El Gran Sol Rojo del Amanecer

sábado, 4 de junio de 2011

ACERCA DE LAS ILUSIONES CONSTITUCIONALISTAS

V. I. LENIN

Se denomina ilusiones constitucionalistas al error político que consiste en tomar por existente, normal, jurídico, reglamentado y legal, en una palabra, <constitucional>, un régimen que en realidad no existe. Podría parecer a simple vista que en la Rusia de hoy, en julio de 1917, cuando no se ha redactado todavía ninguna Constitución, no puede hablarse siquiera del surgimiento de ilusiones constitucionalistas.  Pero, eso sería un profundo error. En realidad, la clave de toda la situación política actual en Rusia en que masas extraordinariamente vastas de la población están impregnadas de ilusiones constitucionalistas. Sin comprender esto es imposible comprender absolutamente nada de la presente situación política de Rusia. Sin colocar en primer plano el desenmascaramiento sistemático e implacable de las ilusiones constitucionalistas, sin poner al desnudo sus raíces y sin restablecer la perspectiva política justa, es imposible por completo dar un paso hacia el planteamiento acertado de las tareas tácticas en la Rusia de nuestros días.

Tomemos tres opiniones, las más típicas de las ilusiones constitucionalistas actuales, y analicémoslas con mayor atención.

Primera opinión: nuestro país se halla en víspera de la Asamblea Constituyente; por eso, cuanto ocurre ahora tiene un carácter temporal, transitorio, no muy esencial ni decisivo; pronto será revisado todo y establecido de manera definitiva por la Asamblea Constituyente. Segunda opinión: ciertos partidos –por ejemplo, los eseristas o los mencheviques, o la alianza de ambos- tienen mayoría evidente e indudable en el pueblo o en las instituciones <más influyentes>, como los Soviets; por eso, la voluntad de dichos partidos e instituciones, como en general la voluntad de la mayoría del pueblo, no puede ser eludida –o, con mayor motivo, violada- en la Rusia republicana, democrática y revolucionaria. Tercera opinión: cierta medida, por ejemplo, la suspensión del periódico Pravda, no ha sido legalizada ni por el Gobierno Provisional ni por los Soviets; por eso,  no es más que un episodio, un fenómeno casual, que no puede ser considerada en modo alguno como algo decisivo.

Pasemos a analizar cada una de estas opiniones.

I

La convocación de la Asamblea Constituyente fue prometida ya por el primer Gobierno Provisional. Dicho gobierno reconoció que su tarea principal consistía en llevar al país a la Asamblea Constituyente. El segundo Gobierno Provisional fijó la fecha del 30 de septiembre para convocarla. El tercer Gobierno Provisional, después del 4 de julio, confirmó solemnemente esta fecha.

Entretanto, existen 99 posibilidades de 100 de que la Asamblea Constituyente no sea convocada para esa fecha. Y si es convocada en ese plazo, existen también 99 posibilidades de 100 de que sea impotente e inútil como la primera Duma mientras no triunfe en Rusia una segunda revolución. Para convencerse de ello basta abstraerse, aunque  sólo sea por un minuto, del actual estrépito de frases, promesas y minucias del día, que embotan el cerebro, y echar una mirada a lo fundamental, a lo determinante en toda la vida de la sociedad: la lucha de clases.

Está claro que la burguesía se ha fundido en Rusia con los terratenientes del modo más estrecho. Así lo demuestran toda la prensa, todas las elecciones, toda la política del Partido Demócrata Constitucionalista y de los partidos que se encuentran a su derecha y todos los discursos pronunciados en <congresos> por personas <interesadas>. La burguesía comprende perfectamente lo que no comprenden los charlatanes pequeñoburgueses eseristas y mencheviques de “izquierda”: que es imposible abolir la propiedad privada de la tierra en Rusia, y además sin rescate, sin efectuar una gigantesca revolución económica, sin someter a los bancos al control de todo el pueblo, sin nacionalizar los consorcios, sin adoptar las más implacables medidas revolucionarias contra el capital. La burguesía comprende muy bien todo eso. Y, al mismo tiempo,  no puede dejar de saber, ver y percibir que la inmensa mayoría de los campesinos de Rusia no sólo apoyarán ahora la confiscación de las tierras de los terratenientes, sino que se encontrarán más a la izquierda que Chernov. Porque la burguesía conoce mejor que nosotros cuántas pequeñas concesiones parciales le ha hecho Chernov, aunque sólo sea desde el 6 de mayo hasta el 2 de julio, en los problemas relacionados con la demora y el cercenamiento de diversas reivindicaciones campesinas y cuánto trabajo les costó a los eseristas de derecha (¡pues Chernov es considerado <centro> por los eseristas!) <tranquilizar> a los campesinos y hacerles falsas promesas en el Congreso campesino y en el Comité Ejecutivo del Soviet de diputados campesinos de toda Rusia.

La burguesía se diferencia de la pequeña burguesía en que ha sabido de su experiencia económica y política la comprensión de las condiciones necesarias para mantener < el orden> (es decir, el sojuzgamiento de las masas) en el régimen capitalista. Los burgueses son hombres prácticos, hombres que hacen negocios comerciales a gran escala y que están acostumbrados a abordar también los problemas políticos de una manera rigurosamente práctica, desconfiando de las palabras y sabiendo tomar el toro por las astas. 

En la Rusia de hoy, la Asamblea Constituyente  dará la mayoría a los campesinos más izquierdistas que los eseristas.  La burguesía lo sabe.  Y sabiéndolo, no puede dejar de luchar con la mayor decisión contra la rápida convocación de la Asamblea Constituyente. Proseguir la guerra imperialista en el espíritu de los tratados secretos firmados por Nicolás II y defender la propiedad privada terrateniente o el pago de un rescate sería imposible o increíblemente difícil con una Asamblea Constituyente. La guerra no espera. La lucha de clases no espera. Incluso el breve período comprendido entre el 28 de febrero y el 21 de abril lo mostró claramente.

Desde el comienzo mismo de la revolución se perfilaron dos opiniones acerca d la Asamblea Constituyente. Los eseristas y los mencheviques, impregnados hasta la medula de ilusiones constitucionalistas, enfocaban la cuestión con la credulidad del pequeño burgués que no desea conocer la existencia de la lucha de clases: ¡la Asamblea Constituyente ha sido proclamada, habrá Asamblea Constituyente, y basta! ¡Todo lo demás es obra del demonio! Pero los bolcheviques decíamos: la convocación de la Asamblea Constituyente y su éxito estarán asegurados  sólo en la medida en que se consoliden la fuerza y el poder de los Soviets. Los mencheviques y los eseristas trasladaban el centro de gravedad al acto jurídico: proclamación, promesa y declaración de la convocación de la Asamblea Constituyente. Los bolcheviques trasladábamos el centro de gravedad a la lucha de clases: si triunfan los Soviets, la Asamblea Constituyente estará asegurada; si no triunfan, no estará asegurada.

Y así ha ocurrido. La burguesía ha sostenido constantemente una lucha, ya solapada, ya franca, pero incesante y tenaz, contra la convocación de la Asamblea Constituyente. Esta lucha se ha manifestado en el deseo de diferirla hasta el fin de la guerra.  Esta lucha se ha manifestado en una serie de demoras en la fijación de la fecha de convocación de la Asamblea Constituyente. Cuando finalmente, después del 18 de junio, es decir, al mes y pico de formarse el ministerio de coalición, se fijó esa fecha, un periódico burgués de Moscú declaró  que se había hecho bajo la influencia de la agitación bolchevique. Pravda ha reproducido una cita textual de dicho periódico.

Después del 4 de julio, cuando el servilismo y el acoquinamiento de los eseristas y los mencheviques dieron <la victoria> a la contrarrevolución, en Riech se deslizó una expresión breve, pero original en grado sumo: ¡¡la convocación de la Asamblea Constituyente con el pretexto de que <es imposiblemente rápida>!! Y el 16 de julio aparece en Volia Naroda y en Rússkaya Volia un suelto, en el que se dice que los demócratas-constitucionalistas exigen que se aplace la convocación de la Asamblea Constituyente con el pretexto de que <es imposible> convocarla en un plazo tan >corto>; y el menchevique Tseretelli, lacayo de la contrarrevolución, ¡Acepta ya, según ese suelto, el aplazamiento hasta el 20 de noviembre!
Es indudable que un suelto de tal naturaleza ha podido deslizarse únicamente en contra de la voluntad de la burguesía, a la que lo convienen semejantes <desenmascaramientos>. Pero agujas en un costal no se pueden disimular. La contrarrevolución, desbocada después del 4 de julio, se ha ido de la lengua. La primera toma del poder por la burguesía contrarrevolucionaria después del 4 de julio va acompañada inmediatamente de un paso (y un paso muy serio) contra la convocación de la Asamblea Constituyente.

Eso es un hecho. Y este hecho revela toda la vacuidad de las ilusiones constitucionalistas. Sin una nueva revolución en Rusia, sin derrocar el poder de la burguesía contrarrevolucionaria (de los demócratas-constitucionalistas, en primer término), sin conseguir que el pueblo deniegue su confianza a los partidos eserista y menchevique, a los partidos de la conciliación con la burguesía, la Asamblea Constituyente no será convocada en general o será un <charlamento de Francfort>, una reunión estéril e inútil de pequeños burgueses, terriblemente asustados por la guerra y por  l perspectiva de que la burguesía declare el <boicot al poder> y que se agitan  impotentes ente los esfuerzos por gobernar sin la burguesía y el temor a pasarse sin ella.

El problema de la Asamblea Constituyente está  s u b o r d i n a d o  al desarrollo y el desenlace de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Recuerdo que a Rabóchaya Gazeta se le escapo un día que la Asamblea Constituyente sería una Convención. Es una muestra de fanfarronería huera, mezquina y despreciable de nuestros lacayos  mencheviques de la burguesía de la burguesía contrarrevolucionaria. Para que no sea un <charlamento de Francfort> o una I Duma,  para que sea una Convención, es preciso tener la audacia, la capacidad y la fuerza necesarias para asestar golpes implacables a la contrarrevolución, y no ponerse de acuerdo con ella. Para eso es preciso que el poder se halle en manos de la clase más avanzada, más decidida y más revolucionaria de nuestra época. Para eso es preciso que esta clase sea apoyada por toda la masa de pobres de la ciudad y del campo (los semiproletarios). Para eso es preciso ajustar las cuentas implacablemente a la burguesía contrarrevolucionaria, es decir,  a los demócratas-constitucionalistas y, en primer lugar, a los altos mandos del ejército. Tales son las condiciones reales, de clase, materiales para la Convención. Basta con enumerar estas condiciones de un modo preciso y concreto para comprender cuán ridícula es la jactancia de Rabóchaya Gazeta, cuán infinitamente estúpidas son las ilusiones constitucionalistas de los eseristas y los mencheviques acerca de la Asamblea Constituyente en la Rusia actual.

II

Al fustigar a los <socialdemócratas> pequeñoburgueses de 1848, Marx estigmatizó con singular dureza su desenfrenada vanilocuencia sobre <el pueblo> y la mayoría del pueblo en general. Es oportuno recordar precisamente esto al examinar la segunda opinión, al analizar las ilusiones constitucionalistas respecto a <la mayoría>.

Para que la mayoría decida de verdad en el Estado son necesarias ciertas condiciones reales. A saber: hay que establecer firmemente un régimen estatal, un poder del Estado que dé la posibilidad de resolver los asuntos como quiera la mayoría y asegure la transformación de esta posibilidad en realidad. Esto por una parte. Por la otra, es indispensable que dicha mayoría pueda, tanto por su composición de clase como por la correlación de unas u otras clases dentro de ella (y fuera de ella), gobernar en buena armonía y con éxito la nave del Estado. Está claro para todo marxista que estas dos condiciones reales desempeñan un papel decisivo en el problema de la mayoría del pueblo y en la gestión de los asuntos del Estado de acuerdo a la voluntad de esa mayoría. Sin embargo, todas las publicaciones políticas de los eseristas y de los mencheviques, y más aún su conducta política, ponen de manifiesto la más absoluta incomprensión de estas condiciones.

Si el poder político en un Estado se encuentra en manos de una clase  cuyos intereses coinciden con los de la mayoría, entonces es posible gobernar el Estado verdaderamente de acuerdo con la voluntad de la mayoría.  Pero sí el poder político se encuentra en manos de una clase cuyos intereses divergen de la mayoría, entonces toda gobernación de acuerdo con el criterio de la mayoría se transforma inevitablemente en un engaño o en el aplastamiento de esa mayoría. Cualquier república burguesa nos ofrece centenares y miles de ejemplos de ello. En Rusia, la burguesía domina económica y políticamente. Sus intereses, sobre todo durante la guerra imperialista, divergen del modo más brusco de los intereses de la mayoría. Por eso, desde un punto de vista materialista, marxista, y no jurídico formal, el quid de la cuestión está en denunciar esa divergencia, en luchar contra el engaño de las masas por la burguesía.

Nuestros eseristas y mencheviques, al contrario,  han demostrado y probado plenamente su verdadero papel como instrumentos de la burguesía para engañar a las masas (a <la mayoría>), como vehículos y cómplices de ese engaño.  Por sinceros que sean algunos eseristas y mencheviques, sus ideas políticas fundamentales –la creencia de que se puede salir de la guerra imperialista y conseguir <una paz sin anexiones ni contribuciones> sin la dictadura del proletariado y sin la victoria del socialismo; de que se puede lograr el paso de la tierra a manos del pueblo sin rescate e implantar <control> sobre la producción en interés del pueblo sin esa misma condición-, esas ideas políticas (y económicas, claro está) fundamentales de los eseristas y mencheviques no son otra cosa, objetivamente, que un autoengaño pequeñoburgués o, lo que es lo mismo, un engaño de las masas (de la <mayoría>) por la burguesía.

He aquí nuestra enmienda primera y principal al planteamiento del problema de la mayoría por los demócratas pequeñoburgueses, por los socialistas a lo Luis Blanc, por los eseristas y mencheviques: ¿qué valor tiene, en la práctica, <la mayoría> cuándo es de por sí sólo un hecho formal, mientras que materialmente, en realidad, es la mayoría de los partidos que llevan a la práctica el engaño de esa mayoría por la burguesía?

Como es natural –y llegamos así a la segunda <enmienda>, a la segunda de las condiciones fundamentales mencionadas más arriba-, como es natural, ese engaño puede ser comprendido justamente sólo en el caso de que se pongan en claro sus raíces de clase y su significado de clase. No se trata de un engaño personal, de una “fullería” (hablando vulgarmente); se trata de una idea ilusoria, que dimana de la situación económica de una clase. El pequeño burgués se encuentra en una situación económica tal y sus condiciones de vida son tales que no puede dejar de engañarse y se inclina, involuntaria e inevitablemente, unas veces hacia la burguesía y otras hacia el proletariado. N o  puede  e c o n ó m i c a m e n t e  tener una <línea> independiente.

Su pasado lo impulsa hacia la burguesía; su futuro, hacia el proletariado. Su juicio se inclina hacia este último; su prejuicio (según la conocida expresión de Marx), hacia la primera. Para que la mayoría del pueblo pueda ser una auténtica mayoría en la gobernación del Estado, para que pueda servir de verdad a los intereses de la mayoría, para que proteja de verdad sus derechos, etc., hace falta una determinada condición de clase. Esta condición consiste en que la mayoría de la pequeña burguesía se una al proletariado revolucionario, por lo menos en el momento decisivo y en el lugar decisivo. 

Sin eso, la mayoría será una ficción, que podrá mantenerse durante algún tiempo, brillar, resplandecer, meter ruido y cosechar laureles, pero que, no obstante, está condenada al fracaso de una manera absoluta e inevitable. Dicho sea de pasada, en eso consiste precisamente la bancarrota, revelada en la revolución rusa en julio de 1917, de la mayoría con que contaban los eseristas y mencheviques.

Prosigamos. La revolución se diferencia de una situación <corriente> en el Estado precisamente en que los problemas litigiosos de la vida pública son resueltos de un modo directo por la lucha de clases y por la lucha de las masas, comprendida su lucha armada. Y no puede ocurrir de otro modo, por cuanto las masas son libres y están armadas. De este hecho fundamental se deduce que en tiempos de revolución no basta con poner en claro <la voluntad de la mayoría>; no,  hay que ser más fuerte en  el momento decisivo y en el lugar decisivo, hay que vencer.   Desde la <guerra campesina> de la Edad Media en Alemania hasta los grandes movimientos y épocas revolucionarios –incluidos los años de 1848, 1871 y 1905- vemos innumerables ejemplos de minorías que, más organizadas, más conscientes y mejor armadas, impusieron su voluntad a la mayoría y la vencieron.

Federico Engels recalcaba especialmente una enseñanza de la experiencia, que une hasta cierto punto la insurrección campesina del siglo XVI y la revolución de 1848 en Alemania: la dispersión  de las acciones y la falta de centralización de las masas oprimidas derivada de su situación pequeñoburguesa en la vida. Y enfocando el problema desde este lado, llegamos a la misma conclusión: la simple mayoría de las masas pequeñoburguesas no decide ni puede decidir nada, pues sólo la dirección de la burguesía  o del proletariado puede proporcionar a los millones de pequeños propietarios rurales desperdigados organización, conciencia política de las acciones y centralización de éstas (imprescindible para vencer).

En fin de cuentas, los problemas de la vida social los resuelve, como se sabe, la lucha de clases en su forma más enconada, más violenta: en forma de guerra civil. Y en esta guerra, como en toda guerra, decide –hecho también conocido y que nadie discute en principio- la economía. Es elocuente y significativo en extremo que tanto los eseristas como los mencheviques, sin negar eso <en principio> y comprendiendo muy bien el carácter capitalista de la Rusia actual, no se atrevan a mirar serenamente la verdad cara a cara. Temen reconocer la verdad de que todo país capitalista, incluida Rusia, está dividida fundamentalmente en tres fuerzas principales, cardinales: la burguesía, la pequeña burguesía y el proletariado. De la primera y la tercera habla todo el mundo, las reconoce todo el mundo. Pero no se quiere justipreciar serenamente la segunda -¡es decir, precisamente la mayoría numérica!- ni desde el punto de vista económico, ni desde el político, ni desde el militar!

La verdad amarga: a esto se reduce el temor de los eseristas y mencheviques a la autognosia.

III

Cuando comenzamos este artículo, la suspensión de Pravda era sólo un hecho <fortuito>, no refrendado aún por el poder del Estado. Ahora, después del 16 de julio, este poder ha clausurado formalmente Pravda.

Esta medida, si se la enfoca históricamente, en conjunto, en todo el proceso de su preparación y realización, ilumina magníficamente con viva luz <la esencia de la Constitución> en Rusia y el peligro de las ilusiones constitucionalistas.

Es sabido que el Partido Demócrata Constitucionalista, con Miliukov y el periódico Riech al frente, viene exigiendo  ya a partir de abril que se adopten medidas represivas contra los bolcheviques. En las formas más diversas, desde los artículos oficiales> de Riech hasta los reiterados gritos de Miliukov: <Encarcelar> (a Lenin y a otros bolcheviques), esta exigencia de medidas represivas ha sido una de las partes principales, si no la más importante, del programa político de los demócratas-constitucionalistas en la revolución.

Mucho antes de la vil y calumniosa acusación, inventada y fabricada por Aléxinski y Cía. en junio y julio, de que los bolcheviques éramos espías alemanes o habíamos recibido dinero de Alemania; mucho antes de la acusación, igualmente calumniosa y en contradicción con los hechos notorios y documentos publicados, de <insurrección armada> o de <motín>; mucho antes de todo eso, el Partido Demócrata Constitucionalista empezó a exigir de manera sistemática, firme e incesante medidas represivas contra los bolcheviques. Si esa exigencia ha sido satisfecha ahora ¿qué opinión se puede tener de la honestidad y la perspicacia de quienes olvidan o aparentan olvidar el verdadero origen de clase y de partido de tal exigencia? ¿Cómo no calificar de burdísima falsificación o de increíble estupidez política los esfuerzos que hacen ahora los eseristas y mencheviques por aparentar que creen en <el motivo> <fortuito> o <aislado> surgido el 4 de julio de las medidas represivas contra los bolcheviques? ¡Porque el falseamiento de las verdades históricas indiscutibles tiene también límites!

Es suficiente comparar el movimiento del 20 y del 21 de abril con el movimiento del 3 y 4 de julio para convencerse en el acto de que tienen un carácter similar: estallido espontáneo del descontento, la impaciencia y la indignación de las masas; disparos provocadores desde la derecha; muertos en la Avenida Nevski; aullidos calumniosos de la burguesía, especialmente de los demócratas constitucionalistas, acerca de que <los leninistas> abrieron fuego en la Nevski> irritación extrema y exacerbación de la lucha entre la masa proletaria y la burguesía; desconcierto completo de los partidos pequeñoburgueses, de los eseristas y mencheviques; vacilaciones de proporciones gigantescas en su política y, en general, ante el problema del poder del Estado. Todos estos hechos objetivos caracterizan ambos movimientos. Y las jornadas del 9, 10 y 18 de junio nos muestran, en otra forma, un cuadro de clase absolutamente igual.

El curso de los acontecimientos está clarísimo: crecimiento cada día mayor del descontento, la impaciencia y la indignación de las masas; exacerbación cada día mayor de la lucha ente el proletariado y la burguesía, sobre todo por conquistar la influencia entre las masas pequeñoburguesas.  Y en relación con ello, dos importantísimos acontecimientos históricos que prepararon la dependencia de los eseristas y mencheviques respecto a los demócratas constitucionalistas contrarrevolucionarios. Estos acontecimientos son: primero, la formación del ministerio de coalición el 6 de mayo, en el que eseristas y mencheviques resultaron ser fámulos de la burguesía, enredándose cada día más en confabulaciones y acuerdos con ella, en miles de <servicios> prestados a ella y en el aplazamiento de las medidas revolucionarias más indispensables; y después, la ofensiva en el frente. La ofensiva significaba inevitablemente la reanudación de la guerra imperialista, un aumento gigantesco de la influencia, peso y papel de la burguesía imperialista, una amplísima difusión del chovinismo entre las masas y, por último –last but not least (último en orden, pero no en importancia)-, a los altos mandos contrarrevolucionarios del ejército.

 Tal es el curso de los acontecimientos históricos que ha profundizado y enconado las contradicciones de clase desde el 20 y 21 de abril hasta el 3 y 4 de julio y que ha permitido a la burguesía contrarrevolucionaria realizar, después del 4 de julio, lo que el 20 y 21 de abril se había perfilado con la mayor claridad como su programa y su táctica, como su objetivo inmediato y sus medios <limpitos> que deben conducir al fin propuesto.

Nada hay más baladí desde el punto de vista histórico, nada hay más mezquino en la teoría ni más ridículo en la práctica que los gimoteos pequeñoburgueses con motivo del 4 de julio (que repite, por cierto, L. Martov) acerca de que los bolcheviques <se ingeniaron> para derrotarse a sí mismos, de que esa derrota es resultado de su aventurerismo>, etc., etc. Todos esos gemidos, todas esas consideraciones acerca de que <no se debía> haber participado (¡¡en la tentativa de dar un carácter <pacífico y organizado> al descontento y la indignación archilegítimas de las masas!!), o son una apostasía, si provienen de bolcheviques, o son una manifestación habitual de la pusilanimidad y el embrollo habituales del pequeño burgués. La realidad es que el movimiento del 3 y 4 de julio nació del movimiento del 20 y 21 de abril, y después de él, tan ineluctablemente como el verano sigue a la primavera. Era un deber ineludible del partido proletario permanecer al lado de las masas, esforzarse por dar un carácter lo más pacífico y organizado posible a sus justas acciones, no hacerse a un lado ni lavarse las manos como Pilatos, basándose en el pedantesco argumento de que las masas  no estaban organizadas hasta el último hombre y que en su movimiento suele haber excesos (¡como si no hubiera habido excesos el 20 y 21 de abril! ¡como si en la historia hubiera habido un solo movimiento serio sin excesos!).

Y la derrota de los bolcheviques después del 4 de julio dimanó de modo inevitable, desde el punto de vista histórico, de todo el desarrollo precedente de los acontecimientos precisamente porque las masas pequeñoburguesas y sus líderes –los eseristas y los mencheviques- el 20 y 21 de abril no estaban atados todavía por la ofensiva, no se habían enredado aún en el <ministerio de coalición> en mezquinas componendas con la burguesía, mientras que para el 4 de julio se habían atado y enredado ya tanto que no podían dejar de caer en la colaboración (en las medidas represivas, en las calumnias y en el terror sanguinario) con los demócratas-constitucionalistas contrarrevolucionarios. Los eseristas y los mencheviques cayeron definitivamente  el 4 de julio en el albañal de la contrarrevolución porque rodaron hacia él de modo consecuente en mayo y junio, en el gobierno de coalición y en la aprobación de la política de ofensiva.

En apariencia nos hemos desviado un tanto de nuestro tema, la clausura de Pravda, las detenciones de bolcheviques y demás formas de persecución contra ellos no son otra cosa –si se analiza la esencia del asunto y el nexo de los acontecimientos- que el cumplimiento del viejo programa de la contrarrevolución y, en particular, de los demócratas-constitucionalistas.

Será instructivo en extremo examinar ahora quién precisamente ha cumplido este programa y con qué métodos.

Veamos los hechos. El 2 y 3 de julio, el movimiento crece, las masas hierven de indignación ante la inactividad del gobierno, la carestía, la ruina y la ofensiva. Los demócratas-constitucionalistas se retiran jugando al ganapierde>; presentan un ultimátum a los eseristas y mencheviques, atados al poder pero carentes de poder, y les dejan que expíen la derrota y la indignación de las masas.

Los días 2 y 3, lo bolcheviques contienen a las masas para que no se lancen a la acción. Esto lo ha reconocido  i n c l u s o  un testigo de Dielo Naroda al relatar lo ocurrido el 2 de julio en el Regimiento de Granaderos. En la tarde del 3 de julio, el movimiento se desborda y los bolcheviques redactan un llamamiento, en el que señalan la necesidad de darle un carácter < pacífico y organizado>. El 4 de julio, los disparos provocadores desde la derecha aumentan el número de víctimas del tiroteo en ambas partes. Es preciso subrayar que la promesa del Comité Ejecutivo de investigar los sucesos, publicar dos boletines al día, etc., etc., ¡no fue más que una vana promesa! Los eseristas y los mencheviques no hicieron absolutamente nada, ¡¡ni siquiera publicaron la lista completa de los muertos por ambas partes!!

El 4 de julio, por la noche, los bolcheviques redactan un llamamiento, en el que se exhorta a cesar las acciones, y Pravda lo publica esa misma noche. Pero esa misma noche empieza, en primer lugar, la llegada de tropas contrarrevolucionarias a Petrogrado (al parecer, llamadas o traídas con el consentimiento de los eseristas y mencheviques, de sus Soviets; por cierto, y como es natural, ¡se guarda hasta ahora el mayor y más riguroso silencio sobre este punto <delicado>, aún después de haber pasado la más mínima necesidad de mantener el secreto!). En segundo lugar, esa misma noche comienzan los pogromos contra los bolcheviques, realizados por destacamentos de cadetes, etc., que actúan evidentemente por orden de Pólovtsev, comandante en jefe de las tropas, y del Estado Mayor. En la noche del 4 y 5 es asaltada la Redacción de Pravda, el 5 y 6 es asaltada su imprenta, Trud; se asesina en pleno día al obrero Vóinov por sacar de dicha imprenta ejemplares de Listok Pravdi; se efectúan registros y detenciones de bolcheviques y se desarma a los regimientos revolucionarios.

¿Quién comenzó todo eso? No fueron ni el gobierno ni el Soviet, sino la pandilla militar contrarrevolucionaria concentrada alrededor del Estado Mayor General, que actúa en nombre del <servicio de contraespionaje>, divulga las calumnias fabricadas por Perevérzev y Aléxinski para <atizar la ira> de las tropas, etc.

El gobierno está ausente. Los Soviets están ausentes; tiemblan por su propia suerte, reciben una serie de informaciones de que los cosacos pueden llegar y aniquilarlos. La prensa ultrarreaccionaria y demócrata-constitucionalista, que acosa a los bolcheviques, empieza a acosar también a los Soviets.

Los eseristas y los mencheviques se ataron de pies y manos con toda su política. Como hombres atados, llamaron (o toleraron que se llamase) a las tropas contrarrevolucionarias a Petrogrado. Y eso los ató más aún. Han rodado al fondo mismo del repugnante albañal contrarrevolucionario. Disuelven cobardemente su propia comisión, nombrada para investigar <el caso> de los bolcheviques. Entregan vilmente a los bolcheviques a merced de la contrarrevolución. Participan humilladamente en la manifestación con motivo del entierro de los cosacos muertos, besando así la mano a los contrarrevolucionarios.

Son hombres atados. Están en el fondo del albañal.

Van de un lado para otro: entregan una cartera a Kerenski, van a Canosa a humillarse ante los demócratas-constitucionalistas, organizan una <Dieta de los Zemstvos> o <coronación> del gobierno contrarrevolucionario en Moscú. Kerenski destituye a Pólovtsev.

Pero este ajetreo no es más que ajetreo y no cambia en nada la esencia de la cuestión. Kerenski destituye a Pólovtsev y, al mismo tiempo, refrenda y legaliza las medidas de Pólovtsev y su política, suspende Pravda, implanta la pena de muerte para los soldados, prohíbe los mítines en el frente y prosigue las detenciones de bolcheviques (¡incluso de Kolontái!), de acuerdo con el programa de Aléxinski.

La <esencia de la Constitución> en Rusia se precisa con claridad asombrosa: la ofensiva en el frente y la coalición con los demócratas-constitucionalistas en la retaguardia arrojan a los eseristas y mencheviques al vertedero de la contrarrevolución. D e  h e c h o, el poder del Estado pasa a manos de la contrarrevolución, a manos de la pandilla militar. Kerenski y el gobierno de Tsereteli y Chernov sólo  les sirven de pantalla y se ven obligados a legalizar a posteriori sus medidas, sus pasos y su política.

El chalaneo de Kerenski, Tsereteli y Chernov con los demócratas-constitucionalistas tiene una importancia secundaria, si no de décimo orden. La esencia de la cuestión no cambiará porque en este chalaneo venzan los demócratas-constitucionalistas o se sostengan aún <solos> Tsereteli y Chernov; el viraje de los eseristas y los mencheviques hacia la contrarrevolución (viraje obligado por toda su política desde el 6 de mayo) sigue siendo el factor principal, fundamental, decisivo.

El ciclo de desarrollo de los partidos ha terminado. Los eseristas y los mencheviques han rodado de un escalón a otro, de la expresión de <confianza> a Kerenski el 28 de febrero al 6 de mayo, que los ató a la contrarrevolución, y al 5 de julio, en que cayeron a fondo en ella.
Empieza un nuevo período. La victoria de a contrarrevolución ha hecho que las masas se desilusionen de los partidos eserista y menchevique y desbroza el camino que llevará a esas masas a una política de apoyo al proletariado revolucionario.


Escrito el 26 de julio (8 de agosto) de 1917.                                             T. 25. Págs. 174-187
Publicado el 4 y 5 de agosto de 1917  en los núms. 11 y 12 del periódico <Rabochi y Soldati>

(Tomado de Entre dos revoluciones. Artículos y discursos de 1917. Editorial Progreso. Moscú)








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Datos personales

periodista obrero. Comunista (marxista-leninista). Antiimperialista, anticapitalista y antimilitarista.