(NOTA DE LUMINOSO FUTURO: El mundo que conocemos está en
abierto proceso de disolución. En eso coincidimos con el analista internacional
peruano Enrique M. Gamarra, apoyado en el artículo que reproducimos,
seguidamente, cuyo autor es Jorge Beistein. Pero, en este proceso actúan factores económicos y, con
cierto grado de autonomía en el análisis, factores políticos. Que en un tal
movimiento interno de autodesintegración espontánea del sistema mundial
capitalista, diseñado por el imperialismo desde las primeras décadas del siglo
XIX a hoy, inicio del XXI, habría que, cosa que escapa a Beistein y ¿quizás? al
analista Gamarra, considerar otro
aspecto componente de la contradicción
fundamental que lo marca decisoriamente: la resistencia y la ofensiva
histórico-política de la clase obrera, vanguardizada por el Movimiento
comunista internacional –con sus fluctuaciones en su comando que le han
caracterizado a lo largo de todo dicho período- la que reclama un cambio
diseñal cualitativo internacional. También producto de las leyes del
capitalismo-imperialismo. La realidad social y política, máxime en este nivel internacional,
es plena de contradicciones, fundamentales algunas y otras de carácter
secundario, marcadas objetivamente por la iniciativa histórica de la clase
obrera, no por de la burguesía imperialista o no. Obviando eso todo análisis
cojea. ¿El mundo va a la guerra? Desde luego que sí. De ello han hablado, en su
momento, Lenin, Stalin y Mao. Lo que está claramente confirmado en los hechos
actuales, económicos y políticos. En la última década el imperialismo ha estado
desatando, es su visión lógica metafísica de la política, un sinnúmero de
guerra de agresión, de conquista colonial y de nueva redistribución del
planeta; en esa situación, algunos hablan de imperialismo en ofensiva; no hay
tal, en su realidad trataríase, para decirlo en los términos de Mao, de una
defensiva estratégica. La tal ofensiva estaría mediatizada por el desatamiento
de las contradicciones interiimperialistas y el agudizamiento de las
contradicciones entre la clase obrera y los pueblos victimados por la agresión
armada imperialista, por un lado, y el imperialismo agonizante. De ahí, lo que
por algún motivo no trata el intelectual Gamarra, hablar de guerra imperialista
o interiimperialista hace obligante el remitirse a las realidades de la revolución
mundial, en sus concreciones estratégicas guerras populares de liberación
nacional y guerras civiles por el socialismo. Gamarra las presupone, al
contrario Beistein ni las barrunta, pero esquiva decirlo abiertamente. Puesto
que el “derrumbamiento global” del sistema imperialista jamás ocurrirá
espontáneamente, por desgaste económico y político, puesto que no hay
constatación en la historia universal ejemplo de desaparición de un sistema económico-social
por sus propias leyes que le han llevado a su putrefacción, sino mediase la
acción de fuerzas externas a él o la acción rupturista consciente de la clase
obrera comunista).
Cambios decisivos en el sistema global
Entre ilusiones y guerras desesperadas contra el tiempo
Jorge Beinstein
El FMI ha informado
recientemente que en 2014 a nivel global el primer Producto BrutoInterno
(medido a paridad de poder de compra) ya no es el de los Estados Unidos sino el
de China. Según esa información en 2014 China representa el 16,4 % del Producto
Bruto Mundial contra 16,2 % de los Estados Unidos. En 1980 Estados Unidos
representaba el 22,3 % y China solo 2,3 %. En el año 2004 Estados Unidos
todavía parecía estar ubicado en una cima difícil de alcanzar con el 20,1 % del
Producto Bruto Mundial y China crecía pero llegaba al 9,1 % (menos de la mitad
del PBI estadounidense). En diez años más se equilibró la balanza y de acuerdo
al pronóstico del FMI la diferencia a favor de China aumentará en los próximos
años.
Los datos
suministrados por el FMI muestran no solo la expansión china sino también (principalmente)
la declinación de los Estados Unidos cuyo poderío económico relativo global fue
retrocediendo año tras año desde el inicio del siglo actual. La respuesta de su
elite dirigente fue seguir con el proceso de financiarización que la había
encumbrado al mismo tiempo que degradaba al sistema industrial y acumulaba
deudas mientras que para proteger y prolongar sus privilegios parasitando sobre
el resto del mundo exacerbó su tendencia militarista. Lo que se había iniciado
en la última etapa del gobierno de Clinton se agravó con la llegada de George
W. Bush y lo hizo aún más bajo la presidencia de Obama. Las guerras se fueron
sucediendo y extendiendo, la crisis financiera de 2008 no
calmó la euforia
belicista, por el contrario la acentuó y las bajas tasas de crecimiento productivo
que siguieron, las amenazas de default, el aumento de la marginalidad social, las
pérdidas de mercados externos y otras calamidades dejaron vía libre al autismo imperial.
Nos encontramos ante la reacción desesperada de un sistema drogado embarcado en
una loca fuga hacia adelante, los lobos de Wall Street convergen con los militares
hitlerianos de la OTAN al timón de un inmenso Titanic que alberga al conjunto
del G5 (Estados Unidos+Alemania+Francia+Japón+Inglaterra).
No se trata solo de
China superando a los Estados Unidos, siguiendo los datos del FMI en 2014 el
BRICS ha alcanzado al G5 (cada uno representa aproximadamente el 30 % del Producto
Bruto Mundial) y lo estaría superando en 2015. El militarismo es asumido por la
clase dominante norteamericana como la “solución” a sus problemas buscando así
someter a sus aliados-vasallos de la OTAN, acorralar a Rusia y a China,
sumergir en el caos a países de todos los continentes y así tomar posesión de
una amplia variedad de recursos naturales de la periferia, desde el petróleo y
el gas hasta llegar al coltan, al litio o al oro. Esa andanada de agresiones
comienza a transformarse en un súper boomerang que golpea a la cabeza del
imperio acosado por deudas y amenazas inflacionarias y recesivas.
Por otra parte no hay
desacople, la Unión Europea y Japón se hunden junto a su amo.
Tampoco se salvan los
capitalismos “emergentes” de la periferia y aunque a corto plazo sacan ventajas
del debilitamiento del centro del mundo a mediano plazo esos países van quedando
atrapados en la decadencia global. Sus principales clientes comerciales son precisamente
las economías capitalistas centrales declinantes mientras que la trama financiera
(equivalente a veinte veces el Producto Bruto Mundial) envuelve a todas las burguesías
centrales y periféricas, neoliberales y estatizantes, pobres y ricas. Tanto
Rusia como China seguidas por un amplio espectro de países periféricos han conseguido
gracias a los controles e intervenciones económicas de sus estados preservar durante
un cierto tiempo sus mercados internos y sus estructuras productivas, pero las economías
de China, India y Brasil se desaceleran y en consecuencia se aceleran sus contradicciones
internas y Rusia ya ha entrado en recesión (suave por ahora).
El viejo centro del
mundo en torno del G5 apura su decadencia amenazando imponer el mayor desastre
civilizacional y ecológico de la historia en tanto que sus oponentes periféricos
buscan resistir a una avalancha que los desborda. Tratan de integrarse pero ocurre
que cada potencia emergente ha basado su prosperidad reciente en las demandas de
los mercados centrales en crisis que a través de complejas arquitecturas
financieras y comerciales pudieron mantener en funcionamiento sus economías
inundando al planeta con dólares sobrevaluados que les permitían comprar producciones
periféricas a bajo costo. Pero ahora y en el futuro previsible para seguir
funcionando (en realidad para prolongar su agonía) necesitan bajar aún más los
costos periféricos hasta llevar el proceso al nivel de saqueo. Por su parte los
periféricos no pueden prescindir de esos mercados centrales, no tienen como remplazarlos
completamente ni a corto ni a mediano plazo.
Un horizonte de
guerras y crisis se va instalando de manera irresistible.
Asistimos actualmente
a una doble carrera contra el tiempo. En primer lugar la de
Occidente y Japón que
buscan someter en unos pocos años al resto del mundo para saquear sus recursos
naturales y exprimir velozmente lo que reste de sus mercados internos. Sus
estrategas consideran que de ese modo podrían reducir los costos de sus empresas,
preservar sus ganancias y sostener a los mercados internos imperiales o por lo menos
desacelerar su declinación. Aunque el logro de esas metas choca con
resistencias periféricas (estatales y populares) que el Imperio no ha podido
hasta ahora anular, además su decadencia económica y política reduce año tras
año la eficacia de dichos proyectos.
Por su parte los
capitalismos emergentes también desarrollan una guerra contra el tiempo aunque
a un plazo más largo que se va acortando. En torno del BRICS, las integraciones
eurasiáticas, latinoamericanas, etc. buscan desarrollar mercados comunes que
remplacen a los mercados occidentales declinantes generando de ese modo una
dinámica capaz de salvarlos del desastre global motorizado por Occidente e
incluso arrastrando a este último más adelante hacia una nueva prosperidad.
Pero esa ilusión enfrenta problemas de casi imposible solución. Los emergentes
periféricos necesitan tiempo para reconvertirse y adaptarse a los mercados de
reemplazo internos y externos, si los capitalismos centralesse derrumban a
corto plazo los emergentes sufrirán el impacto de esa retracción y entrarán en
un período de crisis explosivas. Para que los capitalismos centrales no se derrumben
a corto plazo prolongando una suerte de declinación controlada sería necesario
que los mismos preserven sus privilegios monetarios (hegemonía del dólar) y comerciales
pero eso solo es posible a costa de la estabilidad económica y política de los capitalismos
emergentes. Doblegando a Rusia, China, Irán y sus aliados y amigos periféricos
podrían entonces saquear libremente al conjunto de la periferia. Occidente lograría
una suerte de aterrizaje suave con lo que el planeta ingresaría en una era de decadencia
general prolongada.
Dicho de otra manera:
para no caer los emergentes necesitan que Occidente demore, desacelere su caída
y para que ello ocurra Occidente necesita saquear a la periferia, hacer caer a
los emergentes. De todos modos si Occidente llega a tener éxito y sumerge en el
caos al resto del mundo seguramente ese caos provocará el quiebre de sus
propias sociedades.
En realidad ambas
carreras contra el tiempo tienden a converger en un proceso común de crisis,
sus ritmos diferenciados de desaceleración del crecimiento económico comienzan
a acercarse, (Brasil y Rusia por ejemplo se estancan actualmente igual que
Inglaterra o Japón) integrándose a un espacio universal de crisis políticas,
financieras, militares, sociales, locales, regionales, etc., es decir a la
trama compleja de la decadencia del capitalismo como sistema mundial. Las
esperanzas de superación de la crisis desde el interior del sistema se van
diluyendo, Occidente no recupera sus glorias definitivamente perdidas y desde
la periferia no llega la regeneración, el rejuvenecimiento del capitalismo.
Algunos años antes de
la Comuna de París Proudhon describía a la Francia decadente de su tiempo de la
siguiente manera: “Todas la tradiciones están gastadas, todas
las creencias anuladas, en cambio el nuevo
programa no aparece, no está en la conciencia del
pueblo, de ahí lo que yo llamo 'la disolución'.
Es el momento más atroz en la existencia
de las sociedades”1. Como sabemos unos pocos
años después, desde lo más profundo del desastre emergió la Comuna de París
(1871), insurgencia efímera pero decisiva que iluminó las rebeliones del siglo
XX.
El horizonte negro que
nos ofrece esta civilización contrasta con la increíble vitalidad demográfica,
tecnológica y social en general que demuestra la humanidad lo que anuncia choques,
confrontaciones, alternativas que deberían ir más allá de los límites
deteriorados del sistema.
1
Citado en Pierre Olivier, “La Commune”, Ch. 1, Gallimard, Paris, 1939.
Publicado
en el blog de Enrique Muños Gamarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario