El Gran Sol Rojo del Amanecer

jueves, 27 de septiembre de 2012

TKP/ML: LA REVOLUCIÓN NEPALÍ ATRAPADA POR EL REFORMISMO Y EL REVISIONISMO (2ª parte de 3)


Traducido por el camarada SADE para ODC



El absurdo argumento del establecimiento de una estructura unipolar ya no lo pueden defender ni los portavoces de los Estados Unidos. Y no es sólo que las fuerzas imperialistas individualmente hayan empezado a competir por llevar la voz cantante en la lucha por la hegemonía: también están surgiendo nuevas alianzas en forma de bloques regionales. Analizar este proceso como una forma de equilibrio es tan engañoso como la propia teoría del mundo unipolar:

“(…) en la realidad capitalista, y no en la vulgar fantasía pequeñoburguesa de los curas ingleses o del “marxista” alemán Kautsky –sea cual fuere su forma: una coalición imperialista contra otra coalición imperialista, o una alianza general de todas las potencias imperialistas- no pueden constituir, inevitablemente, más que “treguas” entre las guerras. Las alianzas pacíficas preparan las guerras y, a su vez, surgen del seno de la guerra, condicionándose mutuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre una y la misma base de relaciones imperialistas y de relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales.” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Inter Publications. pág.124).

Las tesis revisionistas sobre la situación en el mundo y sobre la “nueva era” se presentan como revisiones del enfoque MLM sobre las cuestiones del estado y la revolución. La tesis de Baburam sobre la “república democrática”; las declaraciones de Prachanda en su última entrevista en las que mezcla, unas con otras, las fases de revolución democrática, levantamiento popular y revolución socialista; la estrategia de “progreso”, estrechamente ligada a la práctica de la vía parlamentaria; la liquidación del EPL y de la organización de las Juventudes; y la decisión de devolver las tierras expropiadas durante la guerra popular, han sacrificado la revolución a la “transición pacífica” descartando, de esta manera, el objetivo de lograr el socialismo.

Los que hasta hace poco no se avergonzaban de propugnar las líneas correctas de la teoría marxista sobre estas cuestiones teorizan a día de hoy sobre la práctica de todo lo contrario. Definido en pocas palabras, el estado es una herramienta de clase destinada al gobierno y la opresión. El estado, como organización para el establecimiento de la supremacía [de clase], llevará siempre la marca de la clase o clases que lo controlan, cuya finalidad es establecer una autoridad absoluta sobre el resto de clases. Este instrumento, que ha desempeñado dicha función a lo largo de la historia, moviliza todas sus instituciones para lograr el mencionado objetivo y constituye una estructura integral con sus dispositivos ideológicos. Mientras esta estructura organizada no sea demolida junto con todas sus instituciones, no hay posibilidad alguna de construir un nuevo estado. Cualquier tesis o argumento que sostenga lo contrario, o por decirlo en otras palabras, la concepción de la transformación por medio de reformas, no merece más calificativo que el de un esfuerzo insidioso por parte de quienes desean preservar el viejo sistema.

La cuestión de cómo hacerse con el poder del estado, o en otras palabras, de cómo se hará la revolución, está directamente relacionada con el análisis que se haga del propio estado. Dicha situación [la toma del poder del estado], siguiendo un desarrollo que depende del proceso de las relaciones de producción y del nivel alcanzado por la lucha de clases, tiene que ver con las condiciones subjetivas de las clases que llevarán a cabo la acción, así como con las condiciones objetivas. El uso de la fuerza se convierte en la única opción contra quienes no cedan el poder voluntariamente, por su propio acuerdo. Y la historia demuestra que no hay un solo caso en que quienes detentan el poder por medio de la fuerza hayan renunciado a él sin lucha.

La teoría de la “transición pacífica”, defendida como método para tomar el poder del estado, pretende, en realidad, preservar el mecanismo [estatal] existente. Se mantiene el sistema, sólo que ahora los amos han llegado al poder con la máscara de “revolucionarios” o “socialistas”. Los gobiernos “populistas” o “revolucionarios” que llegaron al poder mediante elecciones o métodos similares, y antes por medio de golpes de estado con la complicidad de los socialimperialistas, no provocaron nunca un cambio fundamental en el gobierno de las clases dominantes.

Otra dimensión de la cuestión es el concepto abstracto de “democracia”, base de los sueños de “transición pacífica”. La interpretación que define la democracia como un concepto por encima de las clases, como un sistema común aislado de las clases, nace de una consideración “suave” del imperialismo. Dicha interpretación sostiene que el imperialismo, que conduce colectivamente a la humanidad a niveles [de vida] más avanzados y desarrolla óptimamente las fuerzas productivas, contiene legítimas posibilidades de transformación pacífica del sistema debido a las virtudes de los regímenes “democráticos” que creó, o a cuyo establecimiento contribuyó, en muchos países.

De hecho, en el último cuarto de siglo hemos asistido con frecuencia a casos en que movimientos que acumularon un considerable poder real gracias a la guerra popular u otras prácticas de lucha armada fueron víctimas de la “impaciencia” y terminaron integrándose en el sistema por la vía de negociaciones, procesos de paz y finalmente elecciones, es decir, tratando, en definitiva, de conseguir el poder por medios ajustados a este único marco. Y desgraciadamente aún no hemos asistido a un solo caso en que [al proletariado] se le haya abierto realmente una vía hacia el poder gracias a tales métodos. Hasta ahora, lo que ha sucedido es la liquidación del carácter activo, dinámico, eficaz/armado de esos movimientos y, finalmente, su inserción completa en el sistema. Los arquitectos de las políticas actuales en Nepal poseen un sólido conocimiento del abecé de la teoría marxista y, sin embargo, han decidido no ponerlo en práctica. En su caso no es posible explicar la “transformación/retroceso” como un simple error analítico o por la “peculiaridad de las condiciones”. Hacerse un hueco en el parlamento, o incluso formar parte del gobierno y sentarse en el sillón de primer ministro, como en el caso de Nepal, no cambia realmente nada.

Los revisionistas de Kruschev, junto con la tesis de la “transición pacífica”, abogaban por el principio de la “coexistencia pacífica”, principio que presentaban como necesario en las relaciones que el estado socialista mantiene con los estados burgueses y que, transferido a la esfera doméstica, alentaba nuevas excusas para la colaboración entre clases. Las opiniones que defiende el revisionismo que toma forma en Nepal parecen girar alrededor del mismo punto. En este caso, la alianza con los partidos de la clase dominante se ha hecho permanente y se defiende una forma de estado a su medida como instrumento para alcanzar la “revolución de nueva democracia” y el “socialismo”.

Pero más preocupante aún son los acuerdos que consolidan la dependencia de los países imperialistas y expansionistas, auténticos amos de esos partidos, y los pasos atrás dados en la liquidación de las clases feudales, así como la firma de nuevos acuerdos con sus representantes políticos. La colaboración con las clases enemigas significa poner en práctica el concepto de “coexistencia pacífica” y dar la espalda al camino de la revolución y el socialismo.

El concepto de transición pacífica se emplea como sustitutivo de la revolución y se basa en excusas tales como las “condiciones” y las “dificultades”. Al imperialismo se le caracteriza como “súper” y ante la dificultad (imposibilidad, en realidad) de vencer a semejante potencia, se proponen nuevas condiciones, como “la iniciativa revolucionaria en el mundo” o “convertirse en parte integrante de la resistencia de los pueblos del mundo”. Y se señala que mientras esas condiciones no se den es imposible lograr (o defender) la revolución. En otras declaraciones, la discusión sobre la certeza de la intervención del imperialismo y la defensa del planteamiento de la “revolución regional” son resultado del mismo análisis.

Otra dimensión de la cuestión se encuentra en el problemático enfoque interpretativo de la estrategia de la guerra popular, tal como se refleja en la teoría de la “fusión”. El carácter “prolongado” de la guerra popular alude a una concepción de la lucha que se desarrolla con paciencia, resolución y perseverancia hasta que el equilibrio de poderes se decanta del lado de la revolución. Tras haber conducido la guerra popular exitosamente a su etapa final (ofensiva estratégica) y aunque la vulnerabilidad ante una intervención imperialista se puede vencer con las políticas y tácticas del “frente unido nacional”, el pánico, la inquietud, la desconfianza en las masas, la búsqueda de “atajos” y de compromisos no son más que una invitación a la derrota. La excusa del “equilibrio”, o en otras palabras, “del poder del enemigo”, invocada en el caso de Nepal, se plantea como parte de la naturaleza de la guerra. Sin embargo, con un enfoque así se hace literalmente imposible siquiera desencadenar una guerra popular.

Otro punto importante a destacar es el significado del concepto de estado del proletariado y la posición del estado proletario. Hacer hincapié en este punto es necesario porque la teoría de la “transición pacífica” se complementa con el argumento de que ya no es necesaria la dictadura del proletariado. En aquellas circunstancias en que el aparato del estado no ha cambiado realmente de manos, semejante enfoque del papel del estado se puede defender sólo oponiéndose al mismo tiempo a la dictadura del proletariado. Al fin y al cabo, al considerar que una estructura no tiene por qué ser demolida, se excluye también la posibilidad de transformarla en otra estructura. Por lo tanto, la dictadura del proletariado se considera inútil.

Sin embargo, el hecho es que el único medio para lograr la revolución democrática y marchar hacia el socialismo es establecer una dictadura que asegure el dominio absoluto del proletariado sobre las clases burguesas. El camarada Lenin estima que esta cuestión es el punto crucial de la doctrina marxista y desarrolla sus aspectos más destacados sin dejar margen a interpretaciones divergentes.

Cuando se habla del aparato del estado, inevitablemente nos referimos a una institución basada en la fuerza, a una fuerza organizada y armada: una estructura militar. El ejército o las fuerzas armadas constituyen la fuerza indispensable y fundamental no sólo para el estado, sino también para todas las formaciones políticas, y son los principales encargados [del uso] de la violencia. Si la fuerza y la violencia revolucionarias son el poder popular, su representación es el ejército popular. Por eso pone tanto énfasis el Presidente Mao en que sin ejército popular, el pueblo no tiene nada. Por lo tanto, la disolución del ejército es punto determinante en términos de liquidación de un estado o de un movimiento que pretenda establecer un estado alternativo.

En su haber tienen los líderes del PCNU (M) haber sido coherentes en este planteamiento erróneo. Previamente habían mencionado la necesidad de liquidar el Ejército Popular en defensa de un “nuevo tipo” de ejército, descrito como “la fusión [del ejército] y el pueblo para armar a las masas”. No cabe duda de que han seguido actuando de acuerdo con esta concepción.

Las decisiones adoptadas recientemente para activar la iniciativa de las masas, para avanzar por métodos revolucionarios y organizar el levantamiento popular han quedado a buen recaudo en cajones polvorientos. En cambio, se ha dado preferencia a la redacción de una Constitución cuya naturaleza es bien conocida, al “progreso” por medio de reformas, a la eliminación de las fuerzas principales de la organización con la liquidación del Ejército y las Juventudes, todo lo cual significa sumarse “voluntariamente” al proceso de plena integración en el sistema. Entretanto, las alianzas formadas con los partidos de la clase dominante se han trasladado al Parlamento y finalmente se ha formado una coalición definida como gobierno de asociación. La fe en que se terminará por ganar a estos partidos –previamente etiquetados como contrarrevolucionarios- para la “revolución” no es un fenómeno nuevo.

Se defiende la política de formar alianzas con los partidos de la clase dominante en nombre de la “flexibilidad en la táctica” y entre referencias a “golpear al enemigo mientras se cabalga sobre él”. A la vez que se la defiende escudándose en las características del siglo XXI, esta política muestra, en el ámbito militar, otra de sus caras: la teoría que mezcla la guerra popular con el levantamiento popular, teoría denominada de “fusión”. La esencia de este enfoque, sin embargo, es la sustitución de la lucha armada y de la fuerza revolucionaria por la “transición pacífica”. Al afirmar que “luchamos contra las tendencias tradicionales, de cliché, dogmáticas y ortodoxas”, lo que revelan es flexibilidad en la estrategia, permitiendo al enemigo cabalgar sobre ellos y golpearles en la cabeza. Repetidas hasta la saciedad, las fórmulas retóricas de “estar contra el dogmatismo y el aventurerismo de izquierdas” y [por] la “flexibilidad en la táctica” son los lemas trillados que acompañan al revisionismo moderno.

Sin firmeza en la estrategia, cualquier flexibilidad que se adopte en la táctica acabará por venirse abajo. La táctica se desarrolla al objeto de servir y hacer avanzar la estrategia, no con independencia de ella. El sello distintivo de todas las formas de revisionismo ha sido aislar la táctica de la estrategia. Resultado de la naturaleza insidiosa del revisionismo es hablar de táctica mientras se ajustan las cuentas con la estrategia. Además, es bien sabido que las muestras de flexibilidad táctica siempre tienen costes para la estrategia.

No sería de extrañar que la colaboración con los contrarrevolucionarios termine suponiendo defender la política que esperan y desean los imperialistas. Pretender que el potencial revolucionario creado gracias a las victorias de la guerra popular impulse las reformas es ir contra la naturaleza de las cosas. Y no es difícil concluir que, a lo largo de la historia, quienes así lo “intentaron” lo hicieron basándose en sus “ilusas” preferencias.

El movimiento revolucionario en Nepal obtuvo el apoyo de las masas proletarias y trabajadoras y del campesinado pobre al avanzar con determinación por el camino de la guerra popular. Ahora se sostiene que para ganar a las masas populares urbanas para la revolución y completar el proceso son necesarios las reformas y el método de la concienciación gradual. Sin embargo, a partir de cierto punto, la “victoria” ya sólo se puede conseguir mediante el uso del aparato de “estado”. En última instancia, está fuera de toda lógica que las clases derrotadas y forzadas a retirarse vayan a participar voluntariamente en un proceso que, al cabo, traerá su total eliminación. De hecho, como resultado de los acuerdos firmados, cualquier posibilidad de avanzar invocando la “victoria” también desaparece.

 Las políticas seguidas en Nepal en los últimos 6 años han sometido a revisión todos los conceptos marxistas que hemos venido mencionando. Entre argumentos y prácticas que han ido solapando unos a otros, quienes hicieron nuevas interpretaciones y análisis que ahora se vuelven totalmente en su contra se encuentran en este momento en un incómodo atolladero. De hecho, las antiguas declaraciones del Presidente Prachanda sobre los viejos revisionistas y reformistas son como cartas enviadas del pasado al presente.

La cuestión decisiva a día de hoy reside en el estado actual del partido. Parece que debido a las políticas seguidas en los últimos años, el partido se ha visto arrastrado al caos. Además de la decepción por las políticas aplicadas, los debates que tienen lugar a la luz, en público, han afectado negativamente a la disciplina de partido, lo cual ha producido una grave crisis de confianza. Cuando los problemas empezaron a crecer, problemas identificados ya en los primeros días del “proceso de paz”, la reacción de Prachanda fue decir: “el partido se está muriendo”. Sin embargo, uno de los principales problemas es el provocado por la posición de los “grandes” dirigentes, su ambición de estatus y reputación y el culto a la personalidad. Una vez, en otro tiempo, el propio Prachanda hizo unas declaraciones “positivas” y correctas sobre esta cuestión. El hecho de que hoy, desgraciadamente, sea él quien se encuentra en esa misma situación se puede calificar, en el mejor de los casos, de trágico.

A nuestro entender, aunque han planteado una serie de análisis y críticas correctos a la política seguida por la dirección, en línea con lo señalado en el presente artículo, no parece que los camaradas disidentes estén desarrollando un enfoque que vaya a facilitar una ruptura completa sino que, más bien, tienden a actuar en términos conciliadores. Y lo que es más importante, no parece que estén tomando medidas encaminadas a hacer de su disidencia una fuerza concreta. Antes de que sea demasiado tarde, debe organizarse una intensa campaña y se debe intervenir en el proceso. Se debe adoptar la filosofía de la acción de la Gran Revolución Cultural Proletaria, que encaja que ni pintado en este caso, y bombardear el cuartel general de la burguesía impulsando la iniciativa de las masas en el proceso. De lo contrario, lo que temen los camaradas que habían llamado la atención también sobre este punto, les sucederá también a ellos mismos.



Partido Comunista de Turquía / Marxista-Leninista


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Publicado por Odio de Clase 

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Datos personales

periodista obrero. Comunista (marxista-leninista). Antiimperialista, anticapitalista y antimilitarista.