Sobre la cooperación
(1923)
Me parece
que no prestamos atención suficiente a la cooperativización. Es poco probable
que todos comprendan que ahora, a partir de la Revolución de Octubre y a pesar
de la NEP (por el contrario, en este sentido habría que decir: precisamente
gracias a ella), el cooperativismo adquiere en nuestro país una importancia en
verdad extraordinaria.
En los
sueños de los viejos cooperativistas hay muchas fantasías; tantas que a menudo
resultan cómicos. ¿En qué consiste esa fantasía? En que la gente no comprende
la importancia fundamental, esencial, de la lucha política de la clase obrera
por terminar con el dominio de los explotadores. Nosotros los hemos derrocado,
y mucho de lo que parecía fantástico, incluso romántico y hasta trivial en los
sueños de los viejos cooperativistas, se convierte en la realidad más
evidente. En efecto, dado que la clase obrera es dueña del poder estatal,
y que a ésta le pertenecen todos los medios de producción, sólo nos resta
organizar a la población en cooperativas. La más elevada organización de los
trabajadores en cooperativas permite que el socialismo que antes despertaba
justificadas burlas, sonrisas y actitudes desdeñosas por parte de quienes
estaban convencidos, y con razón, de la necesidad de la lucha de clases por el
poder político, etc., logre por sí mismo su objetivo. Ahora bien, no todo los
camaradas advierten la enorme importancia que adquiere ahora para nosotros el
cooperativismo en Rusia. Con la NEP hicimos una concesión al campesino en su
calidad de comerciante, una concepción al principio del comercio privado;
precisamente de ello emana (al contrario de lo que algunos creen) la
importancia fundamental de la cooperación. Lo que necesitamos, en síntesis es
organizar en cooperativas a la población rusa, de modo lo suficientemente
amplio y profundo durante el período de la NEP, pues ahora hemos encontrado el
grado de conjugación de los intereses privados, de los intereses comerciales
privados, con los intereses generales; los métodos de comprobación y control de
los intereses privados por el Estado, el grado de su subordinación a los
intereses generales, lo que antes constituyó un escollo para muchos
socialistas. En efecto todos los grandes medios de producción en poder el
Estado, y este poder en manos del proletariado, la alianza de éste con millones
y millones de pequeños y muy pequeños campesinos, la garantía de que la
dirección de estos últimos la ejerce el proletariado, etc.., ¿no representa
acaso todo lo necesario para edificar la sociedad socialista completa partiendo
del cooperativismo, sólo por medio de él, de ese cooperativismo al que antes
tratábamos de mercantilista y que ahora bajo la NEP, merece también en cierto
modo el mismo trato? Eso no es todavía la edificación de la sociedad
socialista, pero sí todo lo imprescindible y suficiente para construirla.
Pues bien,
esta circunstancia es desestimada por muchos de nuestros militantes dedicados
al trabajo práctico. Entre nosotros se siente menosprecio por el
cooperativismo, no se comprende su excepcional importancia, en primer lugar
desde el punto de vista de los principios (la propiedad del Estado sobre los
medios de producción), y en segundo lugar en lo que se refiere al paso a un
nuevo orden de cosas, por el camino más sencillo, fácil y accesible para el
campesino. Y en esto, una vez más, reside lo esencial. Una cosa es fantasear
acerca de los diferentes tipos de asociaciones obreras necesarias para la
construcción del socialismo, y otra aprender en la práctica a construirlo, de
modo tal que cada pequeño campesino colabore en esta tarea. En esta etapa
estamos, y es indudable que después de haber alcanzado la aprovechamos muy
poco. Al pasar a la NEP nos excedimos, pero no porque dimos demasiada
preeminencia al principio de la industria y el comercio libres, sino porque olvidamos
la importancia del cooperativismo, no lo valoramos como corresponde, dejamos de
pensar en su enorme significación en cuanto a los dos aspectos arriba
indicados. Me propongo ahora conversar con el lector sobre lo que puede y
debe hacerse en la práctica y en este momento, partiendo del principio del
cooperativismo. ¿Con qué recursos es posible y necesario, desarrollar hoy el
principio del “cooperativismo”, de modo tal que todos comprendan la importancia
que tiene para el socialismo? Es necesario organizar el cooperativismo en
el aspecto político, de suerte que no solo represente en todos los casos
ciertas ventajas, sino que éstas sean de índole puramente material (del tipo de
interés bancario, etc.). Se debe conceder a las cooperativas recursos del Estado,
superiores aunque sea en pequeña medida a los que se otorgan a las empresas
privadas, elevándolos incluso hasta el nivel de los que se destinan a la
industria pesada, etc.
Todo
régimen social necesita, para surgir, del apoyo financiero de una clase
determinada. Huelga recordar los centenares de millones de rublos que contó el
nacimiento del capitalismo “libre”. Ahora debemos comprender, para obrar en
consecuencia, que el régimen social al que hoy debemos prestar un apoyo
extraordinario es al régimen cooperativo. Pero hay que apoyarlo en el verdadero
sentido de la palabra, es decir, que no basta con una ayuda similar a la que se
presta a cualquier intercambio de tipo cooperativo, sino que se trata de
fortalecer un intercambio basado en el cooperativismo, en el cual deben
participar en forma efectiva las auténticas masas de la población. Entregar una
prima al campesino que participa en el intercambio cooperativo es sin duda acertado,
pero al mismo tiempo es preciso comprobar hasta qué grado esa participación es
consciente, qué valor tiene: esta es la clave del problema. Cuando un
cooperativista llega a una aldea y organiza allí un almacén cooperativo, la
población, a decir verdad, no participa; pero al mismo tiempo, y guiada por su
propio interés, se apresurará a intentarlo.
Este
problema tiene también otro aspecto. Nos queda muy poco por hacer, desde el
punto de vista de un europeo “civilizado” (ante todo que sepa leer y escribir),
para que la población entera participe, no de manera pasiva, sino activa en las
operaciones de las cooperativas. A decir verdad nos resta “sólo” una cosa:
lograr que la población sea tan “civilizada” como para comprender las ventajas
que representa la participación de todos en las cooperativas, y para que se
organice para ello. “Sólo” eso. Ninguna otra clase de sabiduría necesitamos
ahora para al socialismo. Mas, para realizar eso “sólo” es preciso una
verdadera revolución, una etapa completa de desarrollo cultural de la masa del
pueblo. Por lo mismo nuestra norma debe ser: limitar al mínimo posible las
elucubraciones y los artificios. En este sentido la NEP es ya un progreso, pues
se adapta al nivel del campesino más corriente y no reexige nada superior. Pero
para lograr que, a través de la NEP, el conjunto de la población tome parte en
las cooperativas, es necesaria toda una época histórica, que en el mejor de los
casos recorreremos en uno o dos decenios. Será una época histórica particular,
pero sin pasar por ella, sin terminar con el analfabetismo, sin lograr un grado
suficiente de comprensión, sin obtener de la población que se acostumbre en
cierta medida a recurrir a los libros –brindándole la base material para ello-;
sin asegurarla, por ejemplo, y en cierta medida contra las malas cosechas, el
hambre, etc., no podremos alcanzar nuestro objetivo. Todo depende ahora de que
todo este impulso y entusiasmo revolucionarios que hemos revelado con
suficiente amplitud y coronado con un éxito completo, seamos capaces de
combinarlo con la habilidad necesaria para ser (aquí estoy casi dispuesto a
decirlo) un mercader inteligente e instruido, lo que basta para ser un buen
cooperativista. Cuando hablo de esta habilidad, entiendo a un mercader culto.
Que lo recuerden bien los rusos o simplemente los campesinos que piensan: el
que comercia es capaz de ser comerciante. Esto es por completo equivocado. Es
cierto que lo hacen, pero de ahí a ser un comerciante culto hay mucha
distancia. Comercian al estilo asiático, mientras que para convertirse en un
buen comerciante es necesario hacerlo a la europea. Y de esto los separa toda
una época.
Termino:
el cooperativismo se basa en una serie de privilegios económicos, financieros y
bancarios; en esto debe consistir el apoyo de nuestro Estado socialista al
nuevo principio según el cual debe organizarse la población. Esto sólo en
líneas generales, puesto que aún queda por determinar y enumerar en detalle el
aspecto práctico del problema; es decir, que es preciso encontrar qué forma
tendrán las “primas” (y condiciones de entrega) que concederemos por el trabajo
realizado en pro de las cooperativas, forma que nos permita prestar ayuda
suficiente a las cooperativas y preparar cooperativistas cultos. Ahora bien, el
régimen de cooperativistas cultos, cuando existe la propiedad social sobre los
medios de producción y cuando el proletariado ha triunfado como clase sobre la
burguesía, es el régimen socialista.
Siempre
que escribí algo acerca de la nueva política económica, cité mi artículo de
1918 acerca del capitalismo de Estado. Esto, en más de una ocasión, despertó
dudas entre algunos camaradas jóvenes, dudas que giraban en torno de cuestiones
políticas abstractas. Creían que no se debía calificar de capitalismo de
Estado a un régimen en que los medios de producción pertenecen a la clase
obrera y en el que ésta es dueña del poder estatal. Sin embargo no advertían
que utilicé la formulación “capitalismo de Estado”, en primer lugar para
establecer la vinculación histórica entre nuestra posición actual y la adoptada
en la polémica contra los llamados comunistas de izquierda; también demostré
entonces que el capitalismo de Estado sería superior a nuestra economía actual;
lo importante para mí era establecer la continuidad entre el capitalismo de
Estado corriente y aquel otro no común, incluso extraordinario en exceso, al
que hice referencia cuando introduje al lector en la nueva política económica.
En segundo lugar, para mí siempre tuvo importancia el objetivo práctico. Y en
relación con nuestra política económica, este consistía en obtener concesiones,
las cuales, sin duda alguna, en las condiciones imperantes entre nosotros,
representaría un tipo puro de capitalismo de Estado.
Pero hay
otro aspecto, según el cual podríamos necesitar el capitalismo de Estado, o por
lo menos trazar un paralelo con él. Se trata del cooperativismo.
Es
indudable que éste, en las condiciones del Estado capitalista, representa una
institución capitalista colectiva. Tampoco hay duda de que en las condiciones
de nuestra actual realidad económica, cuando unimos las empresas capitalista
privadas –siempre sobre la base de la tierra socializada y sólo bajo el control
del poder del Estado, que pertenece a la clase obrera- con las de tipo
efectivamente socialista (cuando tanto los medios de producción como el suelo
en que se halla la empresa y toda ella en conjunto pertenecen al Estado), surge
el problema de un tercer tipo de empresas, que antes en lo que se refiere a los
principios en que se basaban, no eran independientes, es decir: las empresas
cooperativas. En el capitalismo privado, las empresas cooperativas se
diferencian de las capitalistas por ser colectivas en vez de privadas. En el
capitalismo de Estado, las empresas cooperativas se diferencian de las
capitalistas estatales, en primer lugar porque son empresas privadas, y en
segundo lugar, porque son colectivas, pero no de las socialistas, siempre y
cuando la tierra y los medios de producción pertenezcan en ellas al Estado, es
decir a la clase obrera.
Esta
circunstancia no la tenemos suficientemente en cuenta cuando discutimos sobre
el cooperativismo. Olvidamos que éste adquiere en nuestro país, debido a la
peculiaridad de nuestro régimen estatal, una importancia en verdad excepcional.
Si dejamos a un lado las concesiones, que por cierto no han alcanzado en el
país un desarrollo importante, bajo nuestras condiciones, la cooperativización
coincide a cada paso con el socialismo.
Me
explicaré: ¿en qué consiste el carácter fantástico de los planes de los viejos
cooperativistas, comenzando por Roberto Owen? En que soñaban con la
transformación pacífica de la sociedad moderna mediante el socialismo sin tener
en cuenta problemas tan fundamentales como el de la lucha de clases, la
conquista del poder político por la clase obrera, el derrocamiento de la
dominación de la clase de los explotadores. Y por eso tenemos razón cuando
afirmamos que ese socialismo “cooperativo” es pura fantasía, algo romántico y
hasta trivial, pues sueña con transformar, mediante el simple agrupamiento de
la población en cooperativas, a los enemigos de clase en colaboradores de
clase, o a la guerra de clases en paz de clases (la llamada paz civil).
Es
indudable que teníamos razón a la tarea fundamental de la actualidad, ya que
sin la lucha de clases por el poder político del Estado no se puede llegar al
socialismo.
Pero
fíjense cómo ha cambiado ahora la situación, debido a que el poder del Estado
está en manos de la clase obrera, a que el poder político de los explotadores
ha sido derrocado y todos los medios de producción (excepto los que el Estado
obrero, en forma voluntaria por cierto tiempo y sujetos a determinadas
condiciones, cede a los explotadores) están en poder de la clase obrera.
Ahora
tenemos el derecho de afirmar que para nosotros el simple desarrollo de la
cooperativización se identifica (salvo la “pequeña” excepción indicada más
arriba) con el desarrollo del socialismo y al mismo tiempo nos vemos obligados
a reconocer que se ha producido un cambio radical en todos nuestros puntos de
vista sobre el socialismo. Este cambio radical consiste en que antes nuestro
objetivo fundamental era, y así debía ser, la lucha política, la revolución, la
conquista del poder, etc. Mientras que ahora el centro de gravedad cambia hasta
desplazarse hacia la organización pacífica del trabajo “cultural”. Y hasta
diría que este centro de gravedad habría que desplazarlo en nuestro país hacia
la instrucción, si las relaciones internacionales no nos obligaran a luchar en
escala mundial por nuestras posiciones. Pero si dejamos esto a un lado y nos
limitamos a nuestras relaciones económicas interiores, en realidad el centro de
gravedad se reduce hoy a la labor de educación.
Tenemos
ante nosotros dos tareas principales, que representan toda una época. Una
reorganizar nuestro aparato, que no sirve en absoluto, y que tomamos
íntegramente de la época anterior; en cinco años de lucha nada serio logramos
en este aspecto y no podía ser de otro modo. La segunda tarea es el trabajo
cultural entre los campesinos, cuyo objetivo económico es precisamente el
cooperativismo. Si pudiéramos organizar en cooperativas a toda la población,
podríamos decir que nos afirmamos con ambos pies en una base socialista. Pero
organizar a toda la población en cooperativas requiere de los campesinos (es
decir de esa inmensa masa de la población) tal grado de cultura, que sin una
completa revolución cultural esa organización total es imposible.
Nuestros
adversarios nos han dicho más de una vez que emprendemos una obra descabellada,
cuando nos imponemos implantar el socialismo en un país de insuficiente
cultura. Pero se equivocan cuando afirman que comenzamos, no en el orden debido
según la teoría (de toda clase de pedantes); olvidan que entre nosotros la
revolución política y social precedió la revolución cultural, a esa revolución
ante la cual, a pesar de todo, nos encontramos ahora.
Esta
revolución cultural es hoy suficiente para que nuestro país se convierta en
socialista, pero presenta increíbles dificultades, tanto en el aspecto
puramente cultural (pues somos analfabetos) como en el material (pues para ser
cultos es necesario cierto desarrollo de los medios materiales de producción,
es indispensable determinada base material)
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