Por Quibian
El 1º de mayo de 2011 el presidente estadounidense Barack Obama anunciando la muerte de Osama Ben Laden, decía: «Hoy, bajo mi dirección, Estados Unidos lanzó una operación selectiva contra este complejo de Abbottabad, en Pakistán. Un pequeño equipo de americanos llevó a cabo esta operación con un coraje y una habilidad extraordinarios. Ningún americano resultó herido. Se esmeraron en evitar que víctimas civiles. Después de un intercambio de disparos, mataron a Osama Ben Laden y se llevaron su cuerpo.»
El por qué no presentaron su cuerpo acribillado, el no haber hecho público las fotografías que dice existen y el por qué de su apresurado “entierro” (de in terris = en tierra) en el mar, son unos de los grandes misterios de la Casa Blanca. Con todo, de entre lo caótico y contradictorio de los datos ofrecidos, comienza a emerger una verdad: El complejo industrial-militar, cuya cabeza formal es Obama, ha decidido poner fin a un ciclo y dar comienzo a uno nuevo.
Como primer paso decisorio en esa dirección, se impone la reorganización de la estrategia político-militar del gobierno imperialista estadounidense. Ello, dictado por el miedo que siente el imperialismo yanqui, cogido por el cuello de su más devastadora crisis económica y el inexorable desmoronamiento de la ilusiones del Nuevo Orden Mundial bajo su hegemonía indiscutible, el reto integral de una nueva potencia imperialista en ascenso como China –la que le hace la pelea de competencia con otros y nuevos métodos de expansión- y el rugir ascendiente de movimientos nacionalistas y guerras populares revolucionarias esencialmente antiimperialistas yanquis.
Ante esos nuevos retos que enfrenta el imperialismo estadounidense, a la desesperada, ha buscado revolver las cartas sobre la mesa, como un rufián cualquiera, para encontrar el as salvador. Así las cosas, del bolsillo se ha sacado la carta fullera: ¡Bin Laden ha muerto!
Con un Osama muerto, en realidad fallecido en cama hace 10 años, se allana el terreno para la reconciliación pública de Estados Unidos con los que dizque “enemigos del modo de vida norteamericano más feroces”, las huestes terroristas de Al Qaida. Las cuales desde ya no volverán a aparecer ante el alelado público norteamericano como el enemigos de Estados Unidos sino, por el contrario, como sus aliados. Y ese aparente cambio de bando sólo podría ser justificado con la eliminación virtual del jefe virtual de dichos combatientes yihadistas. Según la lógica maquiavélica de los estrategas de Washington, estos “terroristas” internacionales, luego del sorpresivo anuncio de la muerte de Bin Laden, se han despejado de la tarugués y están dispuestos a ponerse nuevamente al servicio de <América> en su lucha por la “libertad”.
Estos nuevos reclutas-mercenarios, como recordará el lector sobrenombrados por Reagan “combatientes de la libertad” por su lucha contra el socialimperialismo soviético en Afganistán, están listos para seguir el combate junto a Estados Unidos de Norteamérica en la lucha por el aplastamientos de las rebeliones populares en el Mahgreb, Medio Oriente y la Libia de Kaddafy.
Y como en su propio campo quedan aún algunos cabezas de piedra, reacios a entender cómo son las cosas, de ahora en adelante, habrá que utilizarse con ellos una cualquier operación quirúrgica, o ponerles patitas afuera. Tal cual el general Carter Ham, comandante en jefe del US AfriCom (Comando Estratégica USA en África), quien en los primeros días de la operación «Amanecer de la Odisea», como se denominó al desatamiento de la criminal guerra de agresión contra Libia, se ha negado rotundamente a entregar armas a los rebeldes libios porque entre ellos hacían parte combatientes de Al-Qaeda y que por su anterior lucha contra USA no le inspiraban confianza alguna.
El torpe gral. Ham, como era de esperar, fue removido y enviado a lo que más teme un militarote yanqui –según Hollywood-, un pupitre en una cualquier oficina del Pentágono.
Hubo entonces que transferir apresuradamente el mando de la operación a la OTAN. Y el dislocar a la Dirección de la CIA al general David Petraeus, hasta entonces comandante en jefe de las tropas otanista de ocupación en Irak y viejo manipulador de Al Qaida en la lucha contra los patriotas iraquíes.
Pero, allí no quedan las cosas. La “muerte” nada inoportuna de Osama a abierto otras incógnitas y, consecuentemente, el cómo las resolverá USA ha puesto los pelos de punta literalmente a otros. Pekín deja entrever que está en sobreaviso. Dadas las dificultades norteamericanas en el Medio Oriente y hoy en le Mahgreb China se ha beneficiado de no muy apremiantes presiones provenientes de dicha Superpotencia, hoy en declino. No obstante, muerto Bin Laden, los socialimperialistas chinos que mientras tanto ha aprovechado ese espacio de tiempo para impulsar su altamente centralizada economía y concentración de sus fuerzas productivas vivas, ha estado previendo que su PIB podría superar al de los USA en los próximos diez años, lo que generaría una factor de verdadera amenaza a la hegemonía global de aquella vieja superpotencia. La que dejada al desarrollo espontáneo de las cosas, y, a la ojeriza yanqui, abriría un período de confrontación entre los dos gigantes de imprevisibles consecuencias.
Por su lado, el imperialismo norteamericano, acicateado por su crisis estructural y su hegemonía puesta en cuestión multilateralmente, al menos teóricamente, pareciera haber escogido la política de al borde del riesgo. Esto es, reproducir una versión actualizada de la guerra fría (1946-1956). Aunque, por el otro, por ahora, pone cara de circunstancia y coquetea con la China capitalista postMao.
En fin, todas estas movidas estratégicas internas, para agilizar las operaciones externas, de la Administración del Tío Tom residente de la Casa Blanca, tiene cómo solo fin flexibilizar la intervención directa militar y privilegiar la guerra sucia lo que le permitiría ganar posiciones estratégicas ante el desemboque previsible de las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario