LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE Y EL PROBLEMA DE LAS CAPAS MEDIAS
José Stalin
Es indudable que uno de los
problemas fundamentales de la revolución obrera es el problema de las capas
medias, o sea, el campesinado y la clase media trabajadora de la ciudad. Aquí es
preciso incluir a las nacionalidades oprimidas, compuestas en sus nueve décimas
partes por capas medias. Como veis son las mismas capas que, por su situación
económica, se hallan situadas entre el proletariado y la clase de los
capitalistas. Dos circunstancias determinan
el peso específico de estas capas: en primer lugar, son la mayoría o, en
todo caso, un minoría considerable de la población de los Estados actuales; en
segundo lugar, constituyen las importantes reservas de donde la clase
capitalista recluta su ejército contra el proletariado. El proletariado no puede mantenerse en el
poder sin la simpatía, sin el apoyo de las capas medias, y sobre todo del
campesinado, particularmente en un país como nuestra Unión de Repúblicas. El
proletariado no puede siquiera aspirar en serio a conquistar el Poder, si estas
capas no han sido, por lo menos, neutralizadas, si estas capas no han tenido
aún tiempo de apartarse de la clase capitalista, si todavía constituyen, en su
masa, el ejército del capital. De aquí la lucha por las capas medias, la lucha
por el campesinado, que pasa como hilo de engarce por toda nuestra revolución,
desde 1905 hasta 1917, lucha que se halla lejos de haber terminado y que
todavía continuará en el futuro.
La revolución de 1848 en
Francia fue derrotada porque, entre otras cosas, no logró despertar la simpatía
del campesinado francés. La Comuna de París cayó porque, entre otras cosas,
tropezó con la oposición de las capas
medias, y ante todo con la del campesinado. Lo mismo cabe decir de la
revolución rusa de 1905.
Partiendo de la experiencia
de las revoluciones europeas, algunos marxistas vulgares, con Kautsky a la
cabeza, llegaron a la conclusión de que las capas medias, y ante todo, el
campesinado, son casi enemigos naturales de la revolución obrera; que, por consiguiente, es preciso orientarse hacia un período más
prolongado del desarrollo, al cabo del cual el proletariado constituirá la
mayoría de la nación, y con ello se darán las condiciones reales para la
victoria de la revolución obrera. Basándose en esta conclusión, los marxistas
vulgares ponían en guardia al proletariado contra la revolución “prematura”.
Basándose en esta conclusión, y por consideraciones de principios, entregaban
por entero a las capas medias a merced del capital. Basándose en esta
conclusión, nos pronosticaban la muerte de la Revolución rusa de Octubre,
alegando que el proletariado constituye en Rusia una minoría, que Rusia es un
país campesino y que, por consiguiente, el triunfo de la revolución obrera es
imposible en Rusia.
Es significativo que el
propio Marx tuviese una opinión completamente distinta de las capas medias, y
ante todo del campesinado. Mientras los marxistas vulgares se desatendían del
campesinado y lo entregaban a la entera disposición política del capital,
alardeando vocingleramente de la firmeza de sus principios, Marx, el marxista
más firme de todos los marxistas en el terreno de los principios, aconsejaba
insistentemente al Partido Comunista que no dejase de tener en cuenta al
campesinado, que lo conquistara para el proletariado y que se asegurase su
apoyo en la próxima revolución proletaria. Es sabido que, en la década del 50
del siglo pasado, después de la derrota de la revolución de febrero en Francia
y Alemania, Marx escribía a Engels y, por intermedio suyo, al Partido Comunista
de Alemania:
“En
Alemania todo dependerá de la posibilidad de respaldar la revolución proletaria
con alguna segunda edición de la guerra campesina”.
Esto se escribía acerca de
la Alemania de la década del 50, país campesino, en el que el proletariado
constituía una minoría insignificante, en el que el proletariado estaba menos
organizado que en Rusia de 1917, en el que el campesinado hallábase, por su
situación, menos dispuesto a apoyar la
revolución proletaria que el de la Rusia de 1917.
No cabe duda de que la
Revolución de Octubre fue la feliz combinación de la “guerra campesina” y de la
revolución proletaria, de que hablaba Marx, a despecho de todos los charlatanes
“fieles a los principios”. La Revolución de Octubre demostró que esta
combinación es posible y realizable. La Revolución de Octubre demostró que el
proletariado puede tomar el Poder y mantenerse en él, si consigue apartar de la
clase capitalista a las capas medias, u ante todo al campesinado; si consigue transformar a estas capas, de
reserva del capital, en reserva del proletariado.
En pocas palabras: La Revolución de Octubre fue la primera de las
revoluciones del mundo que destacó en primer plano el problema de las capas
medias, y, ante todo, el problema del campesinado, y lo resorbió
victoriosamente; a despecho de todas las “teorías” y de todas las lamentaciones
de los héroes de la IIa Internacional.
En esto reside el primer
mérito de la Revolución de Octubre, si es que en general se puede hablar de
méritos en el presente caso.
Pero las cosas no se reducen
a esto. La Revolución de Octubre ha ido más allá, tratando de agrupar en torno
al proletariado a las nacionalidades oprimidas. Ya hemos dicho más arriba que,
en sus nueve décimas partes, estas últimas están compuestas por campesinos y
por la clase media trabajadora de la ciudad, sino también como nacionalidades,
es decir, como trabajadores de una determinada nacionalidad, con un idioma, una
cultura, un modo de vida, unos usos y unas costumbres determinadas. Este doble
peso de la opresión no puede por menos
de revolucionar a las masas trabajadoras de las nacionalidades oprimidas, no
puede por menos de empujarlas a la lucha contra la fuerza principal de la opresión:
contra el capital. Esta circunstancia constituyó la base sobre la cual el
proletariado consiguió conjugar la “revolución proletaria”, no sólo con la
“guerra campesina”, sino también con la “guerra nacional”. Todo esto no pudo
por menos de extender el campo de acción de la revolución proletaria mucho más
allá de los límites de Rusia, no pudo por menos de comprometer a las reservas
más profundas del capital. Si la lucha por las capas medias de una determinada
nacionalidad dominantes es la lucha por las reservas más próximas del capital, la lucha por la liberación de las
nacionalidades oprimidas no podía dejar de convertirse en una lucha por las
conquista de algunas de las reservas más profundas del capital, en una lucha
por liberar de la opresión del capital a las colonias y a los pueblos que no
gozan de la plenitud de derechos. Esta última lucha se halla lejos de haber
terminado; es más, ni siquiera ha tenido tiempo de dar los primeros éxitos
decisivos. Pero esta lucha por las reservas profundas ha comenzado gracias a la
Revolución de Octubre y, sin duda, se irá desarrollando gradualmente, a media
que se desarrolla el imperialismo, a medida que se desarrolla la revolución
proletaria en el Occidente.
En pocas palabras: la Revolución de Octubre inició de hecho la lucha
del proletariado por las reservas profundas del capital, formadas por las masas
populares de los países oprimidos y que no gozan de la plenitud de derechos; la
Revolución de Octubre fue la primera en levantar la bandera de la lucha por la
conquista de estas reservas. En esto reside su segundo mérito.
La conquista del campesinado
se llevó a cabo en nuestro país bajo la bandera del socialismo. Los campesinos
que recibieron la tierra de manos del proletariado, que vencieron a los
terratenientes con ayuda del proletariado y que subieron al Poder bajo la
dirección del proletariado, no podían dejar de sentir, no podían dejar de
comprender que el proceso de su liberación se realizó y seguirá realizándose
todavía bajo la bandera del proletariado, bajo su roja bandera. Esta circunstancia
tenía que convertir forzosamente la bandera del socialismo, que antes era un
espantajo para el campesinado, en una bandera que atrae su atención y le ayuda
a liberarse del atraso, de la miseria y de la opresión.
Lo mismo cabe decir, pero en
mayor grado, de las nacionalidades oprimidas. El llamamiento a la lucha por la
liberación de las nacionalidades, llamamiento respaldado por hechos como la
liberación de Finlandia, la retirada de las tropas de Persia y de China, la
formación de la Unión de Repúblicas, la franca ayuda moral a los pueblos de
Turquía, de China, de Indostán y de Egipto, ha sido un llamamiento que por vez primera salió de los labios de los hombres
vencedores en la Revolución de Octubre. No puede considerarse casual el hecho
de que Rusia, que era antes los ojos de las nacionalidades oprimidas una
bandera de opresión, se haya convertido ahora, después de haberse hecho
socialista, en bandera de liberación. No es casual tampoco el hecho de que el
nombre del camarada Lenin, jefe de la Revolución de Octubre, sea ahora el
nombre más querido en labios de los campesinos aherrojados y oprimidos y de la
intelectualidad revolucionaria de las colonias y de los países que no gozan de
la plenitud de derechos. Si antiguamente los esclavos oprimidos y aplastados
del vasto Imperio Romano consideraban el cristianismo como un ancla de
salvación, hoy día los acontecimientos nos llevan a que el socialismo pueda
servir (¡y ya empieza a servir!) de bandera de liberación para los millones y
millones de hombres de los vastos Estados coloniales del imperialismo. Apenas
si se puede dudarse de que esta circunstancia ha facilitado considerablemente
la lucha contra los prejuicios existentes contra el socialismo y ha abierto el
camino a las ideas del socialismo en los rincones más apartados de los países
oprimidos. Si antes un socialista no podía presentarse a cara descubierta entre
las capas medias, no proletarias, de los países de los países oprimidos u
opresores, ahora puede actuar abiertamente entre estas capas propagando las
ideas del socialismo, con la esperanza de ser escuchado e incluso secundado, ya
que posee un argumento de tanto peso como la Revolución de Octubre.
En pocas palabras: la Revolución de Octubre desbrozó el camino para
hacer llegar las ideas del socialismo a las capas medias, no proletarias, a las
capas campesinas de todas las nacionalidades y pueblos, y convirtió la bandera
del socialismo en una bandera popular para ellas. En esto reside el tercer mérito
de la revolución de Octubre.
Publicado con la firma de J.
Stalin
el 7 de noviembre de 1923 en
el
Núm. 253 de <Pravda>
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