En Punta Querandí se celebró la Corpachada
Una típica ceremonia americana, presidida por el representante kolla Pedro Moreira, convocó a un público heterogéneo decidido a defender el espacio público y el multiculturalismo.
/ Movimiento en Defensa de la Pacha
El último domingo de agosto, con un sol que preanunciaba la primavera y, por lo tan
to, el resurgimiento de la vida, niños, jóvenes y viejos se reunieron en Punta Querandí para celebrar la Corpachada, rito en el cual se le da de comer a la Tierra. Se le da de comer en agradecimiento por lo que ella ha dado y, a su vez, para que siga prodigando. Es decir que en esta ceremonia subyace un puntal básico de la cultura: para recibir hay que dar. Nuevas semillas
Para los mapas, la calle Brasil desemboca en la costa del Canal Villanueva. Para las organizaciones indígenas y defensores del espacio público, desemboca en un lugar de encuentro, confraternización y lucha.
Finalizando el mes de la Pachamama, Pedro Moreira –representante de pueblo kolla- presidió la Corpachada, dando las indicaciones para que cada uno de los presentes pudiera ofrendar a la tierra unas gotas de agua, un poquito de comida y un deseo personal.
Con su voz anciana, don Pedro explicó: “Todos los pueblos originarios –tobas, wichis, mapuches, guaraníes – tenemos una enorme coincidencia cuando llegamos a las raíces: un profundo respeto por la naturaleza, por el otro”. Y ejemplificó este concepto: “Cuando nuestros ancestros iban a cazar, pedían permiso al monte para entrar. Hacían un chaku, que era rodear a los animales para elegir a los adecuados, porque jamás tomaban las crías, ni las hembras preñadas, tomaban los animales adultos y sólo los necesarios”. En esta práctica, además del respeto por la naturaleza, se evidencia una profunda inteligencia: mantener el equilibrio de la vida.
“El monte era la farmacia, el supermercado de los pueblos originarios”, sentenció don Pedro.
No sólo la tierra “comió” ese día, también los presentes participaron de una comida: un guiso bien criollo, que permitió que se conocieran mientras lo hacían y mientras lo comían, en platos compartidos. Y entre tanto, los grupos se iban armando y desarmando, alrededor de Pedro Moreira, en busca de sus enriquecedoras experiencias: “De pequeño, vivíamos en Jujuy, a la orilla del río. Mi mamá lavaba ropa allí. Un día, mientras ella lavaba, nosotros jugábamos y tratábamos de ver cómo podiamos mover una piedra que estaba en el río. En un momento, mi madre se dio vuelta y nos preguntó ‘¿qué quieren hacer?’ Le respondimos que queríamos mover la piedra y ella nos preguntó para qué. ‘Sólo para moverla’, le dijimos y ella nos preguntó si la queríamos para sentarnos. Nosotros le volvimos a decir que sólo la queríamos mover. Entonces, ella nos dijo ‘si no van a usar la piedra para nada, entonces déjenla en su lugar’. Eso es el respeto por la naturaleza”.
Para contextualizar el encuentro del domingo 28 de agosto, don Pedro explicó: “Hace casi 3 años que venimos aquí, porque nos enteramos que había un yacimiento arqueológico de más de 1000 años, que, además de tener un gran valor histórico, para nosotros es también sagrado. Cuando supimos que una empresa privada (EIDICO) lo estaba destruyendo, decidimos defenderlo. Comenzamos a venir cada 15 días con nuestra whipala y nos empezaron a poner vigilancia, alambrados, pero igual hacíamos nuestra ceremonia, debajo de un álamo, el último árbol que voltearon. Nosotros tenemos paciencia y respeto por el tiempo”.
Al aspecto cultural de ese espacio, se sumó otro valor: “Este es un humedal, que son lugares donde se recicla la biodiversidad. Entonces, ya no es sólo un problema cultural, sino ecológico y no es sólo interés de un único grupo, sino de toda la comunidad. Por eso cada día se suma más gente a la defensa de este lugar”. Y al decir esto, son Pedro miró a su alrededor y reflexionó: “Estos niños que están corriendo por acá me indican que, aunque no pudiésemos respetar esto, ya hicimos mucho, porque ellos ya entienden que éste no es un problema de nosotros los viejos, sino también es un problema de ellos”. Las semillas están sembradas.
Y apareció un pescador
Mientras el festejo se desarrollaba de un lado del alambrado (ese que está esperando que se coloque el cartel de posesión municipal), del otro lado, una familia tuvo que sobrellevar un mal momento: la vigilancia privada del barrio San Benito los expulsó del margen del canal que da sobre ese emprendimiento, argumentando que es un espacio privado.
Franco, el trabajador que llegó con su familia para disfrutar de una tarde pescando, contó: “Vinimos a pescar y nos encontramos que todo está privatizado. Yo vivo en Garín y siempre vine a pescar acá, pero veo que de a poco se están cortando todos los pasos. No sé a dónde iremos. Espero que nos dejen algo para nosotros, porque prácticamente de Benavídez para acá ya no hay más lugar. El puente nuevo está lindo, pero hacen una cosa bien y … cada vez acaparan más. Uno se mete en un lugar y nos pasa lo de hoy que nos echaron y nosotros venimos a compartir un ratito en familia y después nos vamos a casa. No venimos a hacer nada malo. Pero a veces no sale todo como uno piensa”.
Mientras unos defienden el espacio público para compartir celebraciones, pesca, el sol, los árboles; otros se alambran, construyendo su propio apartheid. Parece que hasta allí no llegó la receta mágica: para recibir hay que dar.
Por Mónica Carinchi
Publicado por Argentina Indymedia
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