Capítulo II: La llegada de los
ingleses
La Red de Blogs Comunistas está traduciendo el libro Una visión marxista
de la historia de Ceilán, de N. Shanmutathasan, de gran importancia para dar a
conocer la historia de la lucha de clases en Sri Lanka y entender su situación
en la actualidad.
El autor se lo dedicó a su nieto, "con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta".
El autor se lo dedicó a su nieto, "con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta".
Así que el libro es también un repaso a los errores del movimiento
comunista de aquel país, enmarcados en la historia y por los conflictos del
movimiento comunista internacional y, por supuesto, en el contexto asiático y
del desarrollo, fortalecimiento y extensión del marxismo-leninismo y las
aportaciones esenciales del camarada Mao Tse Tung.
El libro está editado por el Partido Comunista de Sri Lanka, cuyos
camaradas fueron los que nos lo dieron a conocer y nos aconsejaron su
traducción.
Después de la reciente publicación del capítulo I, El antiguo
Ceilán, a continuación, se puede leer el capítulo II: "La
llegada de los europeos".
***
CÁPITULO II: LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS
“Hay en
nuestra bahía de Colombo una raza de gentes de piel blanca y lindo aspecto. Van
ataviados con jubones de hierro y tocados de hierro también; no paran quietos
ni un minuto en un sitio; caminan de aquí para allá; comen trozos de piedra y
beben sangre; dan dos o tres piezas de oro y plata por un pescado o una lima;
la estampida de su cañón es más fuerte que el trueno cuando restalla en la roca
Yughandara. Sus balas de cañón vuelan muchas gauvas[1] y hacen añicos las fortalezas de
granito”.
Así rezaba el
informe enviado al rey de Kotte, Vira Parakrama Bahu VIII, cuando los
portugueses llegaron a las afueras de Colombo el 15 de noviembre de 1505.
Portugal fue uno de los primeros países europeos en tener una presencia
importante en Asia gracias al descubrimiento de la ruta marítima hacia el Este.
Llegaron en busca de especias y Ceilán era, en ese momento, la principal fuente
de canela. Su superior poderío naval y el uso de la pólvora los hicieron
irresistibles a los reyes que entonces gobernaban la isla. La clave de su éxito
contra los ejércitos nativos se encuentra en la última frase del informe
remitido al rey de Kotte y citado más arriba: “Sus balas de cañón vuelan muchas
gauvas y hacen añicos las fortalezas de granito”.
Pero, con
todo, no fue sólo cosa de uno. Los portugueses se encontraron con una tenaz
resistencia y no consiguieron nunca conquistar toda la isla. Aunque el entonces
rey de Kotte no pudo oponerse a la petición de los portugueses de que se les
concediera permiso para construir un fuerte en Colombo y a pesar de que un rey
posterior de Kotte, Don Juan Dharmapala, tras su conversión al cristianismo,
designó al rey de Portugal como heredero suyo en 1580, la resistencia de otros
reyes y príncipes cingaleses continuó. De hecho, es en este periodo de la
historia en el que se registran algunas de las guerras más cruentas de los
cingaleses contra los conquistadores extranjeros procedentes de Europa. Las más famosas de estas gestas fueron las guerras de
resistencia que riñeron Mayadunne y su hijo Rajasingha I contra los
portugueses. La batalla más célebre, en la que Rajasingha derrotó a los
portugueses de modo decisivo, tuvo lugar en Mulleriya, a 9 millas de
Colombo, en 1559. Otra fue la famosa aniquilación del ejército portugués por
Rajasingha II en 1638 en Gannoruwa, adonde se habían retirado los portugueses
después de saquear Kandy. Según se cuenta, sólo 38 europeos escaparon con vida
para contarlo.
El final del
dominio portugués no estaba lejos. Otra potencia europea, Holanda, había puesto
ya sus ojos en Ceilán, cuya importancia estratégica para estas potencias
marítimas era enorme, ya que se encontraba en el centro de las grandes rutas
comerciales hacia el Este desde Europa. Además, en Trincomalee, Ceilán poseía
el mejor puerto natural de todo Oriente, desde el que se podía controlar la
bahía de Bengala y el Océano Índico. En 1802, después de que los británicos
conquistaran la isla, Pitt el Joven la describió en el Parlamento como “la
posesión colonial más valiosa en el orbe... que da a nuestro imperio indio una
seguridad de la que no había disfrutado desde su primer establecimiento”.
Trincomalee iba poseer esta importancia estratégica hasta la aparición de la
fuerza aérea como arma más importante de nuestro tiempo. Además, como ya se ha
señalado, el hecho de que Ceilán fuese uno de los principales proveedores de
canela de buena calidad de todo el mundo fue en sí mismo un aliciente. En 1638
Rajasingha II de Kandy firmó un tratado con los holandeses. Les prometió
ciertos derechos comerciales a cambio de ayuda para expulsar a los portugueses
de Ceilán. El rey cingalés, sin duda, pensó que podría utilizar las
contradicciones entre esos dos grandes rivales europeos en beneficio de su
propio país, pero se equivocó.
El superior
poderío marítimo de los holandeses garantizó la derrota de los portugueses. El
último reducto de éstos en Ceilán, Jaffna, cayó en 1658. Los holandeses, a la
sordina, ocuparon el lugar de los portugueses, a pesar de todas las
obligaciones que emanaban del acuerdo. El rey cingalés resultó engañado.
El impacto de
la dominación portuguesa de Ceilán fue importante, pero no duradero. Trajeron
consigo una civilización totalmente nueva, una nueva religión –el catolicismo–
y nuevos hábitos y costumbres, tal como fielmente describía el primer informe
de su llegada. Fueron ellos quienes abrieron el camino a las relaciones y
contactos con el más avanzado Occidente. Pero el siglo y medio que duró su
dominación sobre la mayor parte del país, de la que se salvaron las zonas
montañosas, fue terrible. Su gobierno se caracterizó por la más salvaje
persecución religiosa, que incluía las conversiones forzosas y la destrucción
de los lugares de culto de otras religiones, y por una explotación intensa e
inmisericorde del país, desprovista de los refinamientos que los siguientes
conquistadores, en especial los británicos, iban a introducir más tarde. Tras
ellos dejaron la más reaccionaria de todas las religiones que a día de hoy se
pueden encontrar en Ceilán: la Iglesia Católica. También de los
portugueses heredó Ceilán algunos de los nombres más frecuentes de sus actuales
habitantes, como Perera, Silva, Fernando, etc.
La ocupación
holandesa de Ceilán, que duró hasta 1796, careció comparativamente de
incidentes. Su dominio se ejerció sólo sobre las provincias marítimas. Su
principal preocupación fue la extracción de la mayor cantidad posible de canela
de la isla. En aquel tiempo, la mayor parte de la canela crecía salvaje en los
territorios reales, lo que implicaba que los holandeses debían estar en buenas
relaciones con el rey de Kandy. Los holandeses se centraron en el comercio.
Además de la canela, también establecieron un comercio de exportación de nuez de
areca, elefantes, caracolas (Turbinella pyrum), etc.
Asimismo, cabe señalar que, por entonces, el arroz para el consumo local se
importaba de la India. También comenzó en esta época el cultivo de la pimienta
y el café, así como, a gran escala, el del coco.
Los
holandeses introdujeron su propio sistema de derecho en Ceilán y codificaron el
derecho consuetudinario del país tamil, el llamado Thesavalamai. A día de hoy,
ambos siguen constituyendo el sistema jurídico cingalés. Éste fue su mayor
legado a Ceilán.
En varios
aspectos, los holandeses anticiparon muchas de las cosas que los británicos
iban a implantar. Fueron ellos quienes introdujeron los cultivos comerciales
que los británicos convirtieron en sistema económico. También crearon el
sistema escolar, sobre el que los británicos construyeron el suyo. Si los
portugueses recurrieron a las conversiones por la fuerza, los holandeses
utilizaron el método más sutil de los incentivos materiales. A los empleos
gubernamentales sólo tenían acceso quienes estuvieran bautizados. Los
holandeses también demostraron cómo se podía hacer de la religión y la
educación armas eficaces de agresión cultural contra el pueblo de Ceilán. Los
británicos perfeccionaron este sistema. La iglesia y la escuela se convirtieron
en el centro de agresión cultural imperialista, al igual que las plantaciones
lo fueron de la agresión económica.
Los
británicos reemplazaron a los holandeses en Ceilán en 1776. La derrota de los
holandeses se debió principalmente al declive de su poderío naval en el
Atlántico. Con la llegada de los británicos, que fueron los primeros y únicos
europeos que conquistaron la totalidad de la isla, se inició un periodo en el
que iban a producirse numerosos cambios radicales en la economía y las
instituciones de Ceilán.
Los primeros
veinticinco años de dominio británico de la isla, periodo en el que gobernaron
sólo las provincias marítimas que habían estado bajo control holandés,
carecieron de acontecimientos especialmente destacados. De 1796 a 1802,
Ceilán fue administrado por el gobierno de Madrás de la Compañía de las Indias
Orientales. Fue en 1802 cuando se convirtió en una colonia de la Coronay
comenzó a administrarse directamente desde Inglaterra. Durante el primer año de
gobierno británico, la tentativa de modificar el sistema de recaudación de
ingresos provocó graves disturbios. Como consecuencia de ello, se volvió al
antiguo sistema, tal como existía en tiempos de los holandeses.
El gobierno
británico estaba demasiado preocupado en casa con las guerras napoleónicas en
Europa como para prestar mucha atención a la conquista de la totalidad de
Ceilán. Sin embargo, los gobernadores locales eran muy ambiciosos, y las
rivalidades e intrigas prácticamente continuas de los notables de Kandy contra
su rey espolearon dichas ambiciones.
Coincidiendo
prácticamente con la llegada a Ceilán del primer gobernador británico, Frederic
North, nombrado directamente desde Inglaterra, se produjo el acceso al trono en
1797 del último rey de Kandy, Sri Vikrama Rajasingha. Su nombramiento como rey
fue obra del gran Adigar, Pilimatalawa, quien se cree que también era su padre.
Pero Rajasingha no resultó ser un instrumento tan dócil en manos de
Pilimatalawa, por lo que el gran Adigar comenzó a intrigar con los británicos
en contra del rey.
La que se
conoce como primera guerra de Kandy tuvo lugar en 1803, cuando el ejército
británico marchó sobre dicha ciudad, cuyos habitantes la habían evacuado, e
instaló en el trono al títere Muttu Swarny. No obstante, los británicos fueron
incapaces de mantener Kandy en su poder. Bloqueados por las defectuosas
comunicaciones y afectados gravemente por las enfermedades y el monzón, se
vieron obligados a retirarse. Los habitantes de Kandy comenzaron a emplear
tácticas de guerrilla y cortaron el paso al ejército británico el 24 de junio
de 1803, pasándolo a cuchillo a orillas del río Mahaveli. Fue casi una réplica
del desastre que sufrió Napoleón en su famosa marcha sobre Moscú.
Aunque los
habitantes de Kandy desbarataron este primer intento británico de subyugarlos,
su suerte final iba a decidirse en el seno de sus propias filas. En 1811,
a Pilimatalawa, que había pagado con su cabeza sus intrigas, le sucedió
como gran Adigar Ehelepola. Pronto siguió los pasos de su predecesor y entabló
negociaciones desleales con los británicos a través del funcionario inglés
D’Oyly, que conocía bien el cingalés. Cuando el rey tuvo sospechas de la
traición, Ehelepola trató de levantar al pueblo contra el rey en la región de
Sabaragamuwa, pero fracasó. Acto seguido, el 23 de mayo de 1814, se pasó al
bando británico y, con su activa contribución, éstos lanzaron la segunda guerra
de Kandy, en la que dicho reino fue conquistado.
Es decir, que
la traición y las disensiones internas desempeñaron el papel principal en la
caída del reino de Kandy en 1815. El 2 de marzo de ese mismo año, Brownrigg
aceptó la capitulación de los notables de Kandy en la Sala de
Audiencias del reino. Una semana más tarde se produjo la firma de la farsa
llamada “Convención de Kandy”. Los hay que aún ponen todo su empeño en sostener
que esta convención fue un acuerdo entre iguales por el que los notables de
Kandy transmitían la lealtad de Rajasingha al rey británico Jorge III.
Semejantes suposiciones no tienen ni pies ni cabeza. Fue un tratado dictado por
los conquistadores e impuesto por la fuerza a los conquistados.
No cabe duda
de que el oportunista artículo V de la convención, que declaraba que “el budismo
y las escrituras religiosas de los Devas eran inviolables y que la sangha, sus
lugares de culto, santuarios y ceremonias quedaban protegidos”, era un intento
de apaciguar los ánimos locales. Sin embargo, convertido en el blanco de los
dardos de los misioneros cristianos, la rebelión de 1818 terminó por dar a los
británicos la excusa para invalidar tal promesa.
No fue nada
sorprendente que el antiguo orden feudal de los reyes cingaleses se hundiera
cuando hubo de hacer frente al superior poder económico y de fuego de los
conquistadores británicos. El feudalismo opuso una débil resistencia, como en
la primera y la segunda guerras de Kandy. La suerte, no obstante, estaba echada
de antemano. La rebelión de 1817, conocida como el Levantamiento de Wellassa, encabezada
por uno de los notables que había firmado la Convenciónde 1815,
Keppetipola, fue la última llamarada de aquel fuego mortecino. La rebelión de
Matale de 1848, asociada a los nombres de Gongalagoda Banda (Peliyagoda David)
y Purang Appu, ambos cingaleses de las tierras bajas, fue, en comparación, poca
cosa, ya que en su represión no perdió la vida ningún británico. Hoy en día, se
pretende pintar a Keppetipola como un héroe nacional. Tal afirmación es difícil
de sostener. Keppetipola no fue un héroe nacional en el sentido en que lo
entenderíamos hoy. No luchó en nombre del pueblo cingalés contra los invasores
extranjeros porque pensara que éstos habían privado al pueblo de su preciada
independencia. La idea de que el pueblo pudiera tener algún tipo de derecho
habría resultado extraña a los notables de Kandy. Cuando Keppetipola se rebeló,
lo hizo contra la usurpación británica de los poderes tradicionales de los
notables de Kandy. Keppetipola creyó que el rey británico o su representante se
limitaría a ocupar el lugar de Sri Vikrama Rajasingha, en la confianza de que
las demás circunstancias seguirían siendo las de siempre.
En este
aspecto, iban a llevarse una desagradable sorpresa, pues los británicos siempre
tuvieron la intención de hacerse con el poder real. Sólo cuando fueron
conscientes de ello, se rebeló una parte de los notables que luchó por la
restauración del viejo orden feudal. La independencia del pueblo nunca entró en
sus cálculos. Una vez sofocada la revuelta, la clase feudal de Kandy se resignó
y sometió a la omnímoda dominación británica, a pesar de que aún se produjeron
varios levantamientos más de poca importancia. Muy pronto se convirtieron en
activos colaboradores de los conquistadores británicos y en opresores al alimón
del pueblo. Fueron ellos quienes proporcionaron la base social que garantizó la
dominación extranjera, papel que han desempeñado en todo momento a partir de
entonces.
Esta actitud
pasiva y servil de los decadentes señores feudales de Kandy para con el
imperialismo extranjero ha perdurado hasta los tiempos modernos. Cuando
Bandaranayake lanzó su cruzada contra el Partido
Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés] en 1951, no
tuvo el apoyo de ninguno de estos notables, ni por parte de su padre, ni por la
de su esposa. Por eso nunca confió en ellos y los mantuvo apartados cuando
formó su gobierno en 1956. Si algunos de ellos, más tarde, se subieron al carro
de Bandaranayake (después de 1959), fue porque se sintieron seguros de la
continuidad del status quo.
En un principio,
los británicos gobernaron Kandy como una provincia aparte, pero más tarde se
fusionó en una única administración con el resto de la isla. Una de las
primeras tareas de los británicos después de la conquista de Kandy fue unirla
con Colombo, Trincomalee y Kurunegala por medio de sendas militares, con lo que
la capital de las colinas –Kandy– perdió la preponderancia de que había
disfrutado gracias a las dificultades de acceso por la falta de buenos caminos.
Éstos se construyeron a base de trabajo obligatorio –“rajakariya” o trabajo al
servicio del rey–. Ceilán se había vuelto a unificar, esta vez al dictado de
una potencia extranjera de Europa.
Con la
unificación de la isla bajo el dominio británico, comenzó un nuevo capítulo de
la historia de Ceilán. Se produjo la introducción de un sistema económico
colonial basado en las plantaciones que condiciona hasta nuestros días el
destino económico del país. Para entender la naturaleza fundamental del cambio
que tuvo lugar, es esencial trazar, siquiera esbozándolos, los rasgos de la
economía que prevaleció en el Ceilán gobernado por los reyes cingaleses durante
casi dos mil años.
El sistema económico dominante en Ceilán antes de
que la conquista europea acabara con él, se puede describir como una economía
natural feudal. Era una economía autosuficiente en la que el dinero desempeñaba
poco o ningún papel. Las gentes producían todo lo que necesitaban e intercambiaban
sus excedentes por bienes de los que carecían. El comercio con el mundo
exterior existía en productos como las gemas, las perlas o las especias, que
habían dado fama a Ceilán desde antaño.
Una notabilísima descripción de este tipo de
economía natural, tal como existía en el reino de Kandy, aparece en el famoso
libro sobre Ceilán de Robert Knox. Knox estuvo preso en el reino de Kandy
durante más de 19 años, entre 1660 y 1679, y escribió su libro tras huir de la
isla.
He aquí un
extracto de dicho libro: “Cualquier forma de dinero es aquí muy escasa y con
frecuencia compran y venden mediante el intercambio de mercancías. Entre ellos
se produce un pequeño tráfico comercial debido a la naturaleza de la isla, ya
que lo que se da en una parte del país, no crece en la otra. No obstante, tanto
en una parte como en la otra de estas tierras tienen lo suficiente para
sustentarse, creo, sin la ayuda de productos traídos de cualquier otro país,
intercambiando unas mercancías por otras y llevando lo que tienen a otras
partes para abastecerse de lo que necesitan.”
Se trata de
una perfecta descripción, hecha por un testigo ocular, de lo que es una
economía natural bajo el feudalismo. No cabe duda de que, por sí solo, Ceilán
habría evolucionado hacia el capitalismo en su momento. Pero tal cosa no llegó
a producirse. En lugar de eso, la invasión imperialista extranjera redujo a
añicos la economía feudal atrasada y estancada que existía en la isla y
estableció la nueva economía colonial basada en las plantaciones. Se trataba
básicamente de una economía monetaria que no era, sin embargo, capitalismo en
el estricto sentido de la palabra. El desarrollo de un capitalismo local no
hubiera redundado en beneficio del imperialismo británico, que necesitaba un
Ceilán productor de materias primas y un mercado para sus productos
manufacturados. En ese sentido, el imperialismo británico desbarató,
sistemáticamente, cualquier intento de desarrollo capitalista. Lo que sí
permitió y fomentó fue una economía colonial que encauzara los enormes
beneficios obtenidos de los recursos naturales de la isla al enriquecimiento de
la metrópolis.
Un resultado
de la conquista extranjera fue el abandono definitivo y la ruina del vasto
sistema de irrigación, orgullo de los reyes cingaleses y base de la prosperidad
de la civilización de Ceilán en su momento de mayor apogeo. Los embalses no se
volvieron a reparar, lo que los dañó irremediablemente, o bien fueron desecados
para hacer las nuevas carreteras, algunas de las cuales se construyeron sobre
los muros de contención de dichos embalses. Poco a poco, el bosque se los fue
comiendo, situación que se prolongó hasta su recuperación en el siglo XX. A
partir de la dominación holandesa se inició la importación del alimento de
primera necesidad de los cingaleses, el arroz.
Como ya se ha
señalado, los imperialistas británicos introdujeron la economía de plantación
en Ceilán. El cultivo del café ya había comenzado con los holandeses, pero su
desarrollo agrícola comercial empezó en época británica. Más tarde, el té ocupó
el lugar del café debido a una plaga que acabó con éste. También la plantación
extensiva de caucho se inició en este periodo.
Estas
plantaciones necesitaban grandes extensiones de tierra y una gran cantidad de
mano de obra. ¿De dónde las obtuvieron los británicos? Como en todos los casos
de acumulación primitiva de capital, en Ceilán también esta acumulación –en
este caso en forma de tierra– se llevó a cabo mediante el saqueo a gran escala,
efectuado por medio del Decreto de Baldíos[2] de
1897 y el Impuesto de Granos de 1878.
Antes de que
los británicos llegaran a Ceilán, los holandeses habían creado un sistema legal
que se aplicaba en las provincias marítimas en las que gobernaban. Quienes
poseían tierras disponían de una especie de título de propiedad que lo
demostraba. No era éste el caso en Kandy. Allí, toda la tierra pertenecía
teóricamente al rey. A través de sus nobles, el rey confiaba sus tierras a los
campesinos. Esta ocupación era estable y sólo podía enajenarse si el campesino
perdía la confianza del rey. En general, no obstante, la ocupación lo era a
perpetuidad y pasaba de generación en generación. La cosa estaba clara, pero no
había títulos de propiedad que lo demostraran.
Por medio del
Decreto de Baldíos, los británicos declararon la pertenencia a la Corona de todas
las tierras cuya propiedad no pudiera demostrarse. Aun cuando algunos
campesinos pudieron hacerlo respecto a los arrozales que cultivaban, no
pudieron, sin embargo, demostrar la propiedad ni de los bosques comunales ni de
los pastos del común en que pacían sus ganados, que constituían, asimismo, una
parte considerable de la economía de las aldeas sin la cual el cultivo de los
arrozales era imposible. Un gran número de campesinos se vio, pues, obligado a
vender sus campos y emigrar. Dichas tierras y los bosques fueron declarados
propiedad de la Corona y vendidos a plantadores británicos a precios
increíblemente bajos, en ocasiones, al parecer, a menos de cincuenta centavos
por acre. Posteriormente, se permitió también a los plantadores cingaleses comprar
tierras de la Corona. Si aún quedaban campesinos propietarios de tierras, el
Impuesto de Granos se ocupó de ellos. Dicho impuesto era singularmente inicuo
pues gravaba en exclusiva al campesinado, eximiendo a los terratenientes, a las
tierras de los templos, etc. Incapaz de hacer frente a esta onerosa gabela, un
gran número de campesinos terminó por vender sus tierras y marcharse. Muchos de
ellos, según parece, murieron de hambre.
De manera
semejante, los británicos expropiaron también las tierras de los templos por el
Decreto nº 10 de 1856 de Registro de las Tierras de los Templos[3].
Los efectos de esta norma también afectaron a los campesinos, ya que tales
tierras siempre se les habían concedido en usufructo. La declaración de
ausencia de titularidad legal sobre las tierras, que efectuaban los miembros de
la llamada Comisión de Tierras, nombrados para aplicar el mencionado decreto,
significó la incautación por el gobierno de miles de acres de tierras de los
templos.
Es necesario
señalar que en la expropiación de las tierras de los habitantes de Kandy, los
británicos contaron con la ayuda de una parte de los notables feudales. En ese
proceso, éstos apandaron grandes extensiones de tierra. De hecho, éste es el
origen de todos los actuales grandes latifundios o nindagam. Y así, el
gobernador Clifford pudo comentar cínicamente: “Fueron sus propios paisanos
quienes, en su mayor parte, llevaron a cabo el trabajo especulativo de acaparar
los títulos dudosos de los aldeanos.”
De este modo
los conquistadores británicos despojaron al campesinado de Kandy de sus
tierras. Aunque dieran a la operación una ficticia apariencia de legalidad, lo
cierto es que no fue más que un saqueo, lo cual conviene tener bien presente,
porque los chovinistas actuales, cuando recuerdan que a los campesinos de Kandy
les robaron sus tierras, tienden a olvidar quién
se las robó. Es más, tienden incluso a poner al inocente trabajador de las
plantaciones de origen indio –víctima él mismo de la explotación imperialista–
en el lugar del auténtico culpable, el imperialista británico, propietario aún
de la mayor parte de las tierras que robaron sus antepasados.
La expulsión
de los campesinos de Kandy de sus tierras es comparable a la de los campesinos
ingleses por sus señores feudales en vísperas de la Revolución Industrial,
provocada por la sustitución en el uso de la tierra del cultivo de trigo por el
de la cría de ganado ovino. Pero, mientras que la gran mayoría de los
campesinos ingleses puso rumbo a las ciudades recién creadas para trabajar en
las fábricas que acababan de surgir, convirtiéndose así en el proletariado, no
fue esa la suerte que deparó el destino a los campesinos desahuciados de Kandy.
Los británicos no los emplearon a gran escala en las plantaciones que
inauguraban, probablemente por dos razones: una era que,
después de los levantamientos de 1818 y 1848, los británicos desconfiaban de
los cingaleses. Y otra, que quizá prefirieran la mano de obra inmigrante, de la
que disponían en abundancia y estaba presta a trabajar a lo largo todo el año.
Es decir, a
los campesinos expulsados de Kandy se les condenó a una muerte lenta, o, a lo
sumo, a una existencia miserable. Que ello fue así, queda confirmado por el
informe de 1935 de la Comisión de Tierras en el que se afirmaba que
en Ceilán el campesinado estaba desapareciendo como clase. Para detener dicho
proceso, la comisión recomendaba paralizar las enajenaciones de tierras de la
Corona a manos de capitalistas privados o de grandes empresas y que, a partir
de entonces, estas tierras se entregasen sólo a campesinos. Así fue como
surgieron los planes de colonización de los años treinta. Fue ésta la política
agraria que siguieron todos los gobiernos hasta 1965, año en que el gobierno
del UNP dio marcha atrás y se reiniciaron las enajenaciones de tierras de la
Corona a capitalistas particulares y empresas.
¿De dónde
sacaron los plantadores británicos la fuerza de trabajo? Recurrieron a la India
meridional, cuya economía ya habían saqueado y donde había un gran número de
desempleados. Con ayuda de capataces indios o kanganis, embaucaron con falsas
promesas a trabajadores pobres a quienes luego esclavizaron en las plantaciones
de Ceilán, obligándoles a roturarlas primero y a trabajar en ellas después.
Cientos de ellos murieron a causa de los inhumanos métodos de transporte. Las
condiciones higiénicas en que se vieron obligados a vivir debieron de ser tan
terribles, que enfermedades como el cólera campaban a sus anchas. Las cosas
debieron de ponerse bastante feas porque el gobierno de la India hubo de
intervenir y el gobierno de Ceilán –ambos gobiernos eran británicos, aunque
estaban separados– tuvo que dictar una serie de normas mínimas para regular la
vivienda, la salud, la higiene y otros aspectos sobre las condiciones de vida
de aquellos trabajadores inmigrantes. Se trata de mantener vivos incluso a
quienes se explota de la manera más inmisericorde para poder seguir
explotándolos.
Así,
aconteció que los imperialistas británicos, a mediados del siglo XIX,
trasladaron a Ceilán a un gran número de trabajadores inmigrantes indios a
quienes arrojaron en la región de Kandy, transmitiendo a la posteridad, de esa
manera, un legado que continúa envenenando la política cingalesa hasta nuestros
días. Debe quedar claro, por lo tanto, que fueron los imperialistas británicos
los responsables de haber llevado mano de obra inmigrante india a Ceilán. Además,
ya desde la época de las primeras instituciones representativas, como el
Consejo de Estado, esta política de importación de mano de obra inmigrante
india para las plantaciones recibió el apoyo de los políticos burgueses
cingaleses. Cada año, el Consejo de Estado aprobaba fondos con que financiar
esta inmigración. Todos los dirigentes burgueses, desde D. S. Senanayake hasta
S. W. R. D. Bandaranayake, consintieron en ello. ¡Hay que recordárselos a los
modernos héroes antiindios!
Junto con los
trabajadores indios llegaron los comerciantes, los prestamistas y toda una
cáfila de parásitos que iban a explotar por igual a indios y cingaleses. Hay un
refrán en África que dice que dondequiera que fuera el imperialismo británico,
llevaba consigo un indio en el bolsillo, lo cual es totalmente cierto en el
caso de Ceilán. La rapacidad y la explotación inhumana de los comerciantes y
prestamistas indios se encuentran, en gran medida, en el origen de los
sentimientos antiindios que, por desgracia, algunos políticos intrigantes
supieron volver hábilmente contra los trabajadores de esa nacionalidad.
Estos
antecedentes de lo que ahora se llama el problema indo-cingalés, o el problema
de la apatridia de varios cientos de miles de trabajadores de origen indio,
deben tenerse muy presentes, si queremos contestar correctamente a la pregunta
de ¿quiénes son nuestros enemigos y quiénes nuestros amigos? Ora la ignorancia
más absoluta, ora la falta de una comprensión adecuada de estos antecedentes
han permitido a los reaccionarios, tanto extranjeros como locales, dividir las
filas revolucionarias en Ceilán gracias a una siniestra propaganda antiindia,
así como escindir a los trabajadores de las plantaciones de origen indio –que,
por cierto, constituyen un sector considerable de la clase obrera de Ceilán–
del resto de la población cingalesa.
Esta división
ha costado muy cara al movimiento revolucionario. Por ello es imprescindible
señalar que tanto los trabajadores de origen indio como los campesinos
cingaleses son víctimas del mismo imperialismo británico y, por tanto,
constituyen aliados naturales y no enemigos. Una solución duradera sólo puede
proceder de un enfoque en esa dirección.
Por lo tanto,
como acabamos de ver, la economía de plantación introducida por los británicos
se desarrolló sobre la base de la tierra (capital) robada a los campesinos de
Kandy y la mano de obra de los trabajadores inmigrantes indios. Toda la
economía del país se construyó alrededor del negocio del cultivo, tratamiento y
exportación del té y el caucho. El resto estaba supeditado a dicho negocio.
Éste ha sido siempre el modelo de explotación imperialista, ya que la casi
total dependencia de la economía de uno o dos productos agrícolas destinados a
la exportación, la hace extremadamente vulnerable a la presión imperialista.
Los imperialistas son capaces de manipular la economía a su antojo.
Así, se puede
observar que todos los bancos extranjeros que se establecieron en Ceilán lo
hicieron para financiar el sistema económico de las plantaciones con los beneficios
previamente obtenido de la explotación imperialista de Asia. Los nombres de
algunos de los bancos, como el del Hong Kong and Shanghai Bank Ltd., hasta
parecen indicar el lugar de origen de sus beneficios. Las empresas de
ingeniería, como Walker & Sons o Commercial Co., llegaron inicialmente en
la isla para instalar y mantener en buen estado la maquinaria necesaria para la
producción de té y caucho. Una vez en Ceilán, comenzaron a importar coches como
actividad secundaria. Los talleres de ingeniería se crearon para el
mantenimiento y reparación de esos coches.
Si uno se
fija en las carreteras o en las vías de ferrocarril, se dará cuenta de que las
mejores son las que llevan a las plantaciones, es decir, a Kandy, Nuwareliya y
Badulla, y el motivo es que por estas carreteras y vías se transportan las
futuras exportaciones de té y caucho a Colombo. La razón por la que se concedió
tanta ayuda extranjera a la expansión del puerto de Colombo fue que la
producción de té en los últimos tres o cuatro decenios se ha multiplicado por
más de dos y hay que embarcarla con destino al extranjero con toda prontitud.
Las
plantaciones de té y caucho, especialmente el té, produjeron enormes
beneficios. Los colonos británicos hicieron enormes fortunas. El capital
original invertido se duplicó varias veces en muchos casos. El té de Ceilán se
hizo mundialmente famoso. De hecho, Ceilán y el té llegaron a ser tan
sinónimos, que hubo una época en que a la isla se la llamó la plantación de té
de Lipton.
Sin embargo,
el establecimiento de las plantaciones en la zona montañosa, donde el té crecía
mejor, tuvo repercusiones terribles para Ceilán, distintas de la explotación de
sus recursos en beneficio del conquistador extranjero. Uno de los actos de
mayor barbarie perpetrados por los británicos fue talar los bosques que
adornaban las cimas de nuestros montes, desbrozados para dar paso a las
plantaciones de té. Como sabe cualquier biólogo, estos árboles desempeñan una
función muy útil. Enfrían las nubes cargadas de agua y las transforman en
lluvia. A su vez, las raíces de los árboles impiden que el agua de lluvia se
precipite de inmediato ladera abajo. En lugar de ello, facilitan que se filtre
a través del suelo y se incorpore a los acuíferos permanentes.
La tala de
árboles de los bosques implicaba que a partir de entonces las aguas pudieran arrollarlo
todo a su paso. Más aún, como la tierra alrededor de los arbustos de té debía
removerse y airearse continuamente para fertilizarla, el agua de lluvia lavaba
el subsuelo blando, que es el parte más fértil del suelo, y lo precipitaba en
los ríos. No hay ningún río en Ceilán que no corra marrón o fangoso. Es éste el
problema que conocemos como “erosión del suelo”. Durante años, como
consecuencia de este proceso, el lecho de los ríos comenzó a elevarse. Al
reducirse la capacidad de su cauce, los ríos ya no podían contener el agua de
lluvia de los grandes chubascos y empezaron a producirse inundaciones.
Inundaciones
en una estación y sequía en la otra: éste fue el resultado de la bárbara
política británica de talar los bosques de las cimas de nuestros montes.
Incluso cuando en los años treinta se sanearon los antiguos embalses destinados
al riego, el agua que acumulaban ya no era tanta como antaño, porque mucha de
la que procedía de la lluvia se perdía en riadas antes de llegar a ellos. De
ese modo, los británicos crearon el principal obstáculo para que Ceilán fuese
autosuficiente en la producción de alimentos. Hoy en día se estima que, con los
medios de irrigación necesarios para el cultivo en ambas estaciones del año de
todas las tierras en manos privadas, Ceilán podría alcanzar perfectamente la
autosuficiencia alimentaria.
Además de la
intensa explotación económica del país, los británicos recurrieron también a
diversas formas de agresión cultural contra el pueblo para consolidar su
dominación política. A este respecto, los holandeses ya habían sentado los
cimientos con la creación de escuelas y la promoción de las actividades de los
misioneros. Los británicos se basaron en lo previamente realizado por los
holandeses.
Así pues, se
dio inicio a los planes de europeización de los nativos por medio de la lengua
inglesa –el conocimiento del inglés no sólo era importante, sino también
rentable– y de la religión cristiana. Los británicos necesitaban también un
ejército de empleados educados a la inglesa que sirvieran en los peldaños
inferiores de la administración. Dichos hombres salieron de las nuevas escuelas
que se crearon. En dichas escuelas, dirigidas, como en Inglaterra, por
organizaciones misioneras, el cristianismo y el inglés iban de la mano. Muy
pronto se fundó una academia para impartir educación superior a los “nativos”.
Los ingleses
siempre fueron muy perspicaces. Fueron probablemente la más sagaz de todas las
potencias imperialistas. Junto con el uso de la fuerza bruta, que emplearon
siempre que lo estimaron necesario, como en 1818, 1848 o 1915, también sabían
dorar la píldora. Utilizaron la educación, en especial la educación superior en
las universidades británicas, como instrumento de subversión cultural con el
fin de producir una tribu de ingleses atezados que remedara al amo en su
lengua, vestido y costumbres, y cuya única ambición fuera convertir Ceilán en
un “pedacito de Inglaterra”. Según parece, cuando el gobernador Maitland dejó
Ceilán en 1811, dos hijos del mudaliyar de Saram le
acompañaron para estudiar en universidades inglesas. Había comenzado la
peregrinación.
Aquellos
universitarios que volvían de Inglaterra influyeron en la política cingalesa
durante un periodo de tiempo considerable, moldeándola con arreglo al modelo
que habían conocido en dicho país. Su influencia persiste hasta nuestros días.
En gran medida, se trató de una mera imitación servil y carente de imaginación
de instituciones extrañas que era imposible que prosperaran en el ámbito local.
Así, se dieron estampas tan grotescas como la de los jueces de la Corte Suprema
con peluca, en un país como Ceilán que tiene un clima cálido y tropical; o el
intento de trasplantar el sistema parlamentario inglés y la teoría de “un
hombre, un voto” a una sociedad rígidamente dividida sobre la base de las
categorías de casta y raza.
Pero algo
bueno tuvo también todo ello y es que gracias a este intercambio se produjo, en
el periodo posterior a la I Guerra Mundial, la introducción en Ceilán de las
semillas del marxismo revolucionario. La educación superior en inglés significó
asimismo que los cingaleses, si bien en una reducida minoría, tuvieron acceso a
partir de entonces al conocimiento moderno y, en especial, al aprendizaje
científico.
Era indefectible
que frente a esta veneración por todo lo inglés se produjera una reacción que,
cuando de hecho acaeció, adoptó la forma de movimiento por el renacer del
budismo y la glorificación del pasado remoto de los cingaleses. Este
movimiento, que era una pálida réplica del vigoroso renacimiento literario que
había tenido lugar en la India (en particular en Bengala), estuvo
encabezado por hombres como Migettuwatte Gunananda Thero, Anagarika
Dharmapriya, Ananda Coomarasamy y Arumuga Navalar, quienes contaron con la
colaboración de teósofos extranjeros como Oldcott y Annie Besant. Aunque no fue
mucha la importancia de las actividades de estos hombres y mujeres, su obra
tuvo un contenido progresista, ya que cualquier forma de oposición a la
religión de los conquistadores había necesariamente de despertar sentimientos
antiimperialistas y nacionalistas.
En la medida
en que los invasores extranjeros habían llevado a cabo su política de agresión
cultural sirviéndose de la escuela y de la iglesia, los miembros del mencionado
movimiento emplearon los mismos medios para el contraataque. Se crearon
instituciones como la Sociedad Teosófica Budista y el Consejo Hindú
de Educación, organizaciones que comenzaron a competir con los misioneros
cristianos, al establecer escuelas budistas e hindúes donde se impartía una
educación impregnada, inevitablemente, de un nacionalismo que sentó las bases
del antiimperialismo. Por lo tanto, se podría decir que en el movimiento por el
renacer del budismo y el hinduismo se manifestaron los primeros anhelos
antiimperialistas del pueblo y el deseo de afirmar su orgullo nacional.
A la vez, o
junto con dichas organizaciones, surgió también el movimiento pro abstinencia
alcohólica en Ceilán, un movimiento que, a los ojos de los colonialistas, tenía
una orientación política antibritánica. El gobierno británico había estableció
el monopolio del comercio del arak; a su vez, con el fin de aumentar sus
ingresos, los británicos arrendaban el derecho de vender arak a todos aquellos
que pusieran una taberna en cualquier aldea, por pequeña que fuese, del
interior del país. La pretensión de los colonialistas parece que fue la misma
que buscaban con la introducción por la fuerza del opio en China. En todo caso,
algunos de los que hicieron fortunas con el arrendamiento del derecho de venta
de arak terminaron dirigiendo el movimiento pro abstinencia alcohólica, después
de haber reinvertido su capital en el negocio de las plantaciones. Algunos de
estos hombres constituyeron la cabeza visible de la burguesía de Ceilán en el
periodo posterior a la I Guerra Mundial.
Al mismo
tiempo que los británicos llevaban a cabo su política de agresión cultural,
empleando para ello la escuela y la iglesia, andaban también ocupados
introduciendo reformas en su política colonial, reformas cuyo objetivo era
lograr la anuencia de los esclavos con su esclavitud. Los británicos conocían
el arte de la explotación con refinamiento, a diferencia de los portugueses.
Fueron ellos quienes comenzaron a incorporar a los cingaleses a la tarea de
asistirles en su administración de la isla. ¡Se trataba de conservar el poder
real en sus manos, ofreciendo a los “nativos”, poco a poco, una falsa ilusión
de poder! Para ello, los británicos presentaban reformas de vez en cuando.
Dicha práctica se inició con el establecimiento de un consejo legislativo y un
consejo ejecutivo sobre la base de las recomendaciones de la Comisión
Colebrooke-Cameron, cuyo informe se publicó en 1831-1832. En un primer momento,
la inclusión de miembros no oficiales, más tarde, la introducción del principio
de elección de los representantes, a continuación, la mayoría no oficial, y así
hasta llegar al sufragio universal y al sistema de comité ejecutivo previsto en
la Constitución Donoughmore… Éstos fueron algunos de los trampantojos de poder
que los británicos concedieron a los cingaleses, mientras ellos se aferraban a
las riendas de su supremacía, a saber, las fuerzas armadas, la administración
pública y la hacienda, salvaguardadas por el poder de veto del gobernador
británico.
Los británicos no tuvieron dificultades para
encontrar cingaleses capaces y dispuestos a jugar el juego de acuerdo con las
reglas británicas. Hombres como E. W. Perera, James Pieris, Ponnampalam
Ramanathan y Ponnampalam Arunachalam rogaron unas veces, exigieron otras,
reformas y más reformas. Enviaron peticiones frecuentes, fueron en sucesivas
delegaciones a Whitehall, fundaron asociaciones como la Liga Reformista y,
finalmente, crearon el Congreso Nacional Cingalés para mantener vivo su
movimiento.
Todos eran
hábiles reformistas burgueses que querían una situación mejor para los
cingaleses dentro del marco existente. Jamás plantearon la cuestión de la
independencia del imperialismo británico. En este sentido, sería un error
considerarlos como hombres que lucharon por la libertad del país. Sus
aspiraciones rara vez fueron más allá de lo que afirmaba E. W. Perera en 1907
en susImpresiones del Ceilán del siglo XX: “Pueblo eminentemente
leal, profundamente sensible a los beneficios de la dominación británica, los
cingaleses aspiran a gozar plenamente de la ciudadanía británica. Una
constitución más libre, obras para la prevención de las inundaciones, la
abolición del impuesto de capitación, la colonización sistemática de las
regiones donde se han recuperado los embalses con gentes procedentes de los
superpoblados distritos occidental y meridional, la ampliación del voto a las
personas educadas y una mayor participación de las gentes del país en los
escalones superiores de la administración pública, son algunas de las reformas
más esperadas, que con mayor urgencia se necesitan y que, por sí solas,
coronarán el espléndido edificio administrativo que un siglo de hábil gobierno
británico ha sabido erigir en Ceilán.”
En contraste
con el carácter revolucionario del movimiento por la independencia nacional que
se desarrolló en el vecino continente indio, una particularidad del movimiento
en Ceilán fue su naturaleza totalmente reformista y limitada al estrecho
horizonte de las peticiones por escrito y el envío de delegaciones. Ni un solo
dirigente burgués, de E. W. Perera a D. S. Senanayake y S. W. R. D.
Bandaranayake, exigió nunca la independencia nacional. Fue el movimiento de
izquierdas el que, por vez primera, clamó por la independencia nacional de
Ceilán.
La I Guerra
Mundial tuvo muy poca repercusión en Ceilán, más allá del revuelo causado por
la noticia de la llegada de la cañonera alemana Emden a las
costas de Ceilán. El acontecimiento más importante de ese periodo de la
historia de la isla fueron los trágicos disturbios raciales de 1915. La causa
inmediata de tales disturbios fueron ciertos resentimientos religiosos entre
los budistas y los llamados “moros de la costa” de la zona de Kandy-Gampola.
El
enfrentamiento surgió a raíz de la negativa de los moros a permitir que una
procesión budista pasara por delante de su mezquita. Los budistas invocaron los
derechos que presuntamente les otorgaba la Convención de Kandy. Paul E. Pieris,
juez del distrito de Kandy, apoyó la alegación de los budistas. Pero su
decisión fue revocada por la Corte Suprema, integrada por dos jueces ingleses.
Así fue como se encendió la mecha. Los altos funcionarios británicos en Ceilán
sospecharon de la participación de los recién aparecidos movimientos por el
renacer del budismo y por la abstinencia alcohólica, que se habían ganado la
mala fama de antigubernamentales. Se dejaron llevar por el pánico y recurrieron
a las medidas más extremas. Los británicos decretaron la ley marcial en todo el
país durante tres meses y utilizaron la fuerza bruta, en forma de soldados
punjabíes, contra los cingaleses. El número de muertos nunca se ha llegado a
saber. Muchas personas, asimismo, fueron condenadas a distintas penas de
prisión.
El gobernador
fue destituido. Pero el sufrimiento de los cingaleses contribuyó a profundizar
los sentimientos antiimperialistas del pueblo, así como su odio hacia los
gobernantes extranjeros, lo que, a su vez, espoleó el movimiento por la reforma
constitucional. De hecho, los beneficiarios inmediatos fueron algunos de los
dirigentes encarcelados durante los disturbios. En menos de dos decenios, esos
mismos dirigentes se convirtieron en los líderes políticos de Ceilán, ¡y, por
supuesto, como leales servidores del mismo imperialismo que los habían enviado
a la cárcel!
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