Del folleto: “LA CATASTROFE QUE NOS AMENAZA Y COMO
COMBATIRLA”
LA
NACIONALIZACIÓN DE LOS BANCOS
Los bancos constituyen, como
es sabido, centros de la vida económica moderna, los centros nerviosos más
importantes de todo el sistema capitalista de la economía nacional.
(…) Los bancos modernos
están en estrecha e indisolublemente entrelazados con el comercio (con el de
cereales y con todo el comercio en general) y con la industria que sin “´poner
la mano” sobre ellos no puede hacerse absolutamente nada serio, nada “democrático
revolucionario”.
(…)
En realidad, la
nacionalización de los bancos, que no priva ni de un solo kopek (centésimo. Nd.
Q. Gaytan) a ningún “propietario”, no ofrece absolutamente ninguna dificultad,
ni de orden técnico ni de orden cultural, y si se demora es exclusivamente por la sórdida codicia de
un insignificante puñado de
ricachones.
(…) La propiedad sobre los
capitales con que operan los bancos y que se concentran en ellos se acredita
por medio de certificados impresos o manuscritos, a los que se le da el nombre
de acciones, obligaciones, letras de cambio, recibos, etc. Con la nacionalización
de los bancos, es decir, con la fusión de todos los bancos en un solo Banco del
Estado, no se anularía ni modificaría ninguno de esos certificados.
¿En qué estriba, pues, la
importancia de la nacionalización de los bancos?
En que es imposible ejercer
un verdadero control de los diferentes bancos y de sus operaciones (aun
suponiendo que se suprima el secreto comercial, etc.), pues no se puede vigilar
el complicadísimo, alambicado y astuto tejemaneje a que se recurre al confeccionar
los balances, al fundar empresas y sucursales ficticias, al hacer
intervenir a hombres de paja, etc., etc. (…) Sólo nacionalizando los bancos podrá conseguirse que el Estado sepa adonde
y cuándo se desplazan los millones y los miles de millones. Y sólo este control de los bancos, centro,
eje principal y mecanismo básico de la circulación capitalista, permitiría
llevar a cabo de hecho, y no de palabra, el control de toda la vida económica,
de la producción y de la distribución de los productos más importantes, la “reglamentación
de la vida económica”, que de otro modo está condenada seguir siendo inevitablemente un tópico de
los ministros para engañar al vulgo. Sólo el control de las operaciones bancarias,
a condición de que se concentren en un solo banco perteneciente al Estado,
permitirá organizar, previa aplicación
de otras medidas fácilmente implantables, la recaudación efectiva del impuesto
de utilidades sin que haya ocultaciones de bienes e ingresos…
Bastaría con decretar la
nacionalización de los bancos, y se encargarían de realizarla sus mismos directores
y empleados. Para ello no falta ningún aparato especial ni se requieren
preparativos especiales por parte del Estado… Hecho esto, no restaría más que
unificar la contabilidad; (…) no existe la menor dificultad técnica para la
fusión de los bancos, y si el poder del Estado fuese revolucionario no solo de
palabra (es decir, si no temiese romper con la inercia y la rutina), si fuese
democrático no solo de palabra (es decir, si obrase en interés de la mayoría
del pueblo y no de un puñado de ricachos), bastaría con decretar la
confiscación de bienes y el encarcelamiento de los directores, los consejeros y
los grandes accionistas como castigo por la menor dilación y por los intentos
de ocultar los saldos de cuentas y otros documentos…
* * *
La nacionalización de los
bancos facilitaría extraordinariamente la nacionalización simultánea de los
seguros, es decir, la fusión de todas las compañías de seguros en una sola, la
centralización de sus actividades y su control por el Estado.
Sin abolir el secreto
comercial, el control de la producción y de la distribución, no irá más allá de
una promesa vacua…
El argumento acostumbrado de
los capitalistas, que la pequeño burguesía repite sin pararse a pensar, consiste
en que la economía capitalista no admite en absoluto la abolición del secreto
comercial, pues la propiedad privada de los medios de producción y la
dependencia de las distintas empresas respecto al mercado imponen la “sacrosanta
intangibilidad” de los libros y de las operaciones comerciales, incluyendo,
como es natural, las operaciones bancaria.
(…) cerrando los ojos ante
dos hechos fundamentales, importantísimos y universalmente conocidos de la vida
económica actual. Primer hecho: el gran
capitalismo, es decir, las peculiaridades económicas de los bancos,
consorcios capitalistas, grandes empresas, etc. Segundo hecho: la guerra.
(…) La ley que garantiza el
secreto comercial no tiende… a proteger
las necesidades de la producción o del intercambio, sino que sirve a la
especulación y al lucro en su forma más brutal, al fraude descarado, que, como
se sabe, está extendido de manera singular en las sociedades anónimas y se
encubre con gran habilidad en las memorias y en los balances, aderezados
cuidadosamente para engañar al público.
Si en la pequeña producción
de mercancías… el secreto comercial es inevitable, en la gran empresa
capitalista, por el contrario, proteger ese secreto significa proteger los
privilegios y las ganancias de un puñado, literalmente de un puñado, de hombres
contra todo el pueblo.
(…) Para proceder como demócratas
revolucionarios habría que dictar sin demora una ley... que declarara abolido
el secreto comercial, obligara a las grandes empresas y a los ricos a rendir
cuentas con todo detalle y concediera a cualquier grupo de ciudadanos lo
suficientemente numeroso para considerarlo democrático (…) el derecho de comprobar todos
los documentos de cualquier gran empresa. (…) La inmensa mayoría de las
empresas comerciales e industriales no trabajan para el “mercado libre”, sino para el Tesoro, para la guerra.
La economía capitalista “al
servicio de la guerra” (es decir, la economía directa o indirectamente
relacionada con los suministros de guerra) es la dilapidación de los fondos públicos sistemática y legalizada (…)
Los demócratas revolucionarios,
si fuesen revolucionarios y demócratas de verdad, dictarían inmediatamente una
ley que aboliera el secreto comercial, que obligara a los proveedores y a los
negociantes a rendir cuentas y los prohibiera cambiar de actividad sin permiso
de las autoridades; una ley que decretase la confiscación de bienes y el
fusilamiento para castigar las ocultaciones y los fraudes al pueblo y
organizase el control y la fiscalización desde
abajo, de un modo democrático, por el propio pueblo, por los sindicatos de
empleados, por los sindicatos obreros, por las asociaciones de consumidores, etc.
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