Traducido por el camarada SADE para ODC
El absurdo
argumento del establecimiento de una estructura unipolar ya no lo pueden
defender ni los portavoces de los Estados Unidos. Y no es sólo que las fuerzas
imperialistas individualmente hayan empezado a competir por llevar la voz
cantante en la lucha por la hegemonía: también están surgiendo nuevas alianzas
en forma de bloques regionales. Analizar este proceso como una forma de
equilibrio es tan engañoso como la propia teoría del mundo unipolar:
“(…) en la
realidad capitalista, y no en la vulgar fantasía pequeñoburguesa de los curas
ingleses o del “marxista” alemán Kautsky –sea cual fuere su forma: una
coalición imperialista contra otra coalición imperialista, o una alianza
general de todas las potencias imperialistas- no pueden constituir,
inevitablemente, más que “treguas” entre las guerras. Las alianzas pacíficas
preparan las guerras y, a su vez, surgen del seno de la guerra, condicionándose
mutuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica
sobre una y la misma base de relaciones imperialistas y de relaciones
recíprocas entre la economía y la política mundiales.” (Lenin, El
imperialismo, fase superior del capitalismo, Inter Publications. pág.124).
Las tesis
revisionistas sobre la situación en el mundo y sobre la “nueva era” se
presentan como revisiones del enfoque MLM sobre las cuestiones del estado y la
revolución. La tesis de Baburam sobre la “república democrática”; las
declaraciones de Prachanda en su última entrevista en las que mezcla, unas con
otras, las fases de revolución democrática, levantamiento popular y revolución
socialista; la estrategia de “progreso”, estrechamente ligada a la práctica de
la vía parlamentaria; la liquidación del EPL y de la organización de las Juventudes;
y la decisión de devolver las tierras expropiadas durante la guerra popular,
han sacrificado la revolución a la “transición pacífica” descartando, de esta
manera, el objetivo de lograr el socialismo.
Los que
hasta hace poco no se avergonzaban de propugnar las líneas correctas de la
teoría marxista sobre estas cuestiones teorizan a día de hoy sobre la práctica
de todo lo contrario. Definido en pocas palabras, el estado es una herramienta
de clase destinada al gobierno y la opresión. El estado, como organización para
el establecimiento de la supremacía [de clase], llevará siempre la marca de la
clase o clases que lo controlan, cuya finalidad es establecer una autoridad
absoluta sobre el resto de clases. Este instrumento, que ha desempeñado dicha función
a lo largo de la historia, moviliza todas sus instituciones para lograr el
mencionado objetivo y constituye una estructura integral con sus dispositivos
ideológicos. Mientras esta estructura organizada no sea demolida junto con
todas sus instituciones, no hay posibilidad alguna de construir un nuevo
estado. Cualquier tesis o argumento que sostenga lo contrario, o por decirlo en
otras palabras, la concepción de la transformación por medio de reformas, no
merece más calificativo que el de un esfuerzo insidioso por parte de quienes
desean preservar el viejo sistema.
La cuestión
de cómo hacerse con el poder del estado, o en otras palabras, de cómo se hará
la revolución, está directamente relacionada con el análisis que se haga del
propio estado. Dicha situación [la toma del poder del estado], siguiendo un
desarrollo que depende del proceso de las relaciones de producción y del nivel
alcanzado por la lucha de clases, tiene que ver con las condiciones subjetivas
de las clases que llevarán a cabo la acción, así como con las condiciones
objetivas. El uso de la fuerza se convierte en la única opción contra quienes
no cedan el poder voluntariamente, por su propio acuerdo. Y la historia demuestra
que no hay un solo caso en que quienes detentan el poder por medio de la fuerza
hayan renunciado a él sin lucha.
La teoría de
la “transición pacífica”, defendida como método para tomar el poder del estado,
pretende, en realidad, preservar el mecanismo [estatal] existente. Se mantiene
el sistema, sólo que ahora los amos han llegado al poder con la máscara de
“revolucionarios” o “socialistas”. Los gobiernos “populistas” o
“revolucionarios” que llegaron al poder mediante elecciones o métodos similares,
y antes por medio de golpes de estado con la complicidad de los
socialimperialistas, no provocaron nunca un cambio fundamental en el gobierno
de las clases dominantes.
Otra
dimensión de la cuestión es el concepto abstracto de “democracia”, base de los
sueños de “transición pacífica”. La interpretación que define la democracia
como un concepto por encima de las clases, como un sistema común aislado de las
clases, nace de una consideración “suave” del imperialismo. Dicha
interpretación sostiene que el imperialismo, que conduce colectivamente a la
humanidad a niveles [de vida] más avanzados y desarrolla óptimamente las
fuerzas productivas, contiene legítimas posibilidades de transformación
pacífica del sistema debido a las virtudes de los regímenes “democráticos” que
creó, o a cuyo establecimiento contribuyó, en muchos países.
De hecho, en
el último cuarto de siglo hemos asistido con frecuencia a casos en que
movimientos que acumularon un considerable poder real gracias a la guerra
popular u otras prácticas de lucha armada fueron víctimas de la “impaciencia” y
terminaron integrándose en el sistema por la vía de negociaciones, procesos de
paz y finalmente elecciones, es decir, tratando, en definitiva, de conseguir el
poder por medios ajustados a este único marco. Y desgraciadamente aún no hemos
asistido a un solo caso en que [al proletariado] se le haya abierto realmente
una vía hacia el poder gracias a tales métodos. Hasta ahora, lo que ha sucedido
es la liquidación del carácter activo, dinámico, eficaz/armado de esos
movimientos y, finalmente, su inserción completa en el sistema. Los arquitectos
de las políticas actuales en Nepal poseen un sólido conocimiento del abecé de
la teoría marxista y, sin embargo, han decidido no ponerlo en práctica. En su
caso no es posible explicar la “transformación/retroceso” como un simple error
analítico o por la “peculiaridad de las condiciones”. Hacerse un hueco en el
parlamento, o incluso formar parte del gobierno y sentarse en el sillón de
primer ministro, como en el caso de Nepal, no cambia realmente nada.
Los
revisionistas de Kruschev, junto con la tesis de la “transición pacífica”,
abogaban por el principio de la “coexistencia pacífica”, principio que
presentaban como necesario en las relaciones que el estado socialista mantiene
con los estados burgueses y que, transferido a la esfera doméstica, alentaba
nuevas excusas para la colaboración entre clases. Las opiniones que defiende el
revisionismo que toma forma en Nepal parecen girar alrededor del mismo punto.
En este caso, la alianza con los partidos de la clase dominante se ha hecho
permanente y se defiende una forma de estado a su medida como instrumento para
alcanzar la “revolución de nueva democracia” y el “socialismo”.
Pero más
preocupante aún son los acuerdos que consolidan la dependencia de los países
imperialistas y expansionistas, auténticos amos de esos partidos, y los pasos
atrás dados en la liquidación de las clases feudales, así como la firma de
nuevos acuerdos con sus representantes políticos. La colaboración con las
clases enemigas significa poner en práctica el concepto de “coexistencia
pacífica” y dar la espalda al camino de la revolución y el socialismo.
El concepto
de transición pacífica se emplea como sustitutivo de la revolución y se basa en
excusas tales como las “condiciones” y las “dificultades”. Al imperialismo se
le caracteriza como “súper” y ante la dificultad (imposibilidad, en realidad)
de vencer a semejante potencia, se proponen nuevas condiciones, como “la
iniciativa revolucionaria en el mundo” o “convertirse en parte integrante de la
resistencia de los pueblos del mundo”. Y se señala que mientras esas
condiciones no se den es imposible lograr (o defender) la revolución. En otras
declaraciones, la discusión sobre la certeza de la intervención del
imperialismo y la defensa del planteamiento de la “revolución regional” son
resultado del mismo análisis.
Otra
dimensión de la cuestión se encuentra en el problemático enfoque interpretativo
de la estrategia de la guerra popular, tal como se refleja en la teoría de la
“fusión”. El carácter “prolongado” de la guerra popular alude a una concepción
de la lucha que se desarrolla con paciencia, resolución y perseverancia hasta
que el equilibrio de poderes se decanta del lado de la revolución. Tras haber
conducido la guerra popular exitosamente a su etapa final (ofensiva
estratégica) y aunque la vulnerabilidad ante una intervención imperialista se
puede vencer con las políticas y tácticas del “frente unido nacional”, el
pánico, la inquietud, la desconfianza en las masas, la búsqueda de “atajos” y
de compromisos no son más que una invitación a la derrota. La excusa del
“equilibrio”, o en otras palabras, “del poder del enemigo”, invocada en el caso
de Nepal, se plantea como parte de la naturaleza de la guerra. Sin embargo, con
un enfoque así se hace literalmente imposible siquiera desencadenar una guerra
popular.
Otro punto
importante a destacar es el significado del concepto de estado del proletariado
y la posición del estado proletario. Hacer hincapié en este punto es necesario
porque la teoría de la “transición pacífica” se complementa con el argumento de
que ya no es necesaria la dictadura del proletariado. En aquellas
circunstancias en que el aparato del estado no ha cambiado realmente de manos,
semejante enfoque del papel del estado se puede defender sólo oponiéndose al
mismo tiempo a la dictadura del proletariado. Al fin y al cabo, al considerar
que una estructura no tiene por qué ser demolida, se excluye también la
posibilidad de transformarla en otra estructura. Por lo tanto, la dictadura del
proletariado se considera inútil.
Sin embargo,
el hecho es que el único medio para lograr la revolución democrática y marchar
hacia el socialismo es establecer una dictadura que asegure el dominio absoluto
del proletariado sobre las clases burguesas. El camarada Lenin estima que esta
cuestión es el punto crucial de la doctrina marxista y desarrolla sus aspectos
más destacados sin dejar margen a interpretaciones divergentes.
Cuando se
habla del aparato del estado, inevitablemente nos referimos a una institución
basada en la fuerza, a una fuerza organizada y armada: una estructura militar.
El ejército o las fuerzas armadas constituyen la fuerza indispensable y
fundamental no sólo para el estado, sino también para todas las formaciones
políticas, y son los principales encargados [del uso] de la violencia. Si la fuerza
y la violencia revolucionarias son el poder popular, su representación es el
ejército popular. Por eso pone tanto énfasis el Presidente Mao en que sin
ejército popular, el pueblo no tiene nada. Por lo tanto, la disolución del
ejército es punto determinante en términos de liquidación de un estado o de un
movimiento que pretenda establecer un estado alternativo.
En su haber
tienen los líderes del PCNU (M) haber sido coherentes en este planteamiento
erróneo. Previamente habían mencionado la necesidad de liquidar el Ejército
Popular en defensa de un “nuevo tipo” de ejército, descrito como “la fusión
[del ejército] y el pueblo para armar a las masas”. No cabe duda de que han
seguido actuando de acuerdo con esta concepción.
Las
decisiones adoptadas recientemente para activar la iniciativa de las masas,
para avanzar por métodos revolucionarios y organizar el levantamiento popular
han quedado a buen recaudo en cajones polvorientos. En cambio, se ha dado
preferencia a la redacción de una Constitución cuya naturaleza es bien
conocida, al “progreso” por medio de reformas, a la eliminación de las fuerzas
principales de la organización con la liquidación del Ejército y las
Juventudes, todo lo cual significa sumarse “voluntariamente” al proceso de
plena integración en el sistema. Entretanto, las alianzas formadas con los
partidos de la clase dominante se han trasladado al Parlamento y finalmente se
ha formado una coalición definida como gobierno de asociación. La fe en que se
terminará por ganar a estos partidos –previamente etiquetados como
contrarrevolucionarios- para la “revolución” no es un fenómeno nuevo.
Se defiende
la política de formar alianzas con los partidos de la clase dominante en nombre
de la “flexibilidad en la táctica” y entre referencias a “golpear al enemigo
mientras se cabalga sobre él”. A la vez que se la defiende escudándose en las
características del siglo XXI, esta política muestra, en el ámbito militar,
otra de sus caras: la teoría que mezcla la guerra popular con el levantamiento popular,
teoría denominada de “fusión”. La esencia de este enfoque, sin embargo, es la
sustitución de la lucha armada y de la fuerza revolucionaria por la “transición
pacífica”. Al afirmar que “luchamos contra las tendencias tradicionales, de
cliché, dogmáticas y ortodoxas”, lo que revelan es flexibilidad en la
estrategia, permitiendo al enemigo cabalgar sobre ellos y golpearles en la
cabeza. Repetidas hasta la saciedad, las fórmulas retóricas de “estar contra el
dogmatismo y el aventurerismo de izquierdas” y [por] la “flexibilidad en la
táctica” son los lemas trillados que acompañan al revisionismo moderno.
Sin firmeza
en la estrategia, cualquier flexibilidad que se adopte en la táctica acabará
por venirse abajo. La táctica se desarrolla al objeto de servir y hacer avanzar
la estrategia, no con independencia de ella. El sello distintivo de todas las
formas de revisionismo ha sido aislar la táctica de la estrategia. Resultado de
la naturaleza insidiosa del revisionismo es hablar de táctica mientras se
ajustan las cuentas con la estrategia. Además, es bien sabido que las muestras
de flexibilidad táctica siempre tienen costes para la estrategia.
No sería de
extrañar que la colaboración con los contrarrevolucionarios termine suponiendo
defender la política que esperan y desean los imperialistas. Pretender que el
potencial revolucionario creado gracias a las victorias de la guerra popular
impulse las reformas es ir contra la naturaleza de las cosas. Y no es difícil
concluir que, a lo largo de la historia, quienes así lo “intentaron” lo
hicieron basándose en sus “ilusas” preferencias.
El
movimiento revolucionario en Nepal obtuvo el apoyo de las masas proletarias y
trabajadoras y del campesinado pobre al avanzar con determinación por el camino
de la guerra popular. Ahora se sostiene que para ganar a las masas populares
urbanas para la revolución y completar el proceso son necesarios las reformas y
el método de la concienciación gradual. Sin embargo, a partir de cierto punto,
la “victoria” ya sólo se puede conseguir mediante el uso del aparato de
“estado”. En última instancia, está fuera de toda lógica que las clases
derrotadas y forzadas a retirarse vayan a participar voluntariamente en un
proceso que, al cabo, traerá su total eliminación. De hecho, como resultado de
los acuerdos firmados, cualquier posibilidad de avanzar invocando la “victoria”
también desaparece.
Las
políticas seguidas en Nepal en los últimos 6 años han sometido a revisión todos
los conceptos marxistas que hemos venido mencionando. Entre argumentos y
prácticas que han ido solapando unos a otros, quienes hicieron nuevas
interpretaciones y análisis que ahora se vuelven totalmente en su contra se
encuentran en este momento en un incómodo atolladero. De hecho, las antiguas
declaraciones del Presidente Prachanda sobre los viejos revisionistas y
reformistas son como cartas enviadas del pasado al presente.
La cuestión
decisiva a día de hoy reside en el estado actual del partido. Parece que debido
a las políticas seguidas en los últimos años, el partido se ha visto arrastrado
al caos. Además de la decepción por las políticas aplicadas, los debates que
tienen lugar a la luz, en público, han afectado negativamente a la disciplina
de partido, lo cual ha producido una grave crisis de confianza. Cuando los
problemas empezaron a crecer, problemas identificados ya en los primeros días
del “proceso de paz”, la reacción de Prachanda fue decir: “el partido se está
muriendo”. Sin embargo, uno de los principales problemas es el provocado por la
posición de los “grandes” dirigentes, su ambición de estatus y reputación y el
culto a la personalidad. Una vez, en otro tiempo, el propio Prachanda hizo unas
declaraciones “positivas” y correctas sobre esta cuestión. El hecho de que hoy,
desgraciadamente, sea él quien se encuentra en esa misma situación se puede
calificar, en el mejor de los casos, de trágico.
A nuestro
entender, aunque han planteado una serie de análisis y críticas
correctos a la política seguida por la dirección, en línea con lo señalado en
el presente artículo, no parece que los camaradas disidentes estén
desarrollando un enfoque que vaya a facilitar una ruptura completa sino que,
más bien, tienden a actuar en términos conciliadores. Y lo que es más
importante, no parece que estén tomando medidas encaminadas a hacer de su
disidencia una fuerza concreta. Antes de que sea demasiado tarde, debe
organizarse una intensa campaña y se debe intervenir en el proceso. Se debe
adoptar la filosofía de la acción de la Gran Revolución Cultural Proletaria,
que encaja que ni pintado en este caso, y bombardear el cuartel general de la
burguesía impulsando la iniciativa de las masas en el proceso. De lo contrario,
lo que temen los camaradas que habían llamado la atención también sobre este
punto, les sucederá también a ellos mismos.
Partido Comunista de Turquía / Marxista-Leninista
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Primera parte en este enlace:
http://odiodeclase.blogspot.com.es/2012/09/tkpml-la-revolucion-nepali-atrapada-por.html
Segunda parte en este enlace:
http://odiodeclase.blogspot.com.es/2012/09/tkpml-la-revolucion-nepali-atrapada-por_22.html
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Publicado por Odio de Clase
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