Un niño inmigrante sirio ahogado luego del hundimiento de la embarcación
que zarpó del suroeste de Turquía a la isla griega de Kos
Los refugiados que matamos no son seres humanos son
estadística
En el mejor de los casos, son
estadísticas sombrías pero intangibles, que sirven para chasquear la lengua
antes de retomar la rutinaria vida cotidiana.
Por Owen Jones. Esa cosa tan sencilla
que parecemos haber olvidado sobre los refugiados. Son seres
humanos. Gente no son: nadie podría tolerar oír que se ahogan seres
humanos una y otra vez. En el mejor de los casos, son estadísticas sombrías pero
intangibles, que sirven para chasquear la lengua antes de retomar la rutinaria
vida cotidiana.
“Sus ojos se cerraron y el mundo
sigue andando…” – Poema popular de Alfredo Le Pera
Para otros, son una indeseada
muchedumbre que no es bienvenida y que la Fortaleza Europa debe mantener fuera:
llena de potenciales sanguijuelas indignas que no tienen sitio en Occidente. En
la jerarquía de la muerte, cualquiera etiquetado de “inmigrante” debe ocupar su
lugar cerca del fondo. Es un mundo deshumanizado: para demasiada gente, eso
sucede por ahí abajo con “pequeños delincuentes”, y ¿quién llora a los pequeños
delincuentes?
A medida que se filtran de modo
efímero en la cobertura mediática las noticias de cerca de 200 refugiados
muertos frente a las costas de Libia, lo único garantizado es que habrá más que
se ahoguen. Y con las noticias de los más de 70 refugiados hallados muertos en
un camión en Austria –tratar de imaginar sus últimos momentos de vida dispara
una horrible sensación en la boca del estómago– sabemos que se encontrarán más
cuerpos en más camiones. Aquellos de nosotros que deseamos un trato más
compasivo para las personas que huyen de situaciones desesperadas, hemos
fracasado a la hora de ganarnos la opinión pública, y el precio de eso es la
muerte.
Para los que creen que la hostilidad
a los seres humanos de otros países que han perdido en la lotería de la vida es
algo en nosotros innato, hay pruebas de lo contrario. Alemania acepta cerca de
cuatro veces más de refugiados que Gran Bretaña; y por cada sirio que busca asilo
recibido por Gran Bretaña, Alemania acepta 27. Y pese a que nuestra generosidad
se compara descarnadamente con la alemana, la mitad de los alemanes se mostraba
a favor en un sondeo de admitir todavía a más refugiados.
Es este un debate que no pueden ganar
las estadísticas. Podemos decirle a la gente que quienes llegan hasta Europa
representan una minúscula fracción de la población mundial de refugiados, que
mientras que los países en vías de desarrollo albergaban el 70% de los
refugiados hace una década, poco más o menos, esta cifra ha dado ahora un salto
hasta el 86%. Países bastante más pequeños y pobres aceptan bastantes más que
nosotros, como el Líbano, con una población en torno a los 4,5 millones, entre
los que se cuenta 1,3 millones de refugiados sirios. Pero eso no transformará
las actitudes de la gente. Hemos de hacerlo con historias, humanizando a
refugiados que, de otro modo, carecerán de rostro.
Aparte de una minúscula proporción de
sociópatas, nuestra especie se muestra de modo natural empática. Sólo cuando
despojamos de humanidad a la gente –cuando dejamos de imaginarlos como seres
humanos como nosotros– se erosiona nuestra naturaleza empática. Eso nos permite
bien aceptar la desgracia de otros, bien incluso infligírsela a ellos. Los
diarios derechistas van a la caza de historias extremas y poco simpáticas de
refugiados, y nosotros respondemos con estadísticas. Por el contrario, tenemos
que mostrar la realidad de los refugiados: sus nombres, sus caras, sus
ambiciones y sus temores, sus amores y aquello de lo que huyeron.
Sí, la solución a la miseria humana
global no consiste en rescatar a un mínimo número de afortunados y lanzarlos
sobre los países ricos. Necesitamos que Occidente se haga cargo de la
responsabilidad de las zonas de desastre que ayudó a crear, como Libia e Irak.
Deberíamos presionar a nuestros gobiernos para que hagan más a la hora de
resolver situaciones que apremian a los seres humanos a huir. En nuestro país,
hay que otorgar recursos y apoyo extras a las comunidades con mayores niveles
tanto de migrantes como de refugiados. Pero mientras haya miseria, la gente
huirá de ella y una minúscula proporción llegará así de lejos. Si queremos
ayudarles, tenemos que cambiar las actitudes públicas, humanizando a los
refugiados. Si fracasamos, entonces cada vez más mujeres, hombres y niños se
ahogarán en los mares o se asfixiarán en camiones. Es así de deprimente.
Owen Jones, historiador y
periodista, es autor de Chavs: La demonización de la clase obrera, (Capitán
Swing, Madrid 2012). Su último
libro es The Establishment, and how to get away with it, Allen Lane 2014
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas
Antón
Fuente: Sin Permiso
Publicado por
Organización Guardia Roja (USA)
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