Posted: 23 Apr 2017 12:51 AM PDT
Alfredo Apilánez. Trampantojos y embelecos
La "nueva izquierda" y el trampantojo de la desigualdad
"Hay que preguntarse si la economía pura es una ciencia o si es
“alguna otra cosa”, aunque trabaje con un método que, en cuanto método, tiene
su rigor científico. La teología muestra que existen actividades de este
género. También la teología parte de una serie de hipótesis y luego construye
sobre ellas todo un macizo edificio doctrinal sólidamente coherente y
rigurosamente deducido. Pero, ¿es con eso la teología una ciencia?”
Antonio Gramsci
“Sería una gran tragedia detener los engranajes del progreso sólo por
la incapacidad de ayudar a las víctimas de ese progreso”
Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal (1987-2006)
No existe tema que concite actualmente debates más vehementes sobre
cuestiones económicas que el de las causas y posibles medidas correctoras de
las crecientes desigualdades de renta y de riqueza agudizadas en estos tiempos
de crisis y de recrudecimiento del embate neoliberal.
En los últimos cuarenta años, el peso de los salarios en la renta
nacional ha sufrido un significativo descenso en paralelo a la extraordinaria
acumulación de riqueza en el fastigio de la pirámide social (la moda de
referirse al abismo entre el 1 y el 99% remite a esta extrema divergencia entre
la cúspide y la base).
El éxito reciente del texto de Piketty(“El capital en el siglo XXI”)
demuestra la enorme preocupación que la erosión acelerada de los colchones
amortiguadores del Welfare State perpetrada por la apisonadora neoliberal
suscita en las capas sociales ilustradas nostálgicas del capitalismo con
“rostro humano”.
El arco de opiniones “respetables” abarca desde las posturas-
llamémoslas “redistribuidoras”- de los restos de la socialdemocracia que
ejemplifica Piketty (defensor de medidas correctoras, como un impuesto global
sobre la riqueza que contrarreste las tendencias hacia una forma de capitalismo
“patrimonial” marcado por lo que califica como desigualdades de riqueza
y renta “aterradoras”) hasta el despiadado neoliberalismo privatizador y
desregulador de los cachorros de Friedman y Hayek.
Los “redistribuidores” ponen el foco asimismo en la necesidad de
poner coto (la Tasa Tobin y la lucha
contra los paraísos fiscales serían ejemplos paradigmáticos) a la colosal
extracción de rentas por parte del capital financiero y de los monopolios
energéticos que agostan con su voracidad parasitaria las virtudes de las sanas
actividades productivas que –en caso contrario- derramarían sus dones sobre el
tejido social.
La contraposición entre rentismo financiarizado depredador versus capitalismo
temperado creador de riqueza y empleo domina el discurso regenerador (la obra
–en otros aspectos interesantísima- de Steve Keen o Michael Hudson ilustra bien
esta posición) de la izquierda reformista. El Estado debe, por tanto, mediante
regulaciones financieras estrictas y medidas fiscales deficitarias de
incremento del gasto y la inversión públicos, posibilitar la corrección de las
fuerzas desatadas por la brutalidad de la agresión neoliberal (detener el “austericidio”)
orientándolas hacia cauces que reviertan los rasgos patológicos en pos de un
capitalismo bonancible (recuperar la soberanía monetaria, controlar el casino
financiero, cambio de modelo energético, etc.).
Tales planteamientos, hegemónicos en la “nueva izquierda ”institucional
y en extensos ámbitos de los movimientos sociales, están atrapados en un falso
dilema y eluden afrontar el núcleo del problema que aparentemente desean
mitigar. Dicho de una forma un poco brutal: “su impotencia deriva de su
mojigatería”.
El acento puesto en la corrección de las iniquidades (“vivimos en un
mundo donde el patrimonio neto de Bill Gates supera el PIB de Haití durante 30
años”) o en la utópica reforma financiera que embride la “fiera rentista”
evita enfrentarse con las causas estructurales que las provocan. El agudo
crecimiento de la fractura social que reflejan los terribles niveles de
desigualdad y la hegemonía de la “máquina de succión” financiera son en
realidad síntomas (epifenómenos) de un proceso más profundo: el agotamiento de la base
de rentabilidad del capitalismo fordista-fosilista de los "treinta gloriosos" y de su función
social legitimadora (combinando el “american way of life” de la sociedad
de consumo con sistemas de protección social a la europea).
Poner el acento en las políticas paliativas y en el control de las
finanzas desaforadas (como si fuera posible un sistema posneoliberal, con una
distribución del ingreso más equitativa y un sector financiero “domesticado”,
al servicio de las actividades productivas, dentro del marco capitalista), ejes
neurálgicos de los discursos moderados de los fustigadores de los excesos de la
Bestia, omite el análisis –nunca más imperioso que en la actualidad- del
funcionamiento de la "sala de máquinas". Y, a su pesar, el
discurso regenerador cae en la sutil trampa tendida por la economía ortodoxa
que -con la pretensión de cientificidad que se arroga- trata los problemas
distributivos como independientes de las instituciones de propiedad y de las
relaciones sociales de producción. Se constituye así un campo de juego "neutral"
que logra colar la ilusión de que, con el timonel adecuado, el control del
Estado -como pretendido agente reequilibrador- será capaz de voltear las
relaciones de poder social a favor de las clases subalternas.
Al no explicar los mecanismos reales –y su evolución histórica- a través
de los cuales la acumulación de capital esquilma sus fuentes nutricias queda en
la penumbra el auténtico foco infeccioso que causa los síntomas que se
pretenden combatir: la creciente dificultad de exprimir el jugo del trabajo
humano que lo alimenta como sustrato de la violencia creciente –de la cual la
impúdica desigualdad y la financiarización rentista son las manifestaciones más
visibles- que el orden vigente ejerce sobre el ser humano y su medio natural.
Una prueba indirecta de esa centralidad de los procesos de extracción de
riqueza social que se desarrollan en la “sala de máquinas” del
capitalismo sería la ocultación sistemática de los mecanismos reales del
funcionamiento del reino de la mercancía llevada a cabo por la disciplina que
tendría como finalidad primordial desvelarlos. La economía vulgar se contenta,
en las fieramente sarcásticas palabras de Marx, con “sistematizar,
pedantizar y proclamar como verdades eternas las ideas banales y engreídas que
los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su mundo,
como el mejor de los mundos posibles”.
Los ejes sobre los que gira la agudización de la lucha por el producto
social (la creciente explotación del trabajo y la exacerbación del imperialismo
belicista; la expropiación financiera a través del monopolio de los medios de
pago y del imperio de la deuda en manos de la banca privada y la destrucción de
los mecanismos redistributivos que el Estado “benefactor” implementó
para amortiguar los acerados efectos de los desbridados "mercados
libres") están cuidadosamente ocultos bajo un marco conceptual
permeado por la ideología dominante. Su principio axial, como decimos, es la
consideración de las leyes que determinan la distribución del ingreso y del
excedente social (que eran el objeto fundamental de la economía política para
los clásicos: "la ciencia que se ocupa de la distribución del ingreso
entre las clases sociales", en la definición de David Ricardo) como
totalmente independientes de las instituciones de propiedad y de las relaciones
sociales de producción.
Todos los datos relevantes (precios, salarios, beneficios y rentas) del
reparto de la “tarta” se obtienen de los maravillosos modelos
matemáticos construidos por los apóstoles de la teología económica a mayor
gloria de la libertad de mercado y de la soberanía del consumidor. De este
modo, los reformistas de nuevo cuño, al priorizar únicamente el eje
redistribuidor-paliativo dejando intacta la “máquina de succión” de
riqueza social que sigue operando en las calderas del modo de producción,
coinciden involuntariamente con uno de los axiomas basales de la teoría
ortodoxa: la exclusión de la redistribución de la renta, de las condiciones de
producción y de las relaciones de propiedad del campo de la “ciencia”
económica para dejarlos en manos de los bienintencionados legisladores y
gestores de las políticas públicas (encargados de corregir externalidades y
demás impurezas residuales generadas por el cuasi perfecto funcionamiento
autónomo de las fuerzas del mercado libre y la iniciativa individual).
La crítica de las “verdades eternas” (“las verdades económicas
son tan ciertas como la geometría” pontificaba solemnemente Alfred
Marshall) proclamadas acerca del reino del capital por su discurso legitimador
debería contribuir a descorrer el velo que camufla cuidadosamente el engranaje
interno del régimen de producción de mercancías cuyos dos ejes claves son la
agudización de la explotación del trabajo y de la expropiación financiera
rentista que propulsa la financiación de colosales burbujas de bienes raíces
por parte de la banca privada.
Así pues, al contrario de la opinión de Paul Sweezy (que en su texto
clásico ‘Teoría del desarrollo capitalista’
justificaba centrarse únicamente en la exposición constructiva del análisis
marxista en lugar de dedicar ímprobos esfuerzos a la “ingrata tarea” de
una crítica del discurso del capital), desvelar la condición profundamente
ideológica de la teología económica debería
servir, no sólo para revelar sus flagrantes inconsistencias al servicio de sus
intereses de clase, sino sobre todo para evitar que la pusilanimidad y la falta
de rigor de una visión superficial de la realidad y de las fuerzas sociales en
pugna por parte de las fuerzas progresistas aumenten la sensación de impotencia
que amplias capas populares sienten ante la aparente imposibilidad de lograr
cotas reales de cambio social.
Continuará...
Publicado
por La barricada cierra la calle y abre el camino
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