Fortunato Esquivel
Febrero es un mes de gran trascendencia para el mundo, pues recordamos un hecho mundial que señaló definitivamente la existencia de una lucha de clases que aún hoy se presenta sin soluciones definitivas, pese a los modelos económicos ensayados por las burguesías.
El 24 de febrero de 1848, el “Rey Ciudadano”, Luís Felipe de Francia, cayó del poder tras una tremenda crisis económica que azotó su país durante todo el año 1847. Los obreros fueron la fuerza de choque y “carne de cañón” del proceso revolucionario, pero fracasaron en sus intenciones por empujar el reordenamiento económico por medio de “talleres nacionales” y elecciones para una asamblea nacional constituyente.
Una sangrienta represión, dejó claramente establecido que los burgueses fueron los vencedores de la revolución de 1848. Las organizaciones obreras fueron desmanteladas, de tal forma que ingresaron en una especie de letargo bajo la superexplotación de los dueños de los medios de trabajo.
El hecho trascendental, fue que tres días antes del 24 de febrero, apareció el “Manifiesto Comunista”, como consecuencia de un encargo que la Liga de los Comunistas había hecho a Carlos Marx y Federico Engels para que redactaran una exposición de los objetivos de esta asociación y sobre todo enfatizaran en las bases científicas de esos objetivos.
Este año, recordamos el 163 aniversario del Manifiesto que comenzaba señalando: “Un espectro se cierne sobre Europa, el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada contra este fantasma: El Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”.
La aparición del Manifiesto fue precedida por la insurrección del 18 de marzo, liderada por los obreros de Francia, Italia y Alemania. Italia se encontraba bajo el yugo del emperador austriaco y Alemania bajo el zar de todas las rusias.
Las insurrecciones iniciadas en Milán y Berlín por los obreros terminaron con la liberación de ambas naciones que hasta 1871 restablecieron plenamente su independencia. Los perdedores, fueron los obreros que estuvieron en las trincheras. Aunque tenían conciencia del antagonismo entre su clase y la burguesía, ni las mejores condiciones económicas ni el desarrollo intelectual de los obreros era suficiente.
Los obreros no habían logrado desarrollarse ideológicamente como para promocionar el triunfo de una revolución socialista. Por esas razones, según señala Federico Engels, los frutos de la revolución fueron, al fin y al cabo, a parar a manos de la clase capitalista. Los obreros, no habían hecho otra cosa que ayudar a la burguesía a conquistar el Poder.
Había conciencia de clase, pero poca formación ideológica. Quizá por ello, el Manifiesto Comunista, dice en otra parte:“Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más decidido de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario”.
Los cambios que se producen en Bolivia, son también trascendentales, razones por las que los partidos de derecha, aunque desarticulados, no descansan e intentan aplastar a los proletarios que pretenden construir un futuro mejor para ellos. Un “vivir bien” que las burguesías buscan impedir a toda costa.
A tiempo de rendir homenaje al 163 aniversario del Manifiesto comparto con ustedes sus conceptos finales, que son contundentes y tan actuales como entonces: “Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella, más que sus cadenas. Tienen en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!
//////// SCZ 10/02/11
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