeleblemente su condición de sindicato influido por el modo de pensar burgués. De sindicato portador del modo de pensar empresarial, con toda su cohorte de las malas prácticas que le desvían y le apartan de su misión de su misión histórica, de la que es portador, reduciéndose a representar de la de su contrario histórico, expresándolo con la política del colaboracionismo y la conciliación de clase, el apego al legalismo, a la paz social, del reformismo y el abandono de la lucha de clases;

Que la expresión “conciencia de clase” se convierte una frase general, abstrusa y vacía si se desliga al Sindicato de toda vinculación con las diversas formas de la lucha de clases, se abandona el compromiso de la clase obrera de liberar a todos los explotados y oprimidos del yugo de la opresión social y de apropiarse del robo de la plusvalía generalizada realizado por el empresariado y el Estado burgués, por ende, no se adquiere o se pierde toda vocación revolucionaria de poder. Es decir, si la clase obrera, el Sindicato, hace renuncia a todo eso se traiciona a sí misma y a los trabajadores no-asalariados, como son los campesinos, a las masas de nacionalidades oprimidas nacionalmente, a los pequeños productores urbanos y del campo.

Por desdicha eso sucede actualmente en Panamá y en todo el mundo. Dado que tras la expresión de “conciencia de clase”, en su generalidad, esconde una gran mistificación. La que por lo general distorsiona la visión y la comprensión de lo que significa asumir una posición de clase y vanifica la demanda histórica de que la clase obrera y el Sindicato, como su representante natural, de que haga suya una clara y urgente estrategia de poder revolucionaria. Y allí radica el quid del problema de la distorsión de la auténtica conciencia de clase.

Olvidando el hecho de que en el seno de la clase obrera, por ende del Sindicato mismo, existen y preexisten diversos  niveles de compresión de lo que es la conciencia de clase. Olvidándose el hecho de que existe, como hemos señalado más atrás, una conciencia de clase reformista, sindicalerista, economicista e inmediatista. Creada, formada y perpetuada por influencia directa de los sectores empresariales; así como también se puede constatar la existencia de una conciencia de clase revolucionarista, liberalanaquista y radicalista,  alimentada e introducida por la intelectualidad pequeñoburguesa (por ende, burguesa) presente inevitablemente en el movimiento obrero y sindical.

A la vez, el proletariado sólo podrá superar esa conciencia de clase reformista, como aquella radicalista, más que asumiendo una la conciencia de clase comunista, basada en el marxismo-leninismo, la que permitirá asumir el cumplimiento de su misión histórica y revolucionaria. Bregando, dura e intransigentemente, por la independencia ideológica y política de la clase obrera y del Sindicato de todos sus enemigos naturales, económicos, sociales, políticos e ideológicos. Es el salto cualitativo de la espontaneidad a la conciencia de clase científica; a su transformación en clase para sí


DE LA CONCIENCIA DE CLASE AL PARTIDO OBRERO INDEPENDIENTE

El quid de la disparidad entre la conciencia de clase reformista y la conciencia de clase comunista consiste, y es lo debe aclararse al militante sindical, y obrero en general, si ha de asumir,  asimilar y reconocer como suyo el programa del partido obrero independiente. Aquí “aclarar” es la palabra clave; ella remite a la errónea idea de que un día al militante sindical se le encenderá el bombillo, por dos o tres folletos o escritos de Marx o de Lenin, o de que la conciencia de clase comunista descenderá sobre el elegido como una gracia divina. Se trata de que el núcleo dirigente proletario participe, directa y cotidianamente, en la elevación y fortalecimiento de conciencia de los asociados hasta hacerle comprender la necesidad generar y militar el partido político obrero independiente, como su núcleo de vanguardia de toda la clase obrera; poniéndole en claro que el objetivo de la lucha, tanto sindical como política, es la eliminación del sistema del salariado y la recuperación para los trabajadores de la plusvalía, finalmente, la eliminación revolucionaria del capitalismo.

Al actuar así no se puede confundir que el Sindicato y el Partido obrero independiente ocupan dos niveles claramente diferenciados: el Sindicato en el campo de la lucha económica, reivindicativa, y la del partido obrero independiente otro, el de la política de oposición revolucionaria de clase. Cada uno actuando con autonomía y bajo se propia responsabilidad, pero reconociendo que entre ambos existe una relación dialéctica, puesto que el trabajador hace en el sindicato, con su lucha cotidiana reivindicativa, una escuela de combate por su libertad económica y social y la Organización política proletaria, fundiéndose con un tal objetivo estratégico sindical, esclarece la senda justa de la revolución social anticapitalista, forjándose así una férrea y objetiva unidad de lucha.

“Porque no se puede, en verdad, –dice Lenin- confundir al Partido, como destacamento de vanguardia de la clase obrera, con toda la clase… precisamente porque existen diferencias en el grado de conciencia y en el grado de proximidad al Partido. Nosotros somos un partido de clase; por eso casi toda la clase (y en épocas de guerras, en épocas de guerra civil, la clase en su integridad) tiene que actuar bajo la dirección de nuestro Partido, debe tener con nuestro Partido el contacto más estrecho posible”.

Por eso, tanto el Sindicato como el Partido deben oponerse firmemente a cualquier tendencia que lleve aguas a la política de la “neutralidad sindical” en la lucha del Partido obrero independiente contra el sistema de poder económico y político, gubernamental y estatal,, como a aquella de llevar al sindicato, en base el neutralismo burgués, a la política de reconciliación y apoyo al gobierno de los capitalistas y a identificarse partidos políticos burgueses porque aplican una política de reformas “desde arriba”, ya populista de derecha o ya de “izquierda”.

Ya en 1871 Marx ha llamado a la clase obrera en un artículo suyo a la “constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su aspiración suprema: la abolición de las clases; que la coalición de las fuerzas obreras ya obtenida por las luchas económicas debe también servir de palanca en las manos de esta clase en su lucha contra el poder político de sus explotadores… la actuación de la clase obrera, su movimiento económico y su acción política están indisolublemente unidos".

28 de agosto de 2017
Panamá



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