Michael Roberts. Resumen
Latinoamericano
La teoría económica keynesiana es dominante en la
izquierda del movimiento obrero. Keynes es el héroe económico de los que
quieren cambiar el mundo; para poner fin a la pobreza, la desigualdad y las
continuas pérdidas de ingresos y puestos de trabajo en las crisis recurrentes.
Y sin embargo, cualquiera que haya leído las notas de mi blog sabe que el análisis económico keynesiano es erróneo, empíricamente
dudoso y sus prescripciones políticas para corregir los errores del capitalismo
han demostrado ser un fracaso.
En los EEUU, los grandes gurús de la oposición a
las teorías neoliberales de la escuela de economía de Chicago y a las políticas
de los republicanos son keynesianos. Paul Krugman , Larry Summers y Joseph Stiglitz o, ligeramente más radicales, Dean
Baker o James Galbraith. En el Reino Unido, los líderes de la izquierda del
Partido Laborista en torno a Jeremy Corbyn y John McDonnell, socialistas
confesos, se inspiran en economistas keynesianos como Martin Wolf, Ann Pettifor
o Simon Wren Lewis para sus propuestas políticas y análisis. Los invitan a sus
consejos de asesores y seminarios. En Europa, los Thomas Piketty mandan.
Los estudiantes graduados y profesores que
participan en Rethinking Economics , un movimiento internacional
para cambiar la enseñanza ylas ideas económicas en ruptura con la teoría neoclásica,
son dirigidas por autores keynesianos como James Kwak o post-keynesianos como
Steve Keen, o Victoria Chick o Frances Coppola. Kwak, por ejemplo, ha publicado
un nuevo libro titulado Economism, que sostiene que la línea de falla económica
en el capitalismo es el aumento de la desigualdad y que el fracaso de la
economía convencional consiste en no reconocerlo. Una vez más la idea de que la
desigualdad es el enemigo, no el capitalismo como tal, exuda de los keynesianos
y post-keynesianos como Stiglitz, Kwak, Piketty o Stockhammer, y es dominante en los medios de comunicación
y el movimiento obrero. Con ello no pretendo negar la horrible importancia del aumento de la
desigualdad, sino demostrar que no se tiene en cuenta una visión
marxista sobre este tema.
De hecho, cuando los medios de comunicación quieren
ser audaces y radicales, se llenan de publicidad sobre los nuevos libros de
autores keynesianos o post-keynesianas, pero no de los marxistas. Por ejemplo,
Ann Pettifor, de Prime Economics, ha escrito un nuevo libro, The Production of Money, en el que nos
dice que “el dinero no es más que una promesa de pago” y que “creamos
dinero todo el tiempo haciendo esas promesas” , el dinero es infinito
y no limitado en su producción, por lo que la sociedad puede imprimir tanto
como quiera para invertir en sus opciones sociales sin ningún tipo de
consecuencias económicas perjudiciales. Y a través del efecto multiplicador
keynesiano, los ingresos y los puestos de trabajo pueden crecer. Y “no
importa donde el gobierno invierta su dinero, si al hacerlo se crea empleo” .
El único problema es mantener el costo del dinero, las tasas de interés, tan
bajas como sea posible, para asegurar la expansión del dinero (¿o se trata de
crédito?) para impulsar la economía capitalista. Por lo tanto, no hay necesidad
de ningún cambio en el modo de producción con fines de lucro, simplemente basta
con controlar la máquina de dinero para asegurar un flujo infinito de dinero y
todo funcionará bien.
Irónicamente, al mismo tiempo, el destacado poskeynesiano
Steve Keen se prepara para ofrecer un nuevo libro, abogando por el control de la deuda o del crédito como forma de evitar las crisis.
Haga su elección: ¿más dinero-crédito o menos? De cualquier manera, los
keynesianos difunden una narrativa económica con un análisis que considera que
sólo el sector de las finanzas es la fuerza causal de los problemas del
capitalismo.
Entonces, ¿por qué siguen siendo dominantes las
ideas keynesianas? Geoff Mann nos proporciona una explicación atractiva. Mann
es el director del Centro de Economía Política Global en la Universidad Simon
Fraser, de Canadá. En un nuevo libro, titulado In the Long Run we are all Dead, Mann
reconoce que no es que la economía keynesiana se considere correcta. Ha habido “poderosas
críticas desde la izquierda de la economía keynesiana de la que extraer
conclusiones; los ejemplos incluyen las obras de Paul Mattick, Geoff Pilling y
Michael Roberts” (¡gracias! – MR ) (p218), pero las ideas keynesianas
son dominantes en el movimiento obrero y entre los que se oponen a lo que Mann
llama el ‘capitalismo liberal’ (lo que yo llamaría el
capitalismo) por razones políticas.
Keynes reina porque ofrece una tercera vía entre la
revolución socialista y la barbarie, es decir, el fin de la civilización tal y
como (en realidad la burguesía como a la que pertenecía Keynes) la conocemos.
En los años 1920 y 1930, Keynes temió que el ‘mundo civilizado’ se
enfrentase a la revolución marxista o la dictadura fascista. Pero el socialismo
como una alternativa al capitalismo de la Gran Depresión, podría acabar con la ‘civilización’,
abriendo la puerta a la ‘barbarie’– el final de un mundo mejor, el
colapso de la tecnología y el estado de derecho, más guerras, etc-. Así que
intentó ofrecer la esperanza de que, a través de alguna modesta reforma del ‘capitalismo
liberal’, sería posible hacer que volviese a funcionar el capitalismo sin
la necesidad de una revolución socialista. No habría ninguna necesidad de ir a
donde los ángeles de la ‘civilización’ se negaban a ir. Esa
fue la narrativa keynesiana.
Este llamamiento atrajo (y todavía atrae) a los
líderes del movimiento sindical y a los ‘liberales’ que desean cambios. La
revolución es algo arriesgado y puede arrastrarnos a todos al abismo. Mann: “La
izquierda quiere democracia sin populismo, quiere políticas de cambio sin los
riesgos del cambio; quiere revolución sin revolucionarios” . (p21).
Este miedo a la revolución, Mann reconoce, apareció
por primera vez después de la Revolución francesa. Ese gran experimento de
democracia burguesa desembocó en Robespierre y el terror; la democracia se
convirtió en dictadura y barbarie – ese es más o menos el mito burgués. La
economía keynesiana ofrecía una manera de salir de la depresión de 1930 o de la
actual Larga Depresión sin socialismo. Es la tercera vía entre el statu quo de
los mercados rapaces, la austeridad, la desigualdad, la pobreza y las crisis y
la alternativa de una revolución social que conlleve a Stalin, Mao, Castro, Pol
Pot y Kim Jong-un. Es una ‘tercera vía’ tan atractiva que Mann
confiesa que incluso le seduce como una alternativa al riesgo de que la
revolución se tuerza (ver el último capítulo, donde Marx es presentado como el
Dr. Jekyll de la Esperanza y Keynes como el Mr. Hyde del miedo).
Como Mann escribe, Keynes creía que si expertos
civilizados (como él mismo) abordaban los problemas a corto plazo de la crisis
económica y las recesiones, se podría evitar el desastre a largo plazo del
colapso de la civilización. La famosa cita que recoge el título del libro de
Mann, ‘a largo plazo todos estaremos muertos’, se refiere a la
necesidad de actuar frente a la Gran Depresión mediante la intervención del
gobierno y no esperar a que el mercado se auto-corrija con el tiempo, como
pensaban los economistas y políticos neoclásicos (‘clásicos’ según
Keynes). Porque “ese largo plazo es una mala guía para los temas de
actualidad. A largo plazo todos estaremos muertos. Los economistas se fijaron
una tarea demasiado fácil, demasiado inútil, si en épocas turbulentas sólo nos
puede decir que cuando la tormenta haya pasado, el océano volverá a estar como
un plato” (Keynes). Es necesario actuar sobre los problemas a corto
plazo o se convertirán en un desastre a largo plazo. Este es el significado
adicional de la larga cita anterior: hay que lidiar con la depresión y las
crisis económicas ahora o la misma civilización se verá amenazada por la
revolución a largo plazo.
A Keynes le gustaba considerar que el papel de los
economistas era similar al de los dentistas a la hora de resolver un problema técnico de la economía como si se tratase
de un dolor de muelas (“Si los economistas pudieran llegar a pensar que son
personas humildes y competentes como los dentistas, sería espléndido”). Y
los keynesianos modernos han comparado su tarea a la de los fontaneros: reparar las
fugas en la tubería de la acumulación y el crecimiento. Pero el método real de
la economía política no es el de un fontanero o un dentista cuando soluciona
problemas a corto plazo. Es el de un científico social revolucionario (Marx),
transformándolos a largo plazo. Lo que el análisis marxista del modo de
producción capitalista revela es que no hay una ‘tercera vía’ como
Keynes y sus seguidores proponen. El capitalismo no puede ofrecer el fin de la
desigualdad, la pobreza, la guerra a cambio de un mundo de abundancia y bien
común a nivel mundial, y evitar así la catástrofe medioambiental, a largo
plazo.
Al igual que todos los intelectuales burgueses,
Keynes era un idealista. Sabía que las ideas sólo se llevan a cabo si se
ajustan a los deseos de la élite gobernante. Como él mismo dijo, “El
individualismo y el laissez-faire no podían, a pesar de sus profundas raíces en
las filosofías políticas y morales de finales del siglo XVIII y principios del
XIX, garantizar su influjo duradero en la dirección de los asuntos públicos, si
no hubiera sido porque encajaban con las necesidades y deseos del mundo de los
negocios de entonces… Todos esos elementos han contribuido al actual ambiente
intelectual dominante, a la estructura mental, a la ortodoxia de la época”.
Sin embargo, seguía creyendo que un hombre inteligente como él, con ideas
contundentes, podría cambiar la sociedad aun en contra de los intereses de
aquellos que la controlan.
Lo equivocado de esa idea fue evidente incluso para
él cuando intentó conseguir que la administración Roosevelt adoptase sus ideas
sobre cómo terminar con la Gran Depresión y que la clase política aplicase sus
ideas para un nuevo orden mundial después de la guerra mundial.
Keynes quería crear instituciones ‘civilizadas’ para
garantizar la paz y la prosperidad a nivel mundial a través de la gestión
internacional de las economías, las monedas y el dinero. Pero estas ideas de un
orden mundial para controlar los excesos de un capitalismo desenfrenado se
convirtieron en instituciones como el FMI, el Banco Mundial y el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, que acabaron promoviendo las políticas de un
imperialismo encabezado por los Estados Unidos. En lugar de un mundo de líderes ‘civilizados’
que resolvían los problemas del mundo, lo que tenemos es una terrible
águila que clava sus garras en el mundo, imponiendo su voluntad. Son los
intereses materiales los que deciden las políticas, no los economistas
inteligentes.
De hecho, Keynes, el gran idealista de la
civilización se convirtió en un pragmático en las reuniones de Bretton Woods de
la posguerra, en representación no de las masas del mundo, o incluso de un
orden mundial democrático, sino de los estrechos intereses nacionales del imperialismo
británico frente al dominio estadounidense. Keynes informó al parlamento
británico que el acuerdo de Bretton Woods no era “una afirmación de
poder estadounidense, sino un compromiso razonable entre dos grandes naciones
con los mismos objetivos: restaurar una economía mundial liberal”. Otras
naciones fueron ignoradas, por supuesto.
Para evitar la situación en la que a largo plazo
todos estemos muertos, Keynes creía que había que resolver los problemas a
corto plazo. Pero resolverlos a corto plazo no puede evitar el largo plazo. Si
se logra el pleno empleo, todo irá bien, pensó. Sin embargo, en 2017 tenemos
casi ‘pleno empleo’ en EEUU, el Reino Unido, Alemania y Japón, y no todo está
bien. Los salarios reales se han estancado, la productividad no está aumentando
y las desigualdades se agravan. Hay una Larga Depresión y no parece que vayamos
a salir de un ‘estancamiento secular’. Por supuesto, los
keynesianos dicen que la causa es que no se han aplicado las políticas
keynesianas. Pero no se han aplicado (al menos no el aumento del gasto fiscal)
porque las ideas no se imponen a los intereses materiales dominantes, al
contrario de lo que creía Keynes. Keynes lo veía boca abajo; de la misma manera
que Hegel. Hegel defendía que era el conflicto de ideas el que determinaba el
conflicto histórico, cuando es lo contrario. La historia es la historia de la
lucha de clases.
Y de todos modos, las recetas económicas de Keynes
se basan en una falacia. La larga depresión continúa no porque haya demasiado
capital que deprime los beneficios (‘eficiencia marginal’) del capital
en relación con la tasa de interés sobre el dinero. No hay demasiada inversión
(las tasas de inversión de las empresas son bajas) y las tasas de interés están
cerca de cero o incluso son negativas. La larga depresión es el resultado de
una muy baja rentabilidad y por lo tanto de insuficiente inversión, lo que ralentiza
el crecimiento de la productividad. Los salarios reales bajos y la baja
productividad son el costo del ‘pleno empleo’, en contra de todas
las ideas de la teoría económica keynesiana. No ha sido el exceso de inversión
lo que ha causado la baja rentabilidad, sino la baja rentabilidad la que ha
causado la escasa inversión.
Lo que Mann sostiene es que la teoría económica
keynesiana es dominante en la izquierda a pesar de sus falacias y fracasos
porque expresa el temor de muchos de los líderes del movimiento obrero a las
masas y la revolución. En su nuevo libro, James Kwak cita a Keynes: “En
su mayor parte, creo que el capitalismo, gestionado con prudencia, puede
probablemente ser más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier
sistema alternativo conocido, pero que en sí mismo es en muchos maneras muy
objetable. Nuestro problema es desarrollar una organización social que fuera lo
más eficiente posible sin ofender nuestras nociones de una vida satisfactoria”.
Comentarios de Kwak: “Ese sigue siendo nuestro reto hoy. Si no podemos
resolverlo, las elecciones presidenciales de 2016 (Trump) pueden convertirse en
un presagio de cosas peores por venir”. En otras palabras, si no podemos
controlar el capitalismo, las cosas pueden ir a peor.
Detrás del miedo a la revolución está el prejuicio
burgués de que dar poder a las “masas” implica el fin de la
cultura, el progreso científico y el comportamiento civilizado. Sin embargo,
fue la lucha de los trabajadores en los últimos 200 años (y antes) la que consiguió
todos estos logros de la civilización de los que la burguesía está tan
orgullosa. A pesar de Robespierre y de la revolución que ‘devora a sus
propios hijos’ (un término introducido por el pro-aristócrata Mallet
du Pan y adoptado por el burgués conservador británico, Edmund Burke), la
revolución francesa permitió la expansión de la ciencia y la tecnología en
Europa. Acabó con el feudalismo, la superstición religiosa y la inquisición e
introdujo el código napoleónico. Si no hubiera tenido lugar, Francia habría
sufrido más generaciones de despilfarro feudal y declive.
Como celebramos el centenario de la Revolución
rusa, podemos considerar la situación hipotética contraria. Si la Revolución
rusa no hubiera tenido lugar, el capitalismo ruso se hubiera industrializado
quizás un poco, pero se habría convertido en un Estado cliente de los capitales
británicos, franceses y alemanes y muchos millones más habrían muerto en una
guerra mundial inútil y desastrosa en la que Rusia hubiera seguido envuelta. La
educación de las masas y el desarrollo de la ciencia y la tecnología se habrían
frenado; como ocurrió en China, que se mantuvo en las garras del imperialismo
durante otra generación más. Si la revolución china no hubiera tenido lugar en
1949, China hubiera seguido siendo un ‘Estado fallido’ comprador, controlada
por Japón y las potencias imperialistas y devastada por los señores de la
guerra chinos, con una extrema pobreza y atraso.
Keynes era el burgués intelectual por excelencia.
Su defensa de la ‘civilización’ significaba para él la defensa
de la sociedad burguesa. Como él mismo dijo: “la guerra de clases me
encontrará en el lado de la burguesía educada”. No había manera de que
apoyase el socialismo, para no hablar de un cambio revolucionario porque “prefiriendo el
barro a los peces, exalta al proletariado grosero por encima de burgués y los
intelectuales que, cualesquiera que sean sus defectos, son la sal de vida y
llevan en si las semillas de todo progreso humano”
De hecho, en sus últimos años, alabó desde el punto
de vista económico ese capitalismo ‘liberal’ laissez faire que
sus seguidores condenan ahora. En 1944, escribió a Friedrich Hayek, el
principal ‘neoliberal’ de su tiempo y mentor ideológico del
thatcherismo, alabando su libro, El Camino de servidumbre, que
sostiene que la planificación económica conduce inevitablemente al
totalitarismo: “moral y filosóficamente me encuentro de acuerdo con
prácticamente la totalidad de él; y no sólo de acuerdo con él, sino en un
acuerdo profundamente conmovido”.
Y Keynes escribió en su último artículo publicado, “me
encuentro obligado, y no por primera vez, a recordar a los economistas
contemporáneos que la enseñanza clásica encarna algunas verdades permanentes de
gran importancia. . . . Hay en estos asuntos profundas influencias actuantes,
fuerzas naturales si se quiere, o incluso la mano invisible, que operan hacia
el equilibrio. Si no fuera así, no hubiéramos podido conseguir tantas cosas buenas
como hemos hecho durante muchas décadas pasadas”.
Por lo tanto, vuelven la economía clásica y un mar
como un plato. Una vez que la tormenta (o la recesión y la depresión) ha pasado
y en el océano reina la calma, la sociedad burguesa puede respirar un suspiro
de alivio. Keynes el radical se convirtió en Keynes el conservador después del
fin de la Gran Depresión. ¿Los radicales keynesianos se convertirán en
economistas ‘ortodoxos’ conservadores cuando termine la Larga
Depresión?
Todos estaremos muertos si no acabamos
con el modo de producción capitalista. Y ello requerirá una transformación
revolucionaria. Las chapuzas reformistas de los supuestos fallos del
capitalismo ‘liberal’ no ‘salvarán’ a la
civilización, a menos a largo plazo.
Posted: 24 Apr 2017
Publicado
por La barricada cierra la calle pero abre el camino
No hay comentarios:
Publicar un comentario