El “Proceso de Paz”
Ya han transcurrido diez años desde que se firmó el Acuerdo de Belfast, o Acuerdo de Viernes Santo (AVS) como se le conoce mejor. Este acuerdo es la base de todo el “proceso de paz”, dejando sentados los parámetros de una “solución final” al ancestral conflicto entre Irlanda e Inglaterra. Es central en este acuerdo la aceptación absoluta de la legitimidad del mandato británico en Irlanda. Según los términos del acuerdo, se acepta que el carácter constitucional de la ocupación británica no se modificará sino hasta que una mayoría de quienes viven en los seis condados ocupados lo decidan –en efecto, dando a una sexta parte del pueblo irlandés el veto sobre las otras cinco sextas partes.
El AVS, construido sobre el principio fundamental de la continuidad del mandato británico, llamaba al movimiento republicano provisional a aceptar y apoyar las instituciones de la “ley y el orden” ie., el sistema legal de la policía británica, sus cortes y sus prisiones. El argumento usado por Sinn Féin (el partido político del movimiento republicano provisional) para justificar su aceptación del “Estado de derecho”, es que las reformas a las instituciones políticas y legales del Estado del Norte (las cuales ponen un poco de poder de supervisión en manos de los políticos locales) de hecho apuntan al avance del retiro británico en algún momento distante. Este argumento carece de sustancia. El AVS tiene, de hecho, múltiples salvaguardas para neutralizar cualquier intento de “cambiar el sistema desde adentro”. El AVS representa un ejemplo de lo que el político británico de derecha Enoch Powell llamó, “dar poder para conservar el poder”.
La naturaleza de las reformas a la estructuras policiales bajo el AVS están claramente limitadas dado que la supervisión otorgada al Consejo Policial (el cual está compuesto con representantes de todos los principales partidos políticos del Norte) y de la Asociación Distrital de Policía (cuerpos regionales compuestos por políticos locales) puede ser burlada invocando intereses de “seguridad nacional”. La “seguridad nacional” a que nos referimos, es, por supuesto, la seguridad nacional británica. El MI5 (el servicio responsable de la seguridad interna del “Reino Unido”) mantendría el control general de manera inescrutable de las operaciones de inteligencia. Todo esto, es indicativo de lo desorientados que estaban algunos republicanos en cuanto a su comprensión de la naturaleza del Estado británico; dado que la función primordial de toda fuerza policial es defender la autoridad y legitimidad del Estado y servir a los intereses de quienes detentan el poder, es falaz creer que la participación republicana en estas estructuras pueda resultar en otra cosa que la continuación de esas mismas funciones.
El establecimiento político en Irlanda, Inglaterra y otros países lejanos, ha hecho bastante propaganda sin escatimar elogios interminables tanto para quienes negociaron el AVS, así como para el escenario político que éste creó. Es difícil encontrar un artículo en los medios oficiales o algún espacio en la televisión que vaya más allá de la retórica y que presente la realidad de la actual situación. Lo que no logran señalar es la realidad de que la zona ocupada por los británicos está hoy mucho más dividida que antes. Esto no podía ser de otra manera, ya que el AVS se basa en una tosca división sectaria del poder entre dos “tribus” opuestas.
El AVS es, de hecho, el desenlace de la estrategia de contra-insurgencia británica iniciada por el general del ejército británico Frank Kitson a mediados de los 1970s, y a la cual siguieron en términos generales todos los líderes militares y políticos británicos en lo sucesivo. El AVS y sus instituciones, así como el contexto que creó, son simplemente adiciones complementarias a la estrategia original de tres pilares de “Ulsterización”, “Criminalización” y “Normalización”.
Así que mientras el establecimiento político en Irlanda (el cual incluye ahora a los republicanos provisionales) continúa su práctica de darse mutuamente y de manera aparentemente eterna de palmaditas en la espalda, resulta útil para aquellos que apoyan la causa de la liberación de Irlanda, examinar con mayor atención cómo es que se llevó a efecto la estrategia contra-insurgente británica.
El primer pilar de esta estrategia, la “Ulsterización” (“Ulster” es el nombre que recibe el Estado de seis condados ocupados, pero en realidad es el nombre que históricamente ha recibido una provincia de nueve condados en el Norte de Irlanda) implica el retiro de las tropas británicas de la línea de fuego, para ser reemplazadas por una fuerza policial colonial como la RUC o el PSNI, así como por milicias locales como el Regimiento de Defensa del Ulster (una unidad del ejército británico compuesta por soldados nativos, la cual es conocida hoy en día como el Regimiento Real Irlandés). Este proceso, en efecto, mató a dos pájaros de un tiro, pues logró frenar el flujo de soldados británicos muertos (con toda la desmoralización política que les acompañaba de vuelta a casa) así como creó un escenario en donde el gobierno de Londres podía mostrar la lucha por la independencia irlandesa como nada más que “problemas” de gente mugrienta y de una religiosidad sectaria. Entonces, podrían ellos mostrar su rol en Irlanda como el de árbitros honestos que mantenían a raya a los belicosos “paddies” (término peyorativo utilizado para los irlandeses en Inglaterra) para que no estuvieran agarrados del pescuezo, y más tarde, como facilitadores de un “proceso de paz”.
Otro aspecto de la Ulsterización, aunque tal vez no haya formado parte del plan original de Kitson, ha sido una creciente aceptación de la división nacional como una realidad política aparentemente permanente. Los cambios hechos a los artículos dos y tres del Estado Irlandés de veintiséis condados en el sur (artículos que implicaban jurisdicción sobre toda la isla de Irlanda) no son más que un ejemplo de lo lejos que el gobierno británico y sus aliados irlandeses han llegado en términos de convencer al pueblo de que el territorio nacional, por alguna razón, termina en algún lugar al norte de Dundalk y al sur de Newry (donde está la línea divisoria entre los Estados del Norte y el Sur). Esta división psicológica es potencialmente más nociva que la frontera física.
La “Criminalización”, el segundo pilar de la estrategia de Kitson, tenía dos vertientes. Una intentaba proyectar la imagen de que la lucha de liberación era poco más que una empresa de carácter criminal, y que aquellos que estaban involucrados en ella, lo estaban por ambición personal, mientras que la otra vertiente mostraba a la misma lucha de liberación nacional como un acto criminal. Esta estrategia fue resumida claramente por Margaret Thatcher en su famoso discurso en el que afirmó que “un crimen, es un crimen, nada más que un crimen”.
Mientras que el primer objetivo se lograría mediante la utilización de propaganda y difamación, de infiltración y de espías, es el segundo objetivo el cual representaba la mayor amenaza para el republicanismo irlandés. La lucha en las prisiones de 1970 y de 1980 es una muestra de la importancia de este campo de batalla. La posición esencial de los británicos era simple –el pueblo irlandés no tiene derecho a organizarse como oposición a su mandato –particularmente si esa oposición es armada. Cualquier tipo de organizar la oposición al mandato británico más allá de los parámetros del guerrimandaje establecido por el gobierno británico, era considerado “criminal”.
El único mecanismo “no criminal” para que los irlandeses republicanos pudieran presionar sus demandas, era mediante el escenario de las elecciones, cuya limitación estaba definida por la existencia del veto “unionista” (término referido a los partidarios de la corona y de la anexión al Reino Unido). Este veto se podía ejercer sobre las instituciones creadas y controladas por el Estado británico. De esta manera, los republicanos quedaron de a poco confinados a una lucha comparable a una rueda de hámster, definida y controlada por los británicos. En este sentido no podía haber espacio para que los republicanos aplicaran una estrategia doble. Por el contrario, los republicanos necesitaron ser convencidos mediante una combinación de zanahoria y garrote para que terminaran aceptando que todas las formas de lucha, aparte de aquellas consideradas aceptables por el Estado británico, eran criminales.
Y finalmente, tenemos la “Normalización” –el intento de mostrar a la más anormal de las situaciones como si fuera normal. Mientras la guerra azotaba las calles irlandesas, el gobierno británico intentó convencer al mundo de que no había un problema de fondo en Irlanda. Pero la propaganda no bastaba para ocultar completamente la realidad de la ocupación británica, mientras la guerra arreciaba.
El AVS se convirtió, entonces, en el mecanismo mediante el cual la estrategia de Kitson se llevaría a efecto –el AVS tenía el potencial de cumplir con cada uno de los objetivos del gobierno británico en Irlanda, de mejor manera que el mayor número de tropas, de propaganda difamatoria o de reformas tibias podrían hacerlo.
Este fue y sigue siendo un tratado –como muchos otros en la historia de Irlanda- diseñado para fortalecer y solidificar la ocupación con el consentimiento y el apoyo de políticos nativos y de antiguos revolucionarios. El gobierno británico, tras un cuidadoso juego de políticas audaces y de ilusiones de negociación para avanzar en el camino hacia la justicia y la paz, convocó a la casi totalidad de políticos irlandeses a aceptar la afirmación de Tony Blair de que no “hay más camino” que el AVS. Al aceptar este análisis, todos los protagonistas terminaron finalmente por aceptar que todas las otras opciones, incluido el retiro de los británicos, no eran ni prácticas ni realistas.
El gobierno británico, a través del AVS, refinó sus operaciones coloniales para la Irlanda del siglo XXI. Aplacaron la rebelión y cuadraron a los militantes. La necesidad de frecuentes demostraciones de fuerza por parte del gobierno británico ha desaparecido. Las tropas de ocupación británicas han sido reducidas a sus niveles previos a 1969 y la resistencia popular nacionalista ha sido burlada. El control ahora es mantenido por vía de los vestigios de los poderes limitados que se han devuelto a la administración en Stormont (asamblea elegida localmente, con poderes limitados, que incluye a representantes de Sinn Féin).
La naturaleza real del rol británico en Irlanda es hoy en día, sin embargo, el mismo de siempre, en última instancia. El establecimiento británico sigue empantanado en una concepción imperialista de su rol en el mundo. Tony Blair, ese gran “demócrata” y administrador del “proceso de paz” en Irlanda, ya había adoptado esta posición en el 2002, cuando escribió la introducción del libro de Mark Leonard, “Reordenando el Mundo” (Reordering the World). En este libro, el gurú de la política internacional de Tony Blair, Robert Cooper, tiene un ensayo titulado “El Estado Postmoderno”, en el cual habla de la necesidad de un “nuevo imperialismo” para el siglo XXI. Desde Afganistán e Irak hasta América Latina e Irlanda, podemos apreciar a lo que se refiere: es decir, este es el “estado normal” de cosas en términos de las relaciones internacionales cotidianas.
Seamos claros –Irlanda es in país en el cual parte del territorio nacional continúa bajo ocupación militar y política, aún así sea de manera modificada y modernizada. Los hechos relativos a la continuación de la ocupación militar británica de Irlanda hablan por sí solos.
La ocupación británica de Irlanda está apuntalada por una trinidad de agencias armadas. Estas fuerzas representan el “garrote” en la estrategia contrainsurgente británica del “garrote y la zanahoria” para Irlanda.
Ya han transcurrido diez años desde que se firmó el Acuerdo de Belfast, o Acuerdo de Viernes Santo (AVS) como se le conoce mejor. Este acuerdo es la base de todo el “proceso de paz”, dejando sentados los parámetros de una “solución final” al ancestral conflicto entre Irlanda e Inglaterra. Es central en este acuerdo la aceptación absoluta de la legitimidad del mandato británico en Irlanda. Según los términos del acuerdo, se acepta que el carácter constitucional de la ocupación británica no se modificará sino hasta que una mayoría de quienes viven en los seis condados ocupados lo decidan –en efecto, dando a una sexta parte del pueblo irlandés el veto sobre las otras cinco sextas partes.
El AVS, construido sobre el principio fundamental de la continuidad del mandato británico, llamaba al movimiento republicano provisional a aceptar y apoyar las instituciones de la “ley y el orden” ie., el sistema legal de la policía británica, sus cortes y sus prisiones. El argumento usado por Sinn Féin (el partido político del movimiento republicano provisional) para justificar su aceptación del “Estado de derecho”, es que las reformas a las instituciones políticas y legales del Estado del Norte (las cuales ponen un poco de poder de supervisión en manos de los políticos locales) de hecho apuntan al avance del retiro británico en algún momento distante. Este argumento carece de sustancia. El AVS tiene, de hecho, múltiples salvaguardas para neutralizar cualquier intento de “cambiar el sistema desde adentro”. El AVS representa un ejemplo de lo que el político británico de derecha Enoch Powell llamó, “dar poder para conservar el poder”.
La naturaleza de las reformas a la estructuras policiales bajo el AVS están claramente limitadas dado que la supervisión otorgada al Consejo Policial (el cual está compuesto con representantes de todos los principales partidos políticos del Norte) y de la Asociación Distrital de Policía (cuerpos regionales compuestos por políticos locales) puede ser burlada invocando intereses de “seguridad nacional”. La “seguridad nacional” a que nos referimos, es, por supuesto, la seguridad nacional británica. El MI5 (el servicio responsable de la seguridad interna del “Reino Unido”) mantendría el control general de manera inescrutable de las operaciones de inteligencia. Todo esto, es indicativo de lo desorientados que estaban algunos republicanos en cuanto a su comprensión de la naturaleza del Estado británico; dado que la función primordial de toda fuerza policial es defender la autoridad y legitimidad del Estado y servir a los intereses de quienes detentan el poder, es falaz creer que la participación republicana en estas estructuras pueda resultar en otra cosa que la continuación de esas mismas funciones.
El establecimiento político en Irlanda, Inglaterra y otros países lejanos, ha hecho bastante propaganda sin escatimar elogios interminables tanto para quienes negociaron el AVS, así como para el escenario político que éste creó. Es difícil encontrar un artículo en los medios oficiales o algún espacio en la televisión que vaya más allá de la retórica y que presente la realidad de la actual situación. Lo que no logran señalar es la realidad de que la zona ocupada por los británicos está hoy mucho más dividida que antes. Esto no podía ser de otra manera, ya que el AVS se basa en una tosca división sectaria del poder entre dos “tribus” opuestas.
El AVS es, de hecho, el desenlace de la estrategia de contra-insurgencia británica iniciada por el general del ejército británico Frank Kitson a mediados de los 1970s, y a la cual siguieron en términos generales todos los líderes militares y políticos británicos en lo sucesivo. El AVS y sus instituciones, así como el contexto que creó, son simplemente adiciones complementarias a la estrategia original de tres pilares de “Ulsterización”, “Criminalización” y “Normalización”.
Así que mientras el establecimiento político en Irlanda (el cual incluye ahora a los republicanos provisionales) continúa su práctica de darse mutuamente y de manera aparentemente eterna de palmaditas en la espalda, resulta útil para aquellos que apoyan la causa de la liberación de Irlanda, examinar con mayor atención cómo es que se llevó a efecto la estrategia contra-insurgente británica.
El primer pilar de esta estrategia, la “Ulsterización” (“Ulster” es el nombre que recibe el Estado de seis condados ocupados, pero en realidad es el nombre que históricamente ha recibido una provincia de nueve condados en el Norte de Irlanda) implica el retiro de las tropas británicas de la línea de fuego, para ser reemplazadas por una fuerza policial colonial como la RUC o el PSNI, así como por milicias locales como el Regimiento de Defensa del Ulster (una unidad del ejército británico compuesta por soldados nativos, la cual es conocida hoy en día como el Regimiento Real Irlandés). Este proceso, en efecto, mató a dos pájaros de un tiro, pues logró frenar el flujo de soldados británicos muertos (con toda la desmoralización política que les acompañaba de vuelta a casa) así como creó un escenario en donde el gobierno de Londres podía mostrar la lucha por la independencia irlandesa como nada más que “problemas” de gente mugrienta y de una religiosidad sectaria. Entonces, podrían ellos mostrar su rol en Irlanda como el de árbitros honestos que mantenían a raya a los belicosos “paddies” (término peyorativo utilizado para los irlandeses en Inglaterra) para que no estuvieran agarrados del pescuezo, y más tarde, como facilitadores de un “proceso de paz”.
Otro aspecto de la Ulsterización, aunque tal vez no haya formado parte del plan original de Kitson, ha sido una creciente aceptación de la división nacional como una realidad política aparentemente permanente. Los cambios hechos a los artículos dos y tres del Estado Irlandés de veintiséis condados en el sur (artículos que implicaban jurisdicción sobre toda la isla de Irlanda) no son más que un ejemplo de lo lejos que el gobierno británico y sus aliados irlandeses han llegado en términos de convencer al pueblo de que el territorio nacional, por alguna razón, termina en algún lugar al norte de Dundalk y al sur de Newry (donde está la línea divisoria entre los Estados del Norte y el Sur). Esta división psicológica es potencialmente más nociva que la frontera física.
La “Criminalización”, el segundo pilar de la estrategia de Kitson, tenía dos vertientes. Una intentaba proyectar la imagen de que la lucha de liberación era poco más que una empresa de carácter criminal, y que aquellos que estaban involucrados en ella, lo estaban por ambición personal, mientras que la otra vertiente mostraba a la misma lucha de liberación nacional como un acto criminal. Esta estrategia fue resumida claramente por Margaret Thatcher en su famoso discurso en el que afirmó que “un crimen, es un crimen, nada más que un crimen”.
Mientras que el primer objetivo se lograría mediante la utilización de propaganda y difamación, de infiltración y de espías, es el segundo objetivo el cual representaba la mayor amenaza para el republicanismo irlandés. La lucha en las prisiones de 1970 y de 1980 es una muestra de la importancia de este campo de batalla. La posición esencial de los británicos era simple –el pueblo irlandés no tiene derecho a organizarse como oposición a su mandato –particularmente si esa oposición es armada. Cualquier tipo de organizar la oposición al mandato británico más allá de los parámetros del guerrimandaje establecido por el gobierno británico, era considerado “criminal”.
El único mecanismo “no criminal” para que los irlandeses republicanos pudieran presionar sus demandas, era mediante el escenario de las elecciones, cuya limitación estaba definida por la existencia del veto “unionista” (término referido a los partidarios de la corona y de la anexión al Reino Unido). Este veto se podía ejercer sobre las instituciones creadas y controladas por el Estado británico. De esta manera, los republicanos quedaron de a poco confinados a una lucha comparable a una rueda de hámster, definida y controlada por los británicos. En este sentido no podía haber espacio para que los republicanos aplicaran una estrategia doble. Por el contrario, los republicanos necesitaron ser convencidos mediante una combinación de zanahoria y garrote para que terminaran aceptando que todas las formas de lucha, aparte de aquellas consideradas aceptables por el Estado británico, eran criminales.
Y finalmente, tenemos la “Normalización” –el intento de mostrar a la más anormal de las situaciones como si fuera normal. Mientras la guerra azotaba las calles irlandesas, el gobierno británico intentó convencer al mundo de que no había un problema de fondo en Irlanda. Pero la propaganda no bastaba para ocultar completamente la realidad de la ocupación británica, mientras la guerra arreciaba.
El AVS se convirtió, entonces, en el mecanismo mediante el cual la estrategia de Kitson se llevaría a efecto –el AVS tenía el potencial de cumplir con cada uno de los objetivos del gobierno británico en Irlanda, de mejor manera que el mayor número de tropas, de propaganda difamatoria o de reformas tibias podrían hacerlo.
Este fue y sigue siendo un tratado –como muchos otros en la historia de Irlanda- diseñado para fortalecer y solidificar la ocupación con el consentimiento y el apoyo de políticos nativos y de antiguos revolucionarios. El gobierno británico, tras un cuidadoso juego de políticas audaces y de ilusiones de negociación para avanzar en el camino hacia la justicia y la paz, convocó a la casi totalidad de políticos irlandeses a aceptar la afirmación de Tony Blair de que no “hay más camino” que el AVS. Al aceptar este análisis, todos los protagonistas terminaron finalmente por aceptar que todas las otras opciones, incluido el retiro de los británicos, no eran ni prácticas ni realistas.
El gobierno británico, a través del AVS, refinó sus operaciones coloniales para la Irlanda del siglo XXI. Aplacaron la rebelión y cuadraron a los militantes. La necesidad de frecuentes demostraciones de fuerza por parte del gobierno británico ha desaparecido. Las tropas de ocupación británicas han sido reducidas a sus niveles previos a 1969 y la resistencia popular nacionalista ha sido burlada. El control ahora es mantenido por vía de los vestigios de los poderes limitados que se han devuelto a la administración en Stormont (asamblea elegida localmente, con poderes limitados, que incluye a representantes de Sinn Féin).
La naturaleza real del rol británico en Irlanda es hoy en día, sin embargo, el mismo de siempre, en última instancia. El establecimiento británico sigue empantanado en una concepción imperialista de su rol en el mundo. Tony Blair, ese gran “demócrata” y administrador del “proceso de paz” en Irlanda, ya había adoptado esta posición en el 2002, cuando escribió la introducción del libro de Mark Leonard, “Reordenando el Mundo” (Reordering the World). En este libro, el gurú de la política internacional de Tony Blair, Robert Cooper, tiene un ensayo titulado “El Estado Postmoderno”, en el cual habla de la necesidad de un “nuevo imperialismo” para el siglo XXI. Desde Afganistán e Irak hasta América Latina e Irlanda, podemos apreciar a lo que se refiere: es decir, este es el “estado normal” de cosas en términos de las relaciones internacionales cotidianas.
Seamos claros –Irlanda es in país en el cual parte del territorio nacional continúa bajo ocupación militar y política, aún así sea de manera modificada y modernizada. Los hechos relativos a la continuación de la ocupación militar británica de Irlanda hablan por sí solos.
La ocupación británica de Irlanda está apuntalada por una trinidad de agencias armadas. Estas fuerzas representan el “garrote” en la estrategia contrainsurgente británica del “garrote y la zanahoria” para Irlanda.
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