Por Quibian Gaytan
Este 18 de marzo del 2011 conmemoramos el 140º Aniversario de la primera revolución proletaria triunfante en el mundo. En ese 18 de marzo el proletariado parisino -separado del resto de la población trabajadora de Francia, aislado por un ejército extranjero sitiador y rodeado por el feroz odio de clase de la burguesía y sus perros de presa sedientos de sangre- ha osado asaltar el cielo: “¡En nombre del pueblo, la Comuna es proclamada!”. Por primera vez en la historia de la humanidad los oprimidos, los explotados, lo que nada han tenido instauran su propio poder político expulsado al gobierno burgués, a sus explotadores y opresores. Fue el primer gobierno de la clase obrera, la Comuna de París de 1871.
Es el acontecimiento más extraordinario de la historia toda. La clase obrera, con esa acción, no sólo ha confirmado en toda su justeza lo que han aseverado Carlos Marx y Federico Engels, en las páginas del Manifiesto del Partido Comunista, respecto a ser la “sepulturera del capitalismo”, sino demostrado el como a hacer el pueblo para emanciparse del yugo de sus opresores. Esa lección, pagada con la sangre obrera parisina, no será olvidada jamás.
Y esos 72 días que ha durado la Comuna de París han sido una rica fuente de sucesos, de transformaciones revolucionarias y de lecciones revolucionarias que han sentado las bases para el desarrollo de la teoría marxista, afinándola para estar acorde con la nueva época histórica que se abría en el más cercano futuro: el imperialismo como etapa superior y última del capitalismo. Asimismo, ricos en sus éxitos como en su fracaso, ya que la burguesía finalmente ha logrado derrotarla, anegándola en sangre.
Allí donde se detuvo el proletariado, por exceso de humanidad, no fue impedimento para la burguesía victoriosa, cual carnicero, para mancharse de sangre. 30,000 obreros, mujeres y niños fueron masacrados, 40,000 arrestados y de ellos 4,000 deportados. Esto es, 8 a 10 veces aprisionados por las tropas reaccionarias que la cantidad efectiva de combatientes comuneros. Con claro timbre de orgullo debemos consignar el claro carácter consecuentemente internacionalista de los comuneros de París: 1700 extranjeros fueron arrestados (700 belgas, 400 polacos, 200 italianos, húngaros y rusos... Y, el que como consecuencia de la represión, entre 3 y 5,000 personas fue forzada a exiliarse hacia el resto de Europa y por todo el mundo. Mientras que , cabe aquí apuntar, al carnicero Thiers, el fraguador y ejecutor del aplastamiento de la Comuna de París, la burguesía le ha regalado 1 millón de francos sólo para reconstruir su mansión destruida bajo la Comuna.
Ella ha sido el primer canto del gallo rojo, anunciante del amanecer luminoso del futuro. Con sus aciertos y sus errores, las medidas y tareas que cumplió, sus victorias y derrota final ha sido el punto más alto de referencia, la más rica fuente de inspiración en la lucha revolucionaria del proletariado para la conquista del poder. Marx, inmediatamente después del aplastamiento de los heroicos comuneros de París, le ha rendido el más alto reconocimiento con vibrantes y sentidas palabras: “El París obrero, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla”.
Y así ha sido. Sólo 46 años después el proletariado ruso retoma la bandera roja de de la Comuna de París, la lava con su propia sangre (1905 y febrero del 17), y la lleva a vencer con la Gran Revolución Proletaria Socialista de Octubre de 1917.
El camarada Mao al estudiar las experiencias históricas de las luchas revolucionarias del movimiento obrero mundial, de la insurrección de la Comuna de París, de las revoluciones rusas y china, ha estado en capacidad de legarnos el siguiente enunciado científico: “Crear desordenes, fracasar, crear otra vez desordenes, fracasar otra vez... hasta su derrota; esta es la lógica de los imperialistas y de todos los reaccionarios de cara a la causa popular; ellos nunca irán en contra de esta lógica. Es una ley marxista. Cuando decimos: “El imperialismo es feroz” entendemos que su naturaleza no cambiará nunca, y que lo imperialismo no depondrán jamás sus cuchillos de carnicero, que no devendrán jamás santos hasta su derrota.
“Luchar, fracasar, luchar otra vez, fracasar de nuevo, luchar otra vez... hasta la victoria; ésta es la lógica del pueblo, también él no irá nunca contra esta lógica. También esta es una ley marxista. La revolución del pueblo ruso ha seguido esta ley, y así ha hecho la revolución de pueblo chino”.
De ahí que, para nosotros sus herederos, en la larga cadena de las luchas revolucionarias de la clase obrera mundial, la derrota de la Comuna de París de 1871, con todo lo sangriento y la vesánica bestialidad de que han hecho gala los capitalistas en su represión, sólo ha sido un recodo en la indetenible marcha de la humanidad trabajadora hacia la emancipación social. La Comuna de París ha sido la estrella matutina anunciadora de una nueva época histórica, aquella de la marcha victoriosa de la humanidad explotada y oprimida al comunismo.
Cabe aquí el apuntar, aunque brevemente y no exhaustivamente, la lecciones dimanantes de dicha gran jornada desarrollada desde el 18 de marzo hasta la última escena ocurrida, ante el muro de los federados, ante el cual fueron fusilados los últimos comuneros, al 28 de mayo de 1871. Esos sucesos han probado, y muchas veces comprobado, que cuando la burguesía se ve colocada ante el peligro de perder su dominación política y económica frente a sus esclavos asalariados, en trance de perder la iniciativa histórica y militar, ella reactúa con violencia y ferocidad renovadas. Ningún sentido de humanidad, bondad y sentimentalismo: su objetivo único es exterminar “a la canalla” (Así también injuriará, 139 años después, el fascista y boca de crápula ministro de gobierno panameño, José Mulino, a los obreros de la construcción “¡maleantes de mierda!” y a los bananeros de “indios borrachos y drogados”).
1. Hacer permanente la ofensiva contra la burguesía
La Comuna nos enseña que la clase obrera en la lucha por implantar su poder político o cuando ya lo ha instalado no puede darse el lujo de tratar con bondad y honestidad a la burguesía y a los terratenientes. Dado que no basta, únicamente, que los trabajadores estén armados (recordemos que la Comuna abolió el ejército permanente y lo reemplazó con una milicia popular, la guardia nacional), sino que debe velar por hacer permanente la represión contra la burguesía, los terratenientes y los contrarrevolucionarios. Ejercer su dictadura. Para impedirles que se reactiven y se reagrupen, el que pongan una cuña divisoria entre los obreros y sus aliados sociales y políticos (esto es, los campesinos, las nacionalidades oprimidas y la pequeña y mediana burguesía urbanas). Actuando así, es como podrá salvaguardar su propio poder y marchar a la edificación de la nueva sociedad.
2. ¿Qué hacer con el viejo sistema de poder?
El viejo sistema de poder, estatal y gubernamental, es la dictadura política de las clases dominantes y opresoras. Carlos Marx, de ésta experiencia de la Comuna de París, ha extraído la siguiente lección: “La clase obrera no puede conformarse con tomar tal o cual máquina del Estado y hacerla funcionar para sus propias tareas”. Esto quiere decir, no basta ganar unas elecciones parlamentarias, o tal o cual institución u órgano del Estado como consideran los reformistas y la izquierda burguesa para después avanzar al socialismo. Ya que el reaccionario sistema de poder está organizado para defender y asegurar la continuidad del poder oligárquico y no los intereses de la emancipación popular. Por ello, la clase obrera y sus aliados, continúa Marx, debe “destruir este instrumento de la dominación de clase” por cuanto él es el “instrumento político de esclavización y no puede servir de herramienta de su emancipación”.
La clase obrera, una vez ha quitado el poder a la burguesía, debe asumir inmediatamente la tarea de la demolición del sistema de Estado y del sistema de gobierno burgués-terrateniente. Así la Comuna, desde un inicio, ha disuelto el ejército, la policía, los órganos de justicia e invalidado todo el cuerpo de leyes establecidas, dado que son los medios de represión y opresión de la burguesía y los terratenientes.
Es decir, concluyendo, dispersar el gobierno y destruir el viejo y reaccionario Estado. Al mismo tiempo, poniendo en pie su propio Estado y su propio gobierno, nuevo sistema de poder de democracia directa, de masas y autoadministrado por el pueblo trabajador.
3. La Organización política independiente de la clase obrera.
El poder político no les cayó del cielo a los trabajadores parisinos; lo tomaron forzados por las circunstancias y por el complot taimadamente fraguado por la burguesía para poder someterlo (¡estaba armado!). La clase proletaria, dentro del conjunto social de Francia en aquella época, era realmente minoritaria – dispersa por todo el resto las provincias y concentrada en la industria ligera en París, circundada por un mar de pequeñoburgueses (artesanos, comerciantes al detal, tenderos, etc.) y funcionarios inferiores-, escasamente organizada sindicalmente, ideológicamente influida por un sinnúmero de sectas de reformadores sociales (prodhounianos, “demócratas sociales”, republicanos radicales, burgueses patriotas...), revolucionarios blanquistas, bakuninistas no podía beneficiarse de una teoría revolucionaria única y dirigente. Sólo la presencia de los marxistas de la Internacional (la AIT), reducidos por las persecuciones y represiones que le había sometido la policía bonapartista, en ese maremágnum de ideas utopistas y socialistas pequeñoburguesas, le daban una cierta coherencia de metas y organización a la actividad de la Comuna. Con todo esos déficits, los obreros parisinos respondieron con valor y audacia. Se lanzaron a la rebelión y asaltaron el poder.
Eso ¿fue una revolución socialista, realmente? El carácter de la revolución comunera aún, al sol de hoy, está a debate. Por lo que, no es demás el escuchar a Lenin: “París... enarboló la bandera de la insurrección proletaria...”. Pero, continúa el revolucionario ruso, “Una revolución social”, (es decir, socialista), “para triunfar, necesita, por los menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 no se dio ninguna de estas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, fundamentalmente, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no tenía preparación ni había pasado por un largo entrenamiento, y su masa ni siquiera comprendía claramente cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni grandes cooperativas”. Pido excusa a los lectores por el largor de ésta cita, creo, era necesario para esclarecimiento de nuestros etapistas de izquierda de diferentes pelajes.
Cómo pueden ver, Lenin nos está describiendo una revolución social (“socialista” por la dirección impresa por la clase obrera), pero por su fondo económico-político democrático-popular (o sea, en el término leninista “democrático-burguesa de nuevo tipo”, y en aquel de Mao “de Nueva Democracia”).
Pero, prosigamos. Por lo arriba apuntado, el desenvolvimiento de la Comuna estaba caracterizado por una gran debilidad del movimiento obrero parisino, la falta de organización. Para tomar decisiones militares y políticas, como el momento exigía, se hacía necesario una centralización de las decisiones, una unidad en las ideas, en las tareas y en la acción. Lo que no pudo lograrse por la ausencia de una unión revolucionaria de los obreros en un partido político que actuase como su “núcleo dirigente”. Una organización colocada por encima de las vacilaciones y fluctuaciones que debilitaban la movilización de los trabajadores; que dándole una teoría revolucionaria única y aceptada por todos pudiese servir de guía para enfrentar las fuerzas disgregadoras del patriotismo, el economicismo, el romanticismo, y el idealismo revolucionario.
Todo lo cual, al final, se traducirá en la defección de los aliados vacilantes, los republicanos abandonaron la lucha muy pronto, los patriotas y lo demócratas sociales pequeñoburgueses le seguirán percibieron el trágico final de la revolución; sólo la clase obrera se mantuvo firmemente combatiendo hasta la dramática y sangrienta derrota.
Así, mientras se dedicaba a degollar a los obreros vencidos, el homúnculo Thiers, para congraciarse con sus amos capitalistas y latifundistas, los petimetres, chulos y sus prostitutas de alcurnia, osaba declarar: “nos hemos desembarazado del socialismo”.
Pese a la criminal matanza en masas, las falsificaciones de los hechos que le han seguido, a la prohibición de la Internacional, al debilitamiento momentáneo del movimiento obrero francés, la burguesía no pudo impedir que la experiencia de los Comuneros de París tuviese un eco resonante entre todos los explotados del mundo entero. Ellos murieron, pero sus ideales y su martirilogio revivieron y se materializaron en la revolución y construcción socialistas a todo lo largo del siglo XX.
Con orgullo, pues, hoy 18 de Marzo de 2011 enarbolemos y hagamos flamear con fuerza la Gran Bandera Roja de la Comuna de París, que es aquella de la revolución proletaria socialista internacional.
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