La tragedia que sufre el pueblo japonés con el que, en primer lugar, queremos solidarizarnos, ha reabierto el debate acerca del modelo energético. Lo acontecido en la planta de Fukushima ha desencadenado una cascada de declaraciones sobre el funcionamiento de las centrales; en nuestro caso concreto, en el Estado español las autoridades han salido a la palestra para intentar hacer notar las diferencias entre la actividad sísmica peninsular y la japonesa, garantizando que sus plantas funcionan a la perfección y que son seguras. Ni tanto ni tan calvo, las centrales de Ascó y Vandellós han sufrido accidentes de “pequeño calibre” como fugas tóxicas, y algunas de ellas han sido “asaltadas” por militantes ecologistas, lo que demuestra la facilidad para acceder a las instalaciones de personal no autorizado. El reactor de Garoña, por cierto, es de similar antigüedad y tipo que los que han volado en Fukushima; tiene el dudoso honor de ser -junto con el de la central de Cofrentes- la única central nuclear de toda la Unión Europea que usa la misma tecnología que utilizaba Fukushima (reactores nucleares de agua en ebullición), además, ya lleva 40 años funcionando y el Gobierno de Zapatero amplió su vida útil varios años más.
La situación es realmente complicada para el pueblo japonés, que se enfrenta a las consecuencias de un terremoto de gran magnitud, el posterior tsunami, el pánico nuclear y ahora también a losdebidos al influjo de “los mercados”. Como siempre, en lo referido a la cuestión nuclear, la información ha quedado marcada por el secretismo hasta que la evidencia ha hecho imposible seguir manteniendo la supuesta normalidad ambiental. Al principio todo fueron palabras de tranquilidad; pocas horas después de que se explicase desde el Foro Nuclear Español que el asunto estaba controlado, se evacuaba a la población y la nube tóxica empezaba a extenderse: las partículas nucleares están cayendo ya sobre Tokio. Las últimas declaraciones hechas desde Bruselas hablan, nada más y nada menos que de que se está produciendo una situación apocalíptica.
Denunciar después de lo ocurrido en el país nipón el uso de la energía nuclear no es hacer demagogia. Antes de Fukushima ya nos oponíamos a su uso por la peligrosidad que conlleva para el medio y para el ser humano. Después de la catástrofe se demuestra de manera patente que nuestra actitud es acertada. Las posturas demagógicas las tienen aquellos gobiernos que modifican su política energética en función de un accidente y ante la alarma social. Hasta hace tres días las nucleares eran la seguridad, la limpieza, el futuro. Hoy parece que se les atragantan las palabras. Alemania marca el ritmo al que bailan los estados de la Unión; Angela Merkel ya ha dicho que se van a revisar las centrales y ha prometido incluso cerrar varias de manera inmediata. Parece evidente que esta situación arrastrará a otros países a hacer lo propio revisando los requisitos de la instalación y funcionamiento de centrales, como si todas fueran a explotar de repente; paradójicamente, mientras otros gobiernos europeos empiezan a tomar medidas, el gobierno español se queda atrás y se esfuerza en defender el funcionamiento de las mismas descartando cualquier tipo de peligro para el medio ambiente y la población.
Es lógico que ante la magnitud de lo acontecido en Japón grandes sectores volveremos a reclamar el uso de las renovables, el control energético y un consumo de la energía responsable para salvar al medio y a la población. Sobre Castilla aún planea la sombra del ATC –Almacén Temporal Centralizado, o como preferimos llamarlo, cementerio nuclear-. Y vemos como siguen las centrales nucleares de Trillo y Garoña. También la de Zorita que aunque está parada no está desmantelada. Esperamos que, estando tan recientes las funestas consecuencias de usar esta energía, el apoyo popular a las iniciativas contra la instalación del ATC impida que nuestro pueblo se convierta en el vertedero radioactivo de Europa.
La situación es realmente complicada para el pueblo japonés, que se enfrenta a las consecuencias de un terremoto de gran magnitud, el posterior tsunami, el pánico nuclear y ahora también a losdebidos al influjo de “los mercados”. Como siempre, en lo referido a la cuestión nuclear, la información ha quedado marcada por el secretismo hasta que la evidencia ha hecho imposible seguir manteniendo la supuesta normalidad ambiental. Al principio todo fueron palabras de tranquilidad; pocas horas después de que se explicase desde el Foro Nuclear Español que el asunto estaba controlado, se evacuaba a la población y la nube tóxica empezaba a extenderse: las partículas nucleares están cayendo ya sobre Tokio. Las últimas declaraciones hechas desde Bruselas hablan, nada más y nada menos que de que se está produciendo una situación apocalíptica.
Denunciar después de lo ocurrido en el país nipón el uso de la energía nuclear no es hacer demagogia. Antes de Fukushima ya nos oponíamos a su uso por la peligrosidad que conlleva para el medio y para el ser humano. Después de la catástrofe se demuestra de manera patente que nuestra actitud es acertada. Las posturas demagógicas las tienen aquellos gobiernos que modifican su política energética en función de un accidente y ante la alarma social. Hasta hace tres días las nucleares eran la seguridad, la limpieza, el futuro. Hoy parece que se les atragantan las palabras. Alemania marca el ritmo al que bailan los estados de la Unión; Angela Merkel ya ha dicho que se van a revisar las centrales y ha prometido incluso cerrar varias de manera inmediata. Parece evidente que esta situación arrastrará a otros países a hacer lo propio revisando los requisitos de la instalación y funcionamiento de centrales, como si todas fueran a explotar de repente; paradójicamente, mientras otros gobiernos europeos empiezan a tomar medidas, el gobierno español se queda atrás y se esfuerza en defender el funcionamiento de las mismas descartando cualquier tipo de peligro para el medio ambiente y la población.
Es lógico que ante la magnitud de lo acontecido en Japón grandes sectores volveremos a reclamar el uso de las renovables, el control energético y un consumo de la energía responsable para salvar al medio y a la población. Sobre Castilla aún planea la sombra del ATC –Almacén Temporal Centralizado, o como preferimos llamarlo, cementerio nuclear-. Y vemos como siguen las centrales nucleares de Trillo y Garoña. También la de Zorita que aunque está parada no está desmantelada. Esperamos que, estando tan recientes las funestas consecuencias de usar esta energía, el apoyo popular a las iniciativas contra la instalación del ATC impida que nuestro pueblo se convierta en el vertedero radioactivo de Europa.
Que no se vuelva a repetir otra Fukushima, y que la experiencia sirva para deshacernos del lobby nuclear y de aquellos que lo sustentan.
¡Nucleares; ni en Castilla ni en ninguna parte!
Yesca, la juventud castellana y revolucionaria
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