Homar Garcés.
Martes 1ro de marzo de 2011
Con gran entusiasmo, muchas personas a nivel mundial celebran lo que está ocurriendo en algunas naciones del Medio Oriente, llegando a concluir que todo es parte de una gran revolución internacional.
Más aún al concluir que, desde la exótica región del Maghreb al Golfo de Adén, las rebeliones populares que se han desatado y extendido con una fuerza inusitada, amenazando la estabilidad de los distintos regímenes allí establecidos, afectarán la hegemonía de Estados Unidos en dicha región, puesto que la mayoría de ellos se hallan ligados -en una u otra forma- a la tutela del imperialismo yanqui. Así, podría determinarse también que la política exterior de intervención global aplicada por Washington desde la eclosión de su par durante la Guerra Fría, la Unión Soviética, se halla contra la pared al carecer de elementos válidos que le permitan desplegar sus marines en defensa de sus aliados en desgracia.
Esto no sería en modo alguno objetable. Pero sí lo es el hecho que se quiera ignorar o disminuir las causas que los produjeron. En este sentido, hay que señalar que el mundo entero se ha visto obligado a observar con interés los acontecimientos sucedidos en Túnez, desde donde la llama de la rebelión se desparramó a Yemen, Jordania, Sudán, Argelia y, con mayor intensidad y dramatismo, a Egipto, estableciéndose cierto paralelismo con lo ocurrido en nuestra América durante las dos últimas décadas del siglo XX. Sin embargo, poco se ha resaltado que la catástrofe social -con todo lo que implica una crisis económica prolongada, incluyendo una alta tasa de desempleo y de escasez de alimentos- es el común denominador de las revueltas escenificadas en la geografía del Medio Oriente.
Así, según lo resume el autor del libro “La armadura del capitalismo”, Alejandro Teitelbaum, “las revueltas populares en Túnez y en Egipto sobre un fondo de opresión, hambre y desocupación, que los medios conservadores y alguna gente de izquierda han calificado de “revolución” (distorsionando así la idea de revolución mediante la manipulación del lenguaje) se mueven dentro de marcos muy estrechos, porque a pesar de su masividad, el poder de decisión lo siguen teniendo las elites dominantes con el respaldo de las fuerzas armadas y con el apoyo explícito de las grandes potencias encabezadas por Estados Unidos, que se han pronunciado por una “transición ordenada” (cambiar algo para que todo siga igual)”. A ello se agrega la importancia excedida atribuida a los diferentes medios electrónicos de comunicación, con lo cual se reducen las condiciones objetivas que las originaron, dando lugar a una manipulación mediática a escala internacional.
En síntesis, para el imperialismo estadounidense (lo mismo que para sus aliados económicos y políticos de Europa y Japón), la efervescencia social del Oriente Medio le exige replantearse su concepción geopolítica con sentido de urgencia, puesto que -de radicalizarse ésta- sus intereses e influencia en las naciones árabes serían seriamente afectados, quedándole sólo Israel como apoyo en dicha región. Si el control se le escapa de las manos a Washington, en coincidencia con la opinión del periodista uruguayo Raúl Zibechi, “… el sistema internacional, tal y como venía funcionando desde su última gran reestructuración, punto que podemos fijar en 1945 al finalizar la Segunda Guerra Mundial, no seguirá existiendo durante mucho tiempo”. Algo que, inevitablemente, tendría sus enormes repercusiones en el resto de los continentes, atizando la lucha internacional en contra de la hegemonía del capital que se viene librando y acrecentando desde finales del siglo pasado, teniendo su primer epicentro en nuestra América, como consecuencia de los desequilibrios generales provocados por la crisis financiera mundial.
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