PARTIDO COMUNISTA DE TURQUÍA MARXISTA-LENINISTA
(TKP/ML):
LA REVOLUCIÓN NEPALÍ ATRAPADA POR EL
REFORMISMO Y EL REVISIONISMO (1ª parte de 3)
Tras la muerte del camarada Mao Tse
Tung, de modo similar al proceso que tuvo lugar tras la muerte del camarada
Stalin, el revisionismo moderno se hizo con el poder en el partido y el Estado
y causó graves daños al frente revolucionario mundial. El Movimiento Comunista
Internacional (MCI), a pesar de haberse enriquecido con las distintas
experiencias prácticas de guerra y lucha de clases –entre ellas la librada en
Turquía-, tras haber sufrido duros reveses a manos del revisionismo moderno no
ha sido capaz de oponerse a las ofensivas ideológicas del imperialismo, que
cobraron un impulso considerable especialmente durante la década de los 90.
En aquellas circunstancias en que la
resistencia no estaba lo suficientemente organizada, las fuerzas comunistas
sufrieron graves pérdidas a lo largo de este proceso. Mientras algunos se
hundieron con sus barcos averiados, otros, sin embargo, terminaron barridos en
la orilla opuesta. Sólo unos pocos “afortunados” sobrevivieron, considerando la
supervivencia como un gran éxito en dichas circunstancias. Hubo quienes
impulsaron algunos desarrollos excepcionales mediante análisis precisos y
políticas correctas para hacer avanzar la guerra popular. Incluso a éstos, sin
embargo, les resultó imposible avanzar sin que les pillara la tormenta.
En la historia reciente, la derrota más
importante de las experiencias de guerra popular fue la sufrida por el Partido
Comunista del Perú (PCP) dirigido por Gonzalo. A pesar de los importantes
avances revolucionarios que consiguió, el PCP fracasó en su marcha victoriosa
hacia la etapa final. Quienes explican la derrota en términos prácticos y
tácticos, que supusieron un duro golpe a la dirección, o incluso sobre la base
de planteamientos políticos, desaprovechan la ocasión de ver la realidad. Los
puntos de vista sobre la revolución y la guerra popular que hizo públicos la
dirección encarcelada apuntan a una deriva alejada de los principios
filosóficos fundamentales de la ciencia del Marxismo-Leninismo-Maoísmo (MLM).
La misma situación parece darse también
en el proceso de la revolución nepalí. Lo que es aún más preocupante es que se
reproducen peligros semejantes en los casos de ciertos integrantes del MCI, lo
que inevitablemente conduce a graves y negativas consecuencias en términos de
absorción y práctica de la ideología marxista. Como guía para la acción, la
ideología marxista debe, en primer lugar, ser comprendida correctamente como
filosofía; como método de razonamiento. Sobre la base de esta comprensión, se
puede aplicar al análisis de la lucha de clases y transferirse al ámbito
político.
La verdad debe derivarse de los hechos
pero para llegar a la verdad se necesitan los mecanismos y métodos adecuados.
El carácter materialista de la dialéctica se forja gracias a la concepción
correcta de las leyes económicas, sociales y políticas. El marxismo no es un
montón de dogmas, sino una ciencia que echa por tierra los códigos del sistema
actual; contiene un conjunto de tesis y diagnósticos que se han demostrado
correctos y válidos. Gracias a su esencia íntimamente exacta, a su poder para
explicar las transformaciones y a su estructura abierta a nuevos desarrollos,
su luz no se ha atenuado; su misión como guía está aún vigente.
Como se sabe, antes del proceso de paz
que comenzó hace unos 6 años en Nepal, el 80 por ciento del territorio estaba
prácticamente bajo el control de las fuerzas revolucionarias, el enemigo había
sufrido una gran derrota y Katmandú, la capital, estaba bajo un poderoso
asedio. En el momento de asestar el golpe final, los llamamientos
contrarrevolucionarios por la paz fueron respondidos positivamente, teniendo en
cuenta la falta de una acumulación suficiente en la capital, la posibilidad de
intervención de las potencias imperialistas y expansionistas (el Estado indio)
y la vía alternativa para completar la revolución de nueva democracia desde el
poder que se obtendría en el proceso de elecciones al Parlamento.
De esta manera, el resultado absoluto,
por decirlo explícitamente, es que se evitó una victoria decisiva. Se dijo que
las revueltas populares fueron la fuerza determinante. Sin embargo, desde un
principio quedó claro cuál era el camino elegido y que ese camino no tenía
vuelta atrás. De hecho, los comentarios y argumentos que se esgrimieron desde
el primer momento del proceso ya mostraban signos claros de lo que había de
venir después. La fórmula de “república democrática” de Baburam era, en
realidad, una versión alambicada de la infame elaboración de Kruschev sobre la
“transición pacífica”. Ya no cabe duda de que esta concepción se convirtió en
el punto de vista dominante que describe la estrategia actual.
Antes de abordar esta nociva concepción
para poder concluir en una serie de verdades y conceptos fundamentales, es
necesario, en este punto, tratar siquiera brevemente algunas cuestiones sobre
el equilibrio de poderes. Tanto la comprensión del poder de las masas como los
análisis sobre el papel y la posición de los imperialistas y de las clases
reaccionarias muestran las típicas concepciones de clase erróneas. En este
sentido, la discusión sobre la dificultad o incluso la imposibilidad de la
revolución en un solo país no es nueva. El argumento basado en la “gran”
influencia y la dominación de los imperialistas, y que pone como ejemplo
diversos casos de intervenciones, se esgrime para terminar defendiendo que el
socialismo no puede sobrevivir en un solo país. El contenido de dicho argumento
se opone a las revoluciones proletarias. Esto es reformismo: alzar muros como
la colaboración entre clases, la disposición a ceder al destino y una filosofía
basada en la noción de “mejora”. El viaje que comienza en la incredulidad de
que la revolución sea posible en un solo país termina en la creencia en la
imposibilidad de cualquier revolución y, en consecuencia, en la inutilidad de
la revolución.
El concepto de “revolución regional” o
los esfuerzos por formular en términos absolutos la noción de “frente nacional”
como colaboración con las clases contrarrevolucionarias encuentran un terreno
abonado en estos cimientos. También de esta misma base surge un fenómeno de
clase contrarrevolucionario aislado del imperialismo y un concepto de
revolución que se reduce a la funcionalidad de la influencia del enfrentamiento
entre camarillas. Después de Gonzalo, éste es el traje que Prachanda y sus
amigos se han puesto: sumisión y desviacionismo una vez tomado el camino de la
derrota y del callejón sin salida. ¿Cómo si no pueden explicar que hayan
amortajado las armas en teorías que llevaban largo tiempo fuera de la
circulación debido a su incapacidad para mantener y renovar la lucha y hacer
frente a retos aún mayores de la revolución?
En octubre de 2010, en la reunión
ampliada del partido, se adoptó la política de formar un frente unido contra
las clases dominantes. Se identificó el levantamiento popular armado como la
forma principal de lucha. Además, como forma secundaria de lucha, se decidió
continuar con la lucha en las calles, en el ámbito legal y en el gobierno. En
la práctica, sin embargo, se siguió la línea opuesta a esta política. El foco
principal fue el parlamento donde, a pesar de que los comunistas y los
patriotas conformaban una mayoría de 2/3, no pudieron siquiera obtener una
posición decisiva de poder gubernamental. En las poltronas ministeriales que
recibieron, como distracción, lo mejor que consiguieron fue desarrollar teorías
para justificar su posición.
Sin embargo, la cosa no quedó ahí. El
principio de que quien no sirve al proletariado y al pueblo servirá brutalmente
al imperialismo siguió funcionando. Las clases dominantes, que conocen perfectamente
los elementos fundamentales del mecanismo del estado, trataron de liquidar, en
primer lugar, el Ejército Popular. Posteriormente vinieron las decisiones sobre
la devolución de las tierras expropiadas durante la guerra y la liquidación de
la organización de las juventudes, que era otro centro fundamental de poder de
las fuerzas revolucionarias. Por otro lado, se firmaron sin la menor vacilación
acuerdos de sumisión con los indios reaccionarios, los subcontratistas del
imperialismo. Irónicamente, el primer ministro que firmó estos acuerdos fue
Baburam Bhattarai quien, en otros tiempos, ponía “en claro” estas cuestiones.
Como se recordará, el proceso que llevó
a la liquidación del Ejército Popular de Liberación (EPL) comenzó con la
disolución de las bases de apoyo rojas y del armamento del ejército rojo. Los
intentos de explicar esta política aludiendo a la práctica china como analogía
son una clara distorsión de los hechos. Sin embargo, como parte de su polémica
con el PCR de los Estados Unidos, en una carta fechada el 1 de julio de 2006,
los maoístas nepalíes exhortaban a tener paciencia, a esperar y ver, y
explicaban que ellos conocían el verdadero rostro de los partidos
parlamentarios con los que estaban formando alianzas; que estaban utilizando
las contradicciones que existían entre sus enemigos; que su prioridad era
fortalecer aún más el EPL y tenerlo dispuesto para la guerra las 24 horas del
día; que, por supuesto, podría haber compromisos diplomáticos; que con el fin
de deshacerse de lo peor de la burguesía era necesario reconocer dichos
compromisos; y que no había ningún cambio esencial en la estrategia.
En la misma carta oficial, los
representantes del Partido Comunista de Nepal Unificado (Maoísta) [PCNU (M)]
reconocen que hay contradicciones en sus declaraciones y añaden que era para
engañar al enemigo y valerse de las contradicciones que existen en el ámbito
internacional; que saben que aunque se acepte la propuesta de la Asamblea
Constituyente, ésta no traerá la solución definitiva; y que la situación no
debe leerse en términos puramente formales. En ella se preguntan: “Por ejemplo,
si la Asamblea Constituyente puede garantizar la disolución del ejército real,
la reorganización del ejército nacional bajo nuestra dirección, la puesta en
marcha de la reforma agraria revolucionaria basada en la política de la tierra
para el que la trabaja, el derecho de las nacionalidades a su
autodeterminación, acabar con la discriminación social, conseguir desarrollo y
prosperidad, etc., ¿por qué habríamos de oponernos?” Y siguen: “Las masas nunca
llegan a compromisos cuando se trata de sus necesidades pero prefieren el
arreglo pacífico. La tarea de los partidos revolucionarios es demostrar en la
práctica que las necesidades de las masas no pueden verse satisfechas por la
vía pacífica. Sólo así puede el Partido del proletariado encaminarlas a la
lucha violenta. Sabemos que el enemigo no nos permitirá alcanzar nuestro
objetivo estratégico de forma pacífica, pero nosotros podemos dirigir a las
masas en la lucha violenta para derrocarle con esas tácticas políticas.” No
obstante, el proceso avanza en la dirección opuesta. Se deja de lado la reforma
agraria e incluso se devuelven las tierras expropiadas; se deja de lado la
reorganización del ejército nacional bajo su dirección e incluso se liquida el
Ejército Popular. No es convincente, ni en aquellos días ni en éstos,
justificar la situación porque “las masas piden una solución pacífica”.
En los debates en el seno del partido,
algunos camaradas critican en los términos más duros las políticas que
condujeron a los acuerdos antes mencionados. Sin embargo, hay que plantearse si
esos camaradas, que se sabe fueron los arquitectos del proceso previo, han
asumido o no una posición que pueda facilitar una ruptura real con los que ostentan
el poder del partido al más alto nivel.
El PCNU (M) dirigió con éxito una guerra
popular en Nepal y se encuentra actualmente en un umbral histórico: frente a la
cuestión de continuar o no la revolución. En la lucha contra la línea
revisionista dominante en el partido, algunos camaradas, en especial los que
ocupan puestos en la dirección, están adoptando una postura activa en las
discusiones, expresando sus opiniones y críticas abiertamente, incluso
públicamente, de un tiempo a esta parte. Esta evolución de los hechos es una
prueba más de que la situación es extremadamente grave.
El camino que lleva a esta etapa está
jalonado por los conceptos teorizados por el Presidente Prachanda y el Primer
Ministro Baburam, el “segundo hombre”. Sin embargo, no se puede ignorar que
cuando estas políticas tomaron forma, los camaradas disidentes de hoy que
ocupan puestos en la dirección no se opusieron a ellas sino que adoptaron, más
bien, una actitud defensiva. Se entenderán mejor la situación y las políticas
actuales, y se verán con mayor claridad los antecedentes de la práctica actual,
examinando más en detalle lo que ocurrió.
Todos estos conceptos en discusión, como
lo fueron otros semejantes a lo largo de la historia, se basan en análisis
sobre el sistema mundial, en otras palabras, sobre el imperialismo. Todos los
revisionistas, una línea que se extiende de Bernstein a Kautsky, de Kruschev a
Deng, al objeto de encontrar una base sobre la que asentar sus concepciones no
marxistas, comenzaron su labor, en primer lugar, sometiendo las condiciones
existentes a una línea de descripción que difiere de la realidad, lo cual es
natural. Al fin y al cabo, cada política y cada acción se articulan a partir de
dicha base.
El primer concepto abordado es el
“imperialismo”. Lo que se pretende al hablar de “condiciones/cambio de
circunstancia” es redefinir contradicciones básicas del sistema, apuntando al
carácter decisivo de la estructura económica y concluyendo así en nuevas
descripciones de los conceptos de Estado, democracia y revolución.
Posteriormente las prioridades, las alianzas y los métodos cambian, y lo que es
más importante, los objetivos se vuelven otros. La desviación en la valoración
del sistema no apunta a una simple diferencia de análisis; lo que ocurre, más
bien, es que esa desviación decodifica la orientación ideológica. En realidad,
es así como se imbrica el revisionismo moderno con el imperialismo.
El uso de términos como “ultra”, “súper”
y “global” pretende presentar al imperialismo como invencible, inalterable e intocable.
De hecho, un análisis más coherente admitiría el fin de la historia y la
victoria final del imperialismo, tal como predican sus ideólogos. Por supuesto,
cuando se habla de “fin de la historia” lo que se pretende decir es fin de las
revoluciones: el final de los sueños del socialismo y el comunismo. Como
resultado, esto significa, en lugar de un capitalismo “moribundo”, un
capitalismo inmortal: un capitalismo inapelable y absolutamente victorioso, que
se ha desembarazado de todas las clases y ha convertido al mundo entero en un
lugar unificado.
Este “brillante” periodo de la historia
se alcanza gracias a la sociedad de la información/la era de la información, en
que la revolución tecnológica pone un punto final a cualquier otra forma de
revolución. Lo que sigue es la solución pacífica de los problemas existentes
sobre una base reformista en un mundo llamado a mejorar gradualmente mediante
la cooperación mutua hasta llegar a un punto de perfección. En unas
condiciones, éstas, en que a la lucha de clases se le dan vacaciones
indefinidas, los elementos cuya razón de ser ya no existe deben rendirse
urgentemente a esta realidad y eligir su nueva situación...
Al parecer debemos este cuadro
deslumbrante del mundo a los gigantescos progresos realizados por el
imperialismo o, para ser más exactos, a sus “revoluciones” en los campos de la
información y la comunicación. La metáfora del mundo transformado en una sola
ciudad o gran aldea pretende dibujar una especie de visión de la sociedad
comunista, visión en la que se destacan las fronteras como algo artificial
llamado a desaparecer entre llamamientos a unirse bajo las alas de las fuerzas
que son el arquitecto de estos grandes avances. No hay problema alguno que no
pueda ser resuelto a tiempo por aquellos que han demostrado sus capacidades por
medio de todos esos hechos.
Mientras millones de ejemplos a lo largo
y ancho del mundo demuestran todo lo contrario, quienes pretenden que veamos un
cuadro diferente en realidad muestran sin quererlo la perspectiva misma desde
la que se debe contemplar la situación. Curiosamente, las circunstancias
invocadas resultan aplicables a todas las edades dominadas por la barbarie. El
“paraíso” siempre ha existido en el mundo de las clases dominantes. En cada
etapa histórica atravesada por la humanidad, quienes se han podido beneficiar
de la totalidad de los bienes materiales han considerado siempre que los
representantes de la humanidad eran ellos mismos. Nada es diferente hoy.
Quienes poseen los medios de producción se consideran legitimados para ser los
propietarios del mundo y dirigir el mundo como deseen. El desarrollo y el
progreso de la ciencia y la tecnología suceden según los criterios y términos
que ellos establecen sobre la base de sus mezquinos intereses y necesidades opuestos
a los de la humanidad toda. Y todo ello con el fin de perpetuar su reinado.
Como señaló el camarada Lenin, el
capitalismo monopolista, víspera del socialismo, no puede engendrar más
desarrollo y progreso que el que su propia vida le permite. El imperialismo es
la fase superior del capitalismo y como tal marca la etapa última de la vida
del capitalismo. En este sentido, los esfuerzos por llevar al imperialismo a
una nueva etapa que no sea el socialismo son esfuerzos para crear una
alternativa al socialismo y, en consecuencia, para eliminar al socialismo del
inevitable porvenir.
El orden económico mundial, tal como lo
enfocan, distorsionan y exageran una amplia gama de corrientes revisionistas y
reformistas, describe un cambio en las características del capitalismo
monopolista. Por supuesto que siempre se dan cambios y desarrollo de algún
tipo. Estamos hablando de un periodo que se extiende más allá de un siglo. En
todos los campos, y no sólo en los de la información y la comunicación, ha
habido progresos significativos. En el ámbito de la tecnología se produjo más
de un avance revolucionario. Es inevitable que estos acontecimientos tengan
consecuencias en la estructura económica.
Sin embargo, el problema se refiere a si
se ha producido o no un cambio estructural. Ésta es la cuestión principal que
va a afectar al resto de parámetros. Cuando se ve la realidad desde esta
perspectiva, se hace evidente que no se puede hablar de cambio fundamental
alguno ni en la naturaleza del capitalismo ni en las características del
sistema imperialista mundial.
En especial en el ámbito de la
tecnología se han producido avances en todas las áreas. Sin embargo, también
podemos detectar un “crecimiento” paralelo en todas las “áreas de conflicto”.
Por decenios, se observa claramente que la distribución de los ingresos ha ido
empeorando a los largo de los años. La pobreza, el hambre, la falta de agua
potable, el desempleo, la privación de derechos y libertades básicos, las
persecuciones y la tortura no han dejado de crecer. La proporción de quienes
murieron, fueron heridos y/o desplazados debido a las guerras y otros
conflictos violentos ha aumentado. Lo cierto es que tenemos un planeta mucho
más contaminado y degradado en todos los aspectos y, precisamente por esta
razón, el capitalismo está cada vez más cerca de su propia muerte. La tarea de
deshacerse de este sistema antes de que destruya a la humanidad entera se
plantea ante el proletariado mundial con urgencia creciente.
Los camaradas nepalíes describen el
“nuevo mundo” del siguiente modo:
“La principal especificidad del
imperialismo de hoy en día es explotar y oprimir económica, política, cultural
y militarmente a las amplias masas populares de la tierra, bajo la forma de un
solo estado globalizado. El mundo, influido, por un lado, por la oleada de
movimientos de liberación nacional, democráticos y socialistas inmediatamente
posteriores a la II Guerra Mundial y, por otro, por la rivalidad
interimperialista durante la guerra fría, se encuentra ahora atrapado en la
hegemonía única del imperialismo de los EE.UU. Debido a una serie de factores
principales como la derrota de los estados socialistas y de nueva democracia
que se desarrollaron en el transcurso de la primera oleada de la Revolución
Proletaria Mundial en la lucha por el poder contra el capitalismo estatal-burocrático,
la superioridad económica y sobre todo militar del
imperialismo estadounidense sobre otros
grandes países imperialistas, el control del capital financiero multinacional
sobre el capital nacional y la economía de los países del tercer mundo así como
la intensificación de la intervención cultural en todo el orbe por medio del
monopolio sobre las tecnologías de la información, etc., gracias a todos estos
factores se ha mantenido la hegemonía mencionada.” (“Resolución del Comité
Central: Resolución Política y Organizativa”, Worker #10, mayo de 2006, Edición
especial con motivo del 10 aniversario de la Guerra Popular.)
Se diría que el imperialismo
estadounidense, aprovechando la ocasión de las restauraciones [capitalistas] en
los antiguos países socialistas y tras haber sometido a sus oponentes, ha
establecido un estado global (o incluso un imperio) y reina en un mundo
unipolar. No hay fuerza alguna que pueda intervenir en sus asuntos ni
levantarse contra él. Y esto es así también en gran medida gracias a su
hegemonía sobre el capital financiero y a sus avances tecnológicos.
Estos argumentos no sólo no valen en la
actualidad o para la realidad de hace 6 años sino tampoco para los años en que
los Estados Unidos se sintieron aún más solos en la cúspide de su poder. Es
más, ni siquiera si llegara a establecerse un estado global en un mundo
unipolar habría base para argumentar que se ha producido un cambio del carácter
en el imperialismo ni que han variado la necesidad y función de la revolución y
el socialismo.
Gracias a su posición y acumulación de
la época anterior, los Estados Unidos surgieron del proceso de los años 90 como
potencia principal. Su capacidad militar es incomparablemente mayor que la del
resto de países. Su capacidad para orientar la economía mundial y su posición
de estado dirigente siguen ahí. Sin embargo, existen otros estados
imperialistas e incluso bloques sobre los que los Estados Unidos no ejercen un
control absoluto. La interdependencia a distintos niveles de los principales
actores es diferente, en este escenario, al control que se podía ejercer sobre
otros en la época colonial. Además, esto es contrario a la naturaleza del
imperialismo. El imperialismo avanza entre una rápida centralización, por una
parte, y una constante reproducción de conflictos, por otra. Esta situación
contradictoria se debe a la naturaleza anárquica del capitalismo.
Publicado por el blog camarada Odio de Clase
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