por Quibian Gaytan
La lucha contra la “violencia callejera”, contra el “desborde de la delincuencia” y la “proliferación de las pandillas” es el centro de la iniciativa de la política social de la derecha fascista contra el pueblo. Bajo la fementida “seguridad del ciudadano”, pasar abiertamente ya la remilitarización y fascistización de la Nueva Guardia Nacional –siempre bajo el patrocinio y el ojo avizor del imperialismo estadounidense bases que son de su estrategia de convertir a Panamá en un portaviones geopolítico para su guerra intervencionista en América Latina- tarea que ha sido asumida, con toda la seriedad del caso dado que le viene como anillo al dedo, para la materialización de sus particulares designios políticos por el señor Ricardo Martinelli, encaminada a imponernos por la vía de una III reforma constitucional e institucional del Estado la 3ª República autocrática presidencialista, corporativista y neofascista. Es decir, una abierta dictadura fascista, cívico-policial del capital monopolista burocrático y mafioso de comerciantes y terratenientes, y puesta al servicio del dominacionismo del Gran Capital financiero norteamericano.
Por lo que tras sus campañas falaces de “armas por comida”, dizque para reducir la copiosa presencia de armas en los barrios populares, ocultan su reaccionaria política de monopolizar ella, la burguesía y los reaccionarios, el derecho de posesión y uso de las mismas. Los políticos burgueses, el mismo presidente Martinelli, sus asesores, los altos funcionarios del Estado, Ministros, Diputados hasta llegar a los pinches corregidores de barrios no se mueven en el país sí no están rodeados por lo menos de una media docena de guaruras. Empresarios, grandes banqueros y comerciantes, y terrateniente se resguardar contratando a esos mismos lumpenproletariados que dicen querer combatir, o guardaespaldas y sicarios extranjeros contratados, además de beneficiarse de la seguridad que le brinda una numerosa fuerza policiaca bien armada y entrenada por aquellos mismos militarotes yanquis.
¿Por qué se están amando hasta los dientes y por qué desesperan en mantener desarmado al pueblo?, debería preguntarse todo obrero consciente. Ellos, los ricos y superricos de Panamá, en realidad de antemano, se preparan para enfrentar el estallido de la inevitable crisis revolucionaria que asoma como quién dice “tras la esquina”.
De ahí que, desde las alturas de los diversos gobiernos que se han turnado, sean PRD, Arnulfistas o CDistas, pese a circunstanciales diferencias, pugnas y objetivos inmediatos de clanes familiares que les dividen, todos son unánimes en la tarea política de reorganización y reforzamiento de la capacidad represiva del Estado y de sus diversos órganos de persecución, de detención y de castigo: Crean el Ministerio de Seguridad y refuerzan aquel de Gobierno, suscriben acuerdos lesivos a la soberanía nacional con el imperialismo estadounidense disque para “combatir el narcotráfico y el terrorismo”, fortalecimiento de la tendencia militarizante y adoctrinamiento de la Policía hasta hacerla devenir en una Nueva Guardia Nacional, dotándose de una corposa y draconiana legislación antiterrorista; reglamentan, recortan y vanifican el derecho de huelga, ponen a tostar en el fuego el derecho a la protesta social y coartan el de manifestación, prohíben el recurso a la resistencia callejera y las concentración populares son sometidas a la vigilancia y presencia intimidatoria de las fuerzas policiales, etc.
Señalemos y no aceptemos, ciertamente la delincuencia se ha convertido en un fenómeno social irresoluble. ¿Cuáles son sus causas y como enfrentarla? Algunas almas sensibles, por lo general socialreformistas pequeño burgueses, reconociéndola como un real mal social inevitable propugnan la modernización de las leyes sociales, rechazar las solas medidas policiaco-represivas de enfrentarla, la humanización del tratamiento en las cárceles, generalización de la educación y el establecimiento del papel “reeducativo” de los centros penales. Paliativos son y no resolución de la cuestión de fondo. Se ve las hojas y no las raíces de la putrefacción que se ha extendido por todo el sistema económico y social imperante.
Si nos atenemos a solo la delincuencia, y no a sus raíces causales, entonces sucederá que erraremos en la solución. Dado que, la delincuencia es manifestación, una consecuencia social, de la profunda crisis estructural del conjunto económico y político semifeudal, neocolonial y capitalista burocrático sobre la que se formado y deformado la actual sociedad panameña.
Que la delincuencia, expresión que es de la crisis social del sistema imperante, pone de manifiesto algo más grave aún, la descomposición cadavérica de esa forma aberrante y anquilosada del capitalismo panameño, como lo es éste capitalismo burocrático nuestro. Que como causas inmediatas tiene la momificación de unas relaciones de producción anacrónicas y protocapitalistas, la muy pésima e injusta distribución de las riquezas sociales y monetarias, la absoluta falta de absorción de la mano de obra disponible, y de ahí los niveles catastróficos y masivos alcanzados en la desocupación, la sobreexplotación de los obreros que logran conseguir un empleo, los bajísimos salarios percibidos; la expropiación, expulsión y proletarización de las masas campesinas, la asfixia y la ruina de artesanos, pequeños propietarios y trabajadores por cuenta propia ocasionada por la brutal competencia de los grandes propietarios y monopolios extranjeros; el saqueo inmisericorde de la población toda por parte del Estado oligárquico semifeudal. Todos esos males económicos, sumados a la política económica administrativa de un Estado burgués-burocrático y volcado a ampliar los intereses de los grande monopolios internacionales, preferentemente norteamericanos, han terminado en provocar el hambre generalizada, la miseria física y la miseria social, la marginalización y la exclusión social de la población panameña sobrante.
Con ello, provocando entre el sencillo pueblo cada vez más el descontento, la rabia y el rechazo de todo el ordenamiento social, político, institucional, jurídico y el cuestionamiento espontáneo y salvaje de la actual distribución de la propiedad privada, la que le es negada a la mayoría de la población del país. De ahí, el estallido y desborde de los actos delincuenciales.
El desconocimiento y los atentados a la propiedad privada de las personas, aunque se exprese en forma salvaje e individual y por el momento exclusivamente contra los convecinos y los trabajadores, es la primera chispa de la conciencia de clase de los de abajo contra los ricos y superricos. El primer chispazo, la primera compresión, aunque aún espontanea y difusa, de la gran verdad social: La propiedad privada es un robo que se ha hecho contra la sociedad toda; que el propietario, sea capitalista o ya latifundista –colectivamente considerados- es el real, único y verdadero delincuente social, el primer ladrón entre todos.
Nuestros curas y reformistas sociales, cogidos en el vórtice de la violencia callejera, entre la lucha escenificada de policías y delincuentes, aterrorizados moralmente por esta violencia incontrolable desatada, colocados entre su apego a la propiedad privada –en realidad la de los grandes empresarios capitalistas y terratenientes- y a la mezquina comodidad que aún le dejan los grandes hombres de presa… digo en empresa, ante esta rebelión individualista e inconsciente de los de abajo, de los marginales sociales, intuyendo el peligro ello abra camino franco a la lucha de clases. Buscan salvar la crisis estructural del sistema imperante esforzándose hasta lo indecible en encontrar fórmulas salvadoras consistentes en “reeducar” y en recuperar socialmente al lumpenproletario y a los marginados del sistema en abierto estado de desafío al vigente ordenamiento jurídico e institucional. Pero sus fórmulas de solución solo se reduce a clamar por el mejoramiento del actual sistema penitenciario, más cárceles, más armas para las fuerzas del “orden” y sostenimiento de la represión.
Su actitud y clamidos, se parecen como una gota a otra a esos buenos burgueses socialistas, que caracterizase Carlos Marx en su magnífica obra El Manifiesto del Partido Comunista, escrita en 1848, que condolidos de las pésimas condiciones de vida de los trabajadores, se proponen, “perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna, sin las luchas sociales y los peligros que surgen fatalmente en ella. Quieren la sociedad actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado… Cuando invita al proletariado a llevar a la práctica sus sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hacen otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándole de la idea odiosa que se ha formado de ella”.
Es decir, inconscientemente se echan en brazos de las clases dominantes explotadoras que, precisamente, eso mismo es lo que necesitan. No perciben que, enceguecidos por sus ilusiones sociales, ellos mismos actúan como peones en el gran juego de los ultraderechistas y fascistas panameños, en su búsqueda de perpetuar el clima de violencia callejera para materializar sus planes golpistas pro dictadura fascista abierta.
Lo decimos claramente el fenómeno de la delincuencia social no acabará existente este sistema económico capitalista burocrático, más aún que él lo genera continuamente. Lo oligarquía ni quiere ni puede darle fin a éste mal social. Ella lo necesita con miras de crear las condiciones políticas propicias de aseguramiento de la continuidad de su odiosa y criminal dictadura de clase. Ordenamiento legal e institucional burgués burocrático y delincuencia social son dos caras de una y la misma moneda.
Eso mismo es lo que no lo puede olvidar, en momento alguno, el pueblo trabajador.
Máxime cuando el comercio burgués legal sólo puede existir generando de sí el comercio ilegal, el latrocino, el roba-roba institucionalizado, la desbordante corrupción, la delincuencia de los de “arriba” -la de saco y corbata- y la delincuencia y la microcriminalidad de los “de abajo”. Tanto el uno como el otro se complementan, dentro del mismo sistema económico capitalista burocrático que los genera y los apadrina.
Con plena razón dice la gente sencilla, siempre sensata, “llueve, gobierno ladrón”. Y están en lo cierto al señalar eso. Puesto que, la cruda realidad que salta inmediatamente ante nuestros ojos es que nos encontramos ante una sociedad en descomposición, más que degradada moralmente.
Si la podredumbre se extiende por toda la sociedad, desde la cabeza hasta los pies, es el gobierno que lo consiente y se hace cómplice directo en ello. Dado que es el gobierno el directo responsable de toda la política interna, de la política de administración económica, de abandono de las áreas sociales y de seguridad social del presupuesto anual, de aquella de la quiebra del sistema educativo, del sistema escolar y de enseñanza, como también de las condiciones de vida y trabajo de las mayorías populares, de la insatisfacción de las necesidades materiales, sociales, civiles y culturales de la población y del país.
Si se ha acrecido la intensificación del trabajo y la explotación de los trabajadores en las empresas, es el gobierno de los empresarios, independientemente del color o de la sigla de partido que sea, quién lo consiente y lo protege; ciertamente la desocupación la genera el sistema económico vigente, pero es el gobierno que la avala con su política de lagrimas y sudor; se agrava la disparidad entre comercio e industria, entre ésta y la agricultura pero es el gobierno, del color que sea, quién no para eso ni pone el menor interés en salvar ese desajuste; la policía agrede, apalea y tirotea a los trabajadores y a la población pero es el gobierno que quién ha dictado la orden directamente o indirectamente; sucede la más mínima calamidad natural pero es el gobierno que no ha hecho nada para prevenirla o para aliviar la grave situación en que han quedado los damnificados.
Los trabajadores conscientes, como también aquellos sectores sensiblemente preocupados por la resolución de la crisis estructural que carcome al sistema capitalista todo, deben asumir con claridad meridiana que todo lo que está sucediendo es apenas la punta del iceberg de lo que está por venir, y que en perspectiva es la expansión premeditada de la degradación social por todo el país como un claro síntoma del derrumbe del capitalismo burocrático en los años inmediatos.
Por lo que actuando en consecuencia la clase obrera, en primer lugar, y las clases populares deben organizarse, sobre la base de sus organismos de lucha reivindicativa naturales y políticamente (generando de sí el necesario partido comunista revolucionario independiente y comités de trabajadores de lucha), desde ya bajo Dirección y Línea comunista proletaria y así enfrentar colectivamente tanto a la microcriminalidad como a los grandes ladrones que han convertido a todo el aparato estatal y gubernamental, a los grandes partidos oligárquicos en cueva de refugio, de la conspiración golpista fascista y de ataque contra el pueblo. Los trabajadores, rechazando esas mentiras burguesas de “armas por comida”, a esos centros de espionaje antipopular falsamente llamados “Vecinos Vigilantes”, deben tener libre acceso y sin cortapisa alguna a las armas en sus hogares, en los locales sindicales y sitios de trabajo para poder defenderse, e imperativamente entender que la policía no está para garantizar la seguridad y derechos de las masas sino los intereses espurios de las clases dominantes explotadoras.
Que el Estado, el Gobierno y la Policía, falsamente llamada “nacional”, son en realidad la violencia organizada de los dominantes contra los dominados y explotados, que han sido creados con la única mira de acosar, reprimir y perseguir al pueblo pobre. Quitarles el único medio que tienen, el de la lucha de clases y las huelgas de masas. En fin, que tales aparatos políticos, estatales, institucionales y jurídicos tienen como única misión suya defender y salvaguardar al actual sistema económico y al sistema de poder oligárquico.
Razones por las cuales, la solución estratégica de esta cuestión de la delincuencia, de la miseria física y de la miseria social que padece la mayoría de la población panameña no está en construir más cárceles y llenarlas con quiénes roban centavos. Mientras que los grandes ladrones, aquellos que saquean millones de las arcas del Estado y se apropian maleantescamente de las riquezas sociales producidas por los trabajadores, les basta ponerse un cuello ortopédico o conseguirse un falso certificado médico para que le sea asignada la ciudad por cárcel o la propia casa; ni en armar más a las fuerzas represivas, sino en el autoorganizarse combativamente.
Hacer o recomendar lo contrario se traduce, independientemente de la buena fe de los socialreformistas pequeñoburgueses, en el propiciamiento de la ulterior profundización de la crisis estructural, de la crisis social y de la crisis política. Cuando lo necesario convocar a las masas trabajadoras a prepararse y estar dispuestas a desatar la lucha revolucionaria directa por una nueva sociedad, de un nuevo Estado y por una auténtica República democrática.
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